EL PAíS
› LA CRISIS EN LA SEGURIDAD
LUIS ALBERTO ROMERO, HISTORIADOR
Por qué la derecha habla tanto de “seguridad”
Romero explica las pulsiones de un reclamo que les resulta más “fácil” a los que “buscan soluciones simples” que a los que piensan a largo plazo. La impaciencia, el estilo de conducción del peronismo y la contaminación nacionalista.
› Por José Natanson
“Como todo reclamo movilizado, estaba activo para que alguien le diera un sentido. Era más fácil que se lo dieran los sectores que buscan soluciones simples y fáciles, porque el otro camino implica un trabajo lento y complicado, y más confuso políticamente”, sostiene Luis Alberto Romero al analizar el curso que tomó la movilización del miércoles pasado. Titular de la cátedra de Historia Social General en la UBA, Romero dialogó con Página/12 sobre la astucia de la derecha para capitalizar el reclamo, las contradicciones ideológicas del peronismo, su relación con Kir- chner, y el costado nacionalista del discurso presidencial. “El nacionalismo argentino es una mezcla de soberbia y paranoia”, advierte Romero, que en pocos días editará El nacionalismo en los libros de texto (Siglo XXI).
–La movilización, que reclamaba desde el endurecimiento de las penas y la baja en la edad de imputabilidad hasta la limpieza de la Bonaerense, fue capitalizada políticamente por los sectores manoduristas del PJ. ¿Esta corriente, que terminó hegemonizando el reclamo, es algo nuevo o forma parte de una tradición arraigada?
–Las dos cosas. El peronismo tiene una formación autoritaria, muy tributaria de una jefatura, en la que este tipo de ideas encajan mucho mejor que las ideas liberales o de garantía de derechos. Esto, por supuesto, no significa que otras cosas no existan. El peronismo, al ser un movimiento, recoge todo, y se ha adaptado bastante bien a los principios republicanos. Pero esta veta autoritaria existe. Dicho de otra manera: Aldo Rico puede hacerse peronista, pero difícilmente pueda hacerse radical. Por otro lado, la sociedad argentina respecto de la inseguridad no sabe lo que quiere, y es lógico que no sepa. Tiene oscilaciones espectaculares, dependiendo si la noticia del día lleva al gatillo o la brutalidad policial. Un mes las encuestas pueden dar para un lado y otro mes para el otro. El problema está en que hay una falla de la política, que se puso en evidencia con la manifestación de la semana pasada y lo que vino después. Nuestra clase política o bien se encierra y vive en la burbuja autosuficiente, o bien se somete a los dictámenes de las encuestas, y sin reflexionar sigue como si fuera un barco el impulso del viento. Hay políticos que hacen eso, que sólo fijan sus posiciones mirando la última encuesta.
–¿Cómo calificaría la movilización liderada por Juan Carlos Blumberg?
–Como la combinación de algo maravilloso con un resultado que puede ser espantoso.
–¿Por qué?
–La expresión de la sociedad en un país con problemas de desmovilización y desorganización es de esas cosas que todavía hacen creer en la Argentina. Pero el tema es cómo ese movimiento social se convierte en una propuesta política. Y si se tiene a Blumberg corriendo de Diputados al Senado y controlando lo que vota cada uno, es evidente que no se va a legislar meditadamente, sino con el aliento de la gente en la nuca. Y la política no es eso. Por otro lado, está esta intención patética de algunos políticos de ser los mentores de Blumberg.
–¿Por qué fue la derecha peronista la que se apropió de la marcha y no la izquierda, que se mantuvo en una posición más bien defensiva?
–Cuando se generó, la movilización tuvo un tono emotivo, y encarnó un reclamo con diversos componentes. Como todo reclamo movilizado, estaba activo para que alguien le diera un sentido. Era más fácil que se lo dieran estos sectores que buscan soluciones simples y fáciles. El sentido que le dio la derecha estaba, formó parte de la primera reacción. Si usted quiere sacar al día siguiente una ley para mostrar una supuesta solución, esto se hace sin problemas. El otro camino es un trabajo lento y complicado, y más confuso políticamente. La designación de Arslanián, por ejemplo, va en este otro sentido, en la idea de que hay un núcleo que es necesario desarmar.
–Los reclamos de mano dura que se escucharon en los últimos días revelan las inclinaciones ideológicas de algunos sectores de la sociedad. ¿Hay espacio para la construcción de un partido de derecha luego de que Kirchner corriera el eje del peronismo a la izquierda?
–Es posible, aunque no estoy seguro si la caracterización izquierda-derecha es la correcta. Una de las líneas de división fuerte va a pasar por el tema institucional. En el peor momento de la crisis hubo una especie de acuerdo sobre la necesidad de fortalecer la institución presidencial. La Argentina tiene una Constitución fuertemente presidencial. Dentro de ese amplio margen el presidente puede elegir y Kirchner evidentemente eligió un estilo personalista. Esto no es una crítica. La crisis que culminó en el 2002, y que por supuesto viene de antes, llegó a un punto de licuación de las instituciones. Lo que había que hacer, antes de cualquier otra cosa, era fortalecer el poder presidencial. Por eso creo que esas dosis de personalismo que tiene Kirchner son perfectamente funcionales. Pero hay un momento en que habrá que pasar a una segunda fase, quizás atenuar el personalismo. En este y en muchos otros sentidos Kirchner goza de un crédito, pero un crédito de gente atenta. Pasado el peor momento de la crisis y este derecho del presidente, el tema fuerte va a pasar por los principios republicanos. No sé si la defensa de los principios republicanos y la institucionalidad es un tema de derecha o de izquierda, o de ambas. En cualquier caso, frente a la existencia de un partido de derecha que se enfrente a Kir-chner, yo pienso que el conflicto político principal no está allí, sino dentro del peronismo. Amaga, no termina de plantearse, pero me da la impresión de que es inevitable.
–¿Un conflicto entre Kirchner y la derecha peronista?
–El peronismo siempre ha sido un movimiento de jefe. Ahora no lo tiene, y hay quien dice que es la nueva forma del peronismo. A mí me cuesta aceptar esa idea. Yo creo que el peronismo busca un jefe porque sus prácticas políticas están orientadas a eso. Cuando un pichoncito de dirigente levanta la cabeza lo primero que hace es decir “Pérez conducción”. Es difícil imaginarse una conducción que no sea la del presidente, pero no parece posible que Kirchner pueda quedarse con el capital político que han acumulado otros jefes, por ejemplo Duhalde.
–¿El liderazgo de Kirchner es continuación de una tradición populista?
–Como forma sí, es una continuación, dentro de estos márgenes que ofrece el peronismo, que tiene cubierto el espacio del oficialismo y de la oposición y hasta de la tercera fuerza. Dentro de esas alternativas forma parte de la familia peronista. Yo soy de los que esperan. Me gustan muchos cambios en la manera de presentar los problemas, creo que tiene crédito, pero espero ver cómo los va a solucionar. Doy un ejemplo: el PAMI. Es correcto que se intervenga, que se muestre como funciona y se designe a Ocaña. Mi impresión es que el PAMI es como la síntesis de la corrupción del Estado argentino y que es complicado de resolver. Veamos a ver cómo desarma eso, porque no se trata sólo de Barrionuevo sino también de gente que está por ejemplo cerca de Duhalde. Están esos aspectos, en los que uno se puede encontrar a la expectativa, y otras medidas de renovación muy positivas. Y también hay algunos aspectos más criticables.
–¿Cómo cuales?
–Como el componente nacionalista de su discurso. Los movimientos nacionales existen porque hay una continuidad del sentido común. Y entonces es atractivo y fácil para los políticos apelar a ella. Suelen ser un recurso de gente apurada. La agitación de Kirchner con las Malvinas forma parte de eso. La característica más notable de nuestro nacionalismo es que es básicamente territorial. No se funda en la lengua, porque no puede, ni en la raza, ni en la cultura. El punto fuerte de nuestra identidad nacional ha sido la idea de que hay un territorio que ha sido dado a la Argentina supongo que por Dios, que estuve ahí desde siempre. No es que se diga con estas palabras, pero se ve en muchas cosas. Yo comoprofesor, por ejemplo, he dicho: “Cuando Juan Díaz de Solís llegó a la Argentina”. Es un disparate. O cuando se habla de “los aborígenes de la Argentina”, como si los quechuas se dividieran entre argentinos y bolivianos. La idea de que la Argentina es su territorio es la idea más articuladora del nacionalismo, a tal punto que si se renuncia a una pedacito de territorio todo el edificio se viene abajo. De ahí la reivindicación exagerada, de la Kirchner forma parte quizás por su condición de patagónico, de los Hielos Continentales o de las Malvinas.
–Pero el componente nacional es sólo un aspecto del discurso de Kirchner, que tiene otros ingredientes.
–Por supuesto. Yo señaló la continuidad del nacionalismo en el sustrato profundo del sentido común. Después la formas políticas que adapta en cada ocasión son variables. Por supuesto que Kirchner no tiene nada que ver con Galtieri, pero la base es un sentido común duro, fácilmente evocable, que está por debajo del nivel de la crítica. Cuando Kirchner comenzó a convocar a la unidad nacional en la lucha contra los acreedores, apelaba a ese recurso que era peligroso desde el punto de vista de la democracia. No sólo porque hay acreedores argentinos, y no son enemigos de la patria, sino porque también hay otras opiniones sobre cómo manejar el tema de la deuda y que no necesariamente son antipatrióticas.
–¿El nacionalismo es siempre negativo?
–La primera construcción del nacionalismo que conocemos, la revolución francesa, parte de un ángulo diferente: la Nación es un conjunto de ciudadanos que hace un contrato político. Ese era el sentido que tenía en nuestra Constitución. Pero el nacionalismo argentino es una combinación de soberbia, de pensar que la Argentina está llamada a grandes destinos, con un componente muy paranoico, de pensar que si no estamos en primer lugar es por culpa de alguien. Ese alguien siempre se renueva. Me parece que uno de los temas de la agenda pasa por preguntarnos cuál es el tipo de patriotismo adecuado para la democracia. En lugar de partir de la homogeneidad, del ser nacional, de buscar un enfoque esencialista, tendríamos que partir de que la Argentina significa muchas cosas distintas.