Dom 18.04.2004

EL PAíS  › LA ENERGIA, LA INSEGURIDAD, LA COPARTICIPACION EN DEBATE

A las agendas las carga el diablo

Los allegados al Presidente esperan algunos cambios. La energía hizo saltar los tapones. Cameron, un comunicador confuso. Los riesgos futuros. Dificultades con Chile, un problema político y no legal. Bielsa en misión casi imposible. Obeid y De la Sota contra el plataducto. Seguridad, todos contra todos. Y un llamado al cambio.

› Por Mario Wainfeld

OPINION

“El Presidente me contó que se está reponiendo y que está pensando mucho. Son dos buenas noticias. Tiene que recuperar su salud y tiene que revisar cómo se mueve. Hay que abrir el juego, dialogar más con los ministros, juntarse con los gobernadores.” Lo dice un integrante del gabinete, fiel a Kirchner, también conocedor y reconocedor de la lógica del peronismo y del duhaldismo en especial.
- “Los bloques siguen encolumnados pero vendría bien que el Presidente reciba a algunos diputados y senadores. Y no hable sólo con Díaz Bancalari y con Pichetto. La tropa necesita de vez en cuando una palmada en la espalda y un asadito no haría nada mal. Kirchner, aunque no le guste, tiene que ocuparse más del PJ y hasta analizar si no tiene que asumir su presidencia.” Lo comenta una espada parlamentaria de primer nivel, uno de los que consigue que los muchachos levanten la mano ante cualquier manda del Ejecutivo, a velocidad de rayo y sin esmerarse tanto en leer los proyectos.
- “Noto a (Carlos) Zannini y a Cristina (Fernández de Kirchner) preocupados por no aislarse y más dispuestos a escuchar a gente que no sea de la mesa chica. Eso es bueno, porque son dos de los pocos que influyen sobre Lupín y que se animan a discutirle algo.” Quien se entusiasma es uno de los –contados– operadores de primer nivel con que cuenta la Rosada.
Cerca de Néstor Kirchner, aunque allende su mesa chica, no hay dudas. Ha comenzado para el Gobierno una nueva etapa, que exige adecuaciones y, en buena medida, modificaciones del estilo presidencial. La medicación es discutible. El diagnóstico parece inobjetable.
El Gobierno ha perdido la iniciativa de sus primeros meses. En verdad, no hay motivos para alarmarse en exceso ni para sorprenderse. Lo asombroso fue el sprint inicial de Kirchner que le permitió un nivel de hegemonía insostenible en el largo plazo. No fue un espejismo, sino el aprovechamiento político cabal de las circunstancias. Kirchner ganó unas elecciones sin precedentes en la Argentina en las que emergieron cinco presidenciables que salieron bastante parejos. Tras su fuga, Menem quedó escorado. Adolfo Rodríguez Saá, Ricardo López Murphy y Elisa Carrió se fueron diluyendo rápidamente por motivos diversos. Y aunque los dos ex radicales conservan prestigio y un espacio virtual de crecimiento, no “disputan agenda” con el Presidente.
“No nos engañemos. El 42 por ciento de los votos se volcó a la derecha (López Murphy y Menem). Y no crea que los votos de Lilita y de Néstor son puro progresismo. Carrió tiene un componente gorila y nosotros ganamos por el Conurbano.” Las cuentas las hace un kirchnerista de la primera hora, que ocupa una prominente oficina oficial. Los guarismos son disputables y para nada estáticos: en Argentina las categorías de izquierda y derecha deben cruzarse con otras identidades, que las complejizan. Por ejemplo, está claro que en la segunda vuelta los votantes del Bulldog hubieran sumado a Kirchner y no a Menem. Pero el argumento tiene su miga: Kirchner ha ganado enorme representatividad y consenso pero los tiene sometidos a corroboración permanente, a puro riesgo.
Han llegado horas perturbadoras, en las que la agenda pública, por primera vez desde el 25 de mayo de 2003, rebosa item en los que el Gobierno está a la defensiva, en mora, o en problemas.
Sin ir más lejos:
- La crisis energética.
- La coparticipación federal.
- La seguridad.
Vamos por partes, como proponía Jack el destripador.
Los días de Cameron
El secretario de Energía, Daniel Cameron, se obstina en proponer que existe una emergencia energética pero no una crisis. Tomando en cuenta la vocación de eternidad que tienen las emergencias en la Argentina, la distinción resulta excesivamente sutil. Lo cabal es que Cameron, esto es el Gobierno, no transmite con precisión cuál será el alcance de la emergencia-crisis en el cortísimo plazo, por no hablar del medio o del largo.
Sea que haya cortes de energía significativos e inminentes, sea que se pueda gambetear la inminencia, queda claro que el Gobierno no tuvo previsión en esta materia. Pagará, como dice Roberto Lavagna en las páginas 2 y 3 de este diario, costos económicos. El ministro no dice con todas las letras, pero teme que también pague costos diferidos ralentando el crecimiento y la generación de empleo.
Un error de diagnóstico desembocó en la crisis-emergencia. Fue proyectar una evaluación correcta en lo general al terreno específico de la energía: la Argentina tiene una virtualidad de crecimiento notable por contar con “capacidad instalada” ociosa (activos fabriles, trabajadores desocupados, plata en el colchón). Pero en materia de energía se trabajaba en el límite, la recesión disimulaba las carencias. El Gobierno no ponderó bien el punto y se empecinó en pujar con las privatizadas. Cuando Kirchner recaló en Balcarce 50, su objetivo era no conceder aumentos de tarifas antes de diciembre de 2003, durante la luna de miel. Como el himeneo se prorrogó, la decisión fue seguir postergando los acuerdos con las privatizadas. Una sensata decisión primaria se cristalizó en exceso. La percepción de éxito soslayó el frente de tormenta.
Ponerle límites a la arrogancia de las privatizadas fue un acierto fundacional, suponer que carecen de poder e importancia, un error. Pero es más serio no reparar en que –en el área energética– hacen falta inversiones más o menos urgentes. El capital privado foráneo, por decirlo con un eufemismo, no se agolpa por venir a la Argentina. El local mira con recelo un área en la que el Gobierno parece demasiado proclive a los golpes de efecto. Y el Estado argentino no es el que era, digamos, hace cuarenta años: la obra pública no se despliega con facilidad. Faltan dinero fresco, financiación y además experticia, recursos humanos avezados. El desguace no fue chiste ni se remonta en un santiamén por la sola vía de los discursos voluntaristas.
El escenario es peliagudo para el Gobierno. En su instancia de menor popularidad se encuentra ante riesgos que desagiarían su capital simbólico: cortes de energía o aumentos de tarifas. O las dos cosas. Sin contar el impacto diferido sobre las industrias ya existentes o sobre proyectos de inversión. El discurso del emisor oficial, Cameron, parece exclusivamente enderezado a tranquilizar antes que a informar. No emana credibilidad y, a menudo, no es del todo inteligible. Se lo nota a la defensiva, un mal lugar si no hay buenas noticias,
Para colmo, hay rezongos del otro lado del Ande inmortal, lo que acredita un breve acercamiento con zoom.
Zoom; si gas para Chile
Acuciado por evitar borrascas en el frente interno, el Gobierno se ha generado un conflicto externo. Tal vez no podía hacer otra cosa y estaba obligado a optar. Como fuera, se ha agendado un problema nuevo. En Chile están que trinan con las resoluciones de Kirchner, que han ensombrecido una relación óptima que ambos oficialismos consideraban estratégica.
Es verosímil que, en la discusión legal, Argentina tenga razón. Que tenga facultades para decidir ciertos recortes en el suministro de energía a Chile. Que Argentina no haya abusado sino apenas intervenido en contratos privados del gobierno chileno. Pero las relaciones exteriores no se rigen apenas mediante el cumplimiento de las normas, se trata (como siempre) de política. Y, políticamente, Argentina le ha metido una piedra en el zapato a Ricardo Lagos.
La coalición de gobierno chilena parecía encaminarse a una cómoda victoria en las elecciones presidenciales de 2005. El prestigio de Lagos constelaba muy alto. El crecimiento de 2003 fue del 5 por ciento, acaso más. La inflación es negativa. La derecha daba la imagen de estar desbaratada. Lector argentino, ¿le suena el cuadro? Pues bien, en la aldea global una mariposa aletea en Tokio y nieva en el Amazonas. A Kirchner le saltó Juan Carlos Blumberg y la derecha nativa resucitó. A Lagos le brotó la emergencia energética argentina.
Y adivine qué. Tiene una sola chance.
Adivinó. La derecha trasandina encontró un caso para desempolvar apolilladas banderas de autarquía, no integración y resquemores hacia la Argentina. Aró sobre campo fértil: la restricción energética puede repercutir de dos formas. En el corto plazo, amenaza de apagones en Santiago de Chile, en una sociedad que no tiene “cultura” ni hábito de apagones. En un término más largo, un deterioro en la industria del norte de Chile, ligada al zinc y al cobre. El norte chileno es, de origen, un desierto en el que nada brota con facilidad. Hasta el agua en Antofagasta, se encona Lagos, se obtiene merced a la energía eléctrica. Sobre esos recelos la derecha ha salido a golpear a la coalición gobernante, resintiendo la relación Lagos-Kirchner.
Puesto a bombero por Kirchner, Rafael Bielsa explora contrarreloj soluciones de fondo. Una de ellas sería construir nuevos gasoductos a Chile, incluso convocando al efecto a capitales del país hermano. Los especialistas de las cancillerías argentina y chilena registran con interés que el empresariado trasandino no se ha sumado, para nada, a la grita de la derecha pinochetista. Hay en danza un proyecto propuesto por el gobernador de Neuquén Jorge Sobisch. Para implementarlo el Gobierno debería tragar saliva, dialogar con Sobisch y ofrecer garantías (hoy no existentes) a potenciales inversores chilenos. Bielsa, que se ha granjeado cierto crédito allende los Andes, no la tiene fácil y por eso pospuso su visita a Santiago de Chile, que iba a comenzar hoy.
Sus contrapartes se quejan de la falta de información inicial. Hubo una cena privada entre Kirchner-Lagos y un encuentro ante el Cristo Redentor, rememoran. Hubo un cónclave entre representantes del socialismo chileno y pingüinos de primer nivel incluido Julio De Vido, añaden. Y nadie avisó lo que se venía, se embroncan. Cameron, refunfuñan, solo da precisiones acerca de lo que pasará en abril. Los argentinos podrían decirles que la imprevisión y la falta de certezas no está dedicada a los chilenos y rigetambién acá, fronteras adentro. Es dudoso que eso tranquilizara a alguien del otro lado de la cordillera.
La solución del entuerto no está en la letra de los tratados, sino en la política y en el abordaje del problema de fondo. El problema de Argentina no es si violó la ley sino si pone en jaque a un aliado y a un proyecto estratégico, el de una alianza de gobiernos progresistas en toda América del Sur.
Fin del zoom.
Una discusión añeja
–¿Cuánto hace que están discutiendo la coparticipación? Página/12 dialoga con el operador del gobernador de una de las provincias “grandes”.
“Doscientos años, más o menos.” Es la réplica, subrayada por una carcajada.
Contra lo que cree mucha gente del común, los dirigentes políticos suelen ser muy inteligentes y muchos de ellos atesoran ciertas lecturas, sobre todo históricas. A los peronistas, de ordinario, suele nimbarlos el buen humor. El hombre tiene razón, pero Página/12 hablaba del corto plazo, aquel en el que todo parece empiojarse.
En la coyuntura la discusión bicentenaria está empantanada. En parte la frenaron el cimbronazo ulterior al acto de la ESMA y al conventillero congreso justicialista de Parque Norte. Pero, en lo esencial, el gobierno nacional paga con usura su pérdida de predicamento. Y las “provincias grandes” –Buenos Aires, Córdoba, Santa Fe– se niegan a poner la rúbrica. Cada gobernador tiene su entuerto propio con la Casa Rosada. José Manuel de la Sota está en la vereda de enfrente y maquina correrse de las reuniones oficiales con la administración nacional delegando la tarea en su vice Juan Carlos Schiaretti.
Jorge Obeid predica lealtad pero no se gana la confianza del entorno íntimo de Kirchner, que lo reputa dual y ladino, y (por fuerza de gravedad) se apoya en Carlos Reutemann, azuzando esos resquemores. Felipe Solá es un mundo aparte.
El cordobés y el santafesino tienen un temor común. Los incordia una facultad que el gobierno nacional quiere reservarse, la de destinar fondos especiales a áreas urbanas especialmente necesitadas. Ambos “gobernas” malician que desde la Capital habrá apoyos a los intendentes de Rosario Miguel Lifschitz y de la capital cordobesa, Luis Juez. Obeid y De la Sota no están dispuestos a ponerle el gancho a lo que ellos temen sea un “plataducto para la transversalidad”, según neologiza el operador que sabe historia.
Claro que no es simple zanjar una discusión de siglos. Pero el acuerdo sobre coparticipación es uno de los requerimientos del FMI, cuyos plazos ya registran mora. El Ejecutivo tiene una carta no deseable bajo la manga, que es repetir el esquema de 2003. Puede imponerlo, pues todavía los gobernadores no están en condiciones de hacerle frente, pero sería una victoria pírrica. El éxito cabal sería articular, mantener el liderazgo por vía del diálogo, el acercamiento. No ha sido el estilo K en casi un año, pero quizá va llegando la hora de retocarlo. La confrontación permanente deja secuelas aun en el que prevalece en los topetazos.
Diez líneas sobre
seguridad
La agenda sobre seguridad se ha escapado de las manos del Gobierno desde la irrupción pública del padre de Axel. Desde entonces, el oficialismo viene “corriendo de atrás” y atajando penales. En esta semana, una interna fenomenal entre la Federal, la Bonaerense, la SIDE y funcionarios judiciales de todo pelaje dominaron la escena. Tanto que dejaron embretado a Gustavo Beliz, obligando a sus compañeros de gestión a dejar constancia de su estabilidad, algo sólo necesario cuando se está en un brete. El plan de seguridad del Gobierno, contra lo que éste afirma, no estaba a punto de cocción a principios de abril. Sí viene a estarlo ahora, pero será duro proponerlo a la discusión pública, muy excitada y poco propensa a escuchar planteos sensatos. La iniciativa se va conociendo por goteo. Algunas medidas, como la implantación del juicio por jurados (anticipada en esta columna hace dos semanas), va en un rumbo interesante, que es comprometer a los ciudadanos en la gestión de los asuntos públicos. Zannini analiza otras propuestas del plan Beliz, entre ellos reformas urgentes al Consejo de la Magistratura y a la Justicia federal, hasta ahora invicta de intervención en la era K.
Cambia, todo cambia
Desde que recaló en Balcarce 50, Kirchner tuvo una obsesión entre ceja y ceja: llevar la ofensiva, ocupar todo el ring. Lo logró desde el vamos. Incluso cuando le surgió un desafío inesperado, lo enfrentó doblando la apuesta. Así obró con(tra) Daniel Scioli o De la Sota. Otro ejemplo que se recuerda menos, cuando un fallo de Baltasar Garzón le adelantó la agenda de derechos humanos, respondió promoviendo (adelantando respecto de sus previsiones) la nulidad de las leyes de la impunidad.
En abril, ese esquema comenzó a hacer agua. La agenda la imponen otros personajes o las propias circunstancias. Y revelan negligencias, fallos de cálculo, internas. Resurgen interlocutores soslayados y emergen otros no queridos ni imaginados.
El Gobierno sigue sin tener oposición vertebrada y no hay un proyecto de país alternativo al que propone Kirchner. Este sigue siendo el político de más consenso y cuenta con sus apoyos de origen. No ha perdido la batalla, pero debe registrar que algo cambió. Es hora también de revisar algunas características de su modo de gobierno: la centralidad, la excesiva radialidad, la falta de contactos horizontales en el gabinete. El estilo comunicacional oficial fracasó cuando Kirchner se enfermó, no transmitió serenidad sino debilidad.
Condenado a compartir la escena, a tratar la agenda que los vientos proponen, dándole a la residencia de Olivos un uso distinto al que siempre maquinó, el Presidente (dicen sus allegados) está pensando mucho. Es una buena noticia, si piensa en que algunas cosas tienen que cambiar.

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