EL PAíS
› OPINION
La liturgia y las paradojas
› Por Mario Wainfeld
La liturgia, a fuerza de estar dedicada al vulgo, suele ser más didáctica que el dogma, reservado a los iniciados. La liturgia de las asunciones de cargos de gobierno, con sus significantes presencias y ausencias, siempre concede (aun a los profanos) una primera observación sencilla, pero ineludible. Ahí va. El juramento del regresado León Arslanian contó con un potente apoyo político y simbólico. El gobierno nacional y todos los poderes del provincial dijeron presente, dando cuenta de su compromiso con la nueva gestión.
Juristas connotados, empezando por los que acompañaron a Arslanian en el Juicio a las Juntas, sumando al camarista Leopoldo Schiffrin y al candidato a procurador general Esteban Righi, se costearon al acto para reforzar el capital simbólico del ministro entrante.
Una segunda mirada introduce un universo más complejo, como suele serlo el peronismo cuando se lo mira de cerca y sin prejuicios. Participaron de la ceremonia justicialistas de muy surtido pelaje, una pléyade de representantes del “territorio”, hombres torvos, pragmáticos, cuya ligazón con la Bonaerense no es la del combate a muerte que (palabra más palabra menos) promete Arslanian. Estas gentes, que deberían sentirse amenazadas o preocupadas cuando menos, festejaban como si uno de los suyos hubiera llegado al Ministerio. Prodigaban aplausos hasta enrojecer las palmas, abrazos a quien fuera, y desperdigaban besos aun en rostros adustos, sí que bien rasurados. Daban la cabal sensación de estar de fiesta y no en jaque.
A no sorprenderse. Al fin y al cabo son la tropa de Eduardo Duhalde (tropa vocinglera, ladina, rezongona pero tropa al fin), quien fue uno de los paladines del retorno de Arslanian... y fue también quien le dio un shot a pedido de Carlos Ruckauf. Sin contar que fue el ex presidente quien, haciéndose el distraído y el distante (algo que le sale muy bien), rebautizó “Caín” a Marcelo Saín, el segundo de Juan Pablo Cafiero que hizo pública –desde el poder, tan luego– la relación estrecha entre el aparato justicialista y la corrupción policial.
Por ponerlo en términos no muy brutales: el duhaldismo realmente existente es parte importante del problema que debe resolver Arslanian y a la vez componente (esencial) de los recursos con que cuenta Arslanian para emprender su peliaguda tarea.
La financiación espuria de la política (esto es, de parte del PJ bonaerense) es uno de los nodos de la corrupción policial, como sabe cualquiera que haya metido una patita en el territorio bonaerense. Todo sugiere que si Arslanian mete el cuchillo a fondo topará bien pronto conexiones de uniformados con intendentes, legisladores y punteros que ayer (de cuerpo presente o vía apoderados) lo aplaudieron con fervor.
Y, al mismo tiempo, los diputados, senadores e intendentes justicialistas, amén del gobernador (cuyo discurso ayer fue la mejor pieza que pronunció desde que ganó las elecciones), serán los soportes institucionales del flamante ministro. Las iniciativas que proponga Arslanian, se descuenta, contarán con la –proverbial, asombrosa, implacable– velocidad con que los Congresos dominados por el duhaldismo aprueban lo que tienen sed de aprobar.
La política argentina suele ser generosa a la hora de proponer paradojas. La relación del duhaldismo con su Policía (valga subrayar el su) no es la menor. Algo de razón le asiste a Solá cuando dice que su política encarna una continuidad. Pero esa razón existe a condición de advertir que la continuidad no es el apego, a través de los tiempos, a la línea purificadora y decidida que propugna Arslanian. La continuidad dendeveras es la saga de rupturas, purgas y reconciliaciones que viene promoviendo el duhaldismo, desde el asesinato de José Luis Cabezas, sea a través de su orientador o de sus sucesores Ruckauf y Solá.
Claro que la coyuntura tiene una diferencia con las anteriores: el gobierno nacional está involucrado en el problema y (como sugirió la liturgia de ayer) comprometido en su solución. La bronca social que se encarnó en la movilización del 1º de abril no deja resquicios de duda: a ambos lados de la General Paz, los ciudadanos piden respuestas eficaces y no quieren oír hablar de división de competencias entre los estados nacional y provincial.
Néstor Kirchner hace varios meses que ordenó a la SIDE investigar distintos municipios del conurbano y atesora informes que no dejan duda acerca de la complicidad entre algunos intendentes y la delincuencia organizada, incluyendo la existencia de zonas liberadas a metros de algunas municipalidades. Está convencido de que debe avanzarse a fondo sobre la organización del delito en la provincia. Y piensa que Duhalde lo acompañará en la empresa. Si algún suspicaz le pregunta si Duhalde pidió alguna concesión para algún compañero descarriado, asegura que no. Y si se le inquiere qué pasaría si el bonaerense lo hace en el futuro, Kirchner remata “mis pactos con Eduardo son políticos y jamás mafiosos”. El Presidente (aunque no lo diga con estas palabras) confía en que Duhalde lo bancará aun a costa de conflictos en su propio territorio. Podrá equivocarse, como cualquier mortal, pero vale computar que Kirchner no es ingenuo y que conoce la (para los profanos inasible) lógica de poder del peronismo.
La liturgia mostró a todos unidos, concelebrando. Si a Arslanian le va bien, algunos (muchos, casi todos, tache el lector lo que estime no corresponda) de los que lo vivaron serán expulsados del templo. Si usted es cartesiano, pensará que eso es definitivamente imposible, un atentado a la lógica. Si conoce algo el peronismo, admitirá que existe (no más pero tampoco menos), el beneficio de la duda.