EL PAíS
Cuando las víctimas hacen lo que no hace el Estado
Los amigos de
Daniel Bogani, el pequeño empresario asesinado en Morón, decidieron hacer lo que la Justicia y la Policía no hacen: investigar. No sólo llegaron a pruebas y sospechosos antes que fiscales y agentes, sino que terminaron recibiendo denuncias de vecinos por otros casos, como si ellos fueran una fiscalía.
› Por Alejandra Dandan
Los llamados de teléfono entran a su celular con la frecuencia del conmutador de Casa de Gobierno. Toma un café apurado mientras saluda a los que van y vienen frente a la mesa de uno de los bares del centro de Morón. De pronto, le llega un nuevo llamado. Claudio Martínez, sentado, celular en mano, tan pálido como los últimos días, responde:
–Esta semana va a estar complicado –explica–. Porque me mataron a un amigo, ¿sabés?
La conversación no dura mucho más. Con la respuesta, Claudio dejó asentada una información, pero al mismo tiempo una síntesis de la repentina militancia que desde hace una semana desvela a su grupo de amigos. Le mataron a un amigo, dijo. Daniel Bogani, el amigo en cuestión, no murió. Lo mataron tres disparos de una 9 milímetros empuñada por un joven de 20 años denunciado hacía más de un año por otros dos homicidios que no habían sido investigados. Sus amigos espontáneamente habilitaron canales de investigación paralelos a los andariveles oficiales. Antes que la policía y antes que la fiscalía de Morón, ubicaron el barrio, los antecedentes, al supuesto joven asesino, y sin querer se trasformaron en el centro de recepción de reclamos pendientes de otros vecinos.
La crisis de representación del Estado aceitada por la polución de discursos sobre la inseguridad activó los primeros pasos de este otro tipo de justicia por mano propia. Ante la ausencia de las respuestas políticas o judiciales esperadas, salieron a la cancha para jugar un partido con las herramientas que tenían. Lo hicieron a las apuradas, como lo hacían todos los miércoles en los partidos de fútbol del barrio.
La pasión futbolera de los amigos de Bogani generó todo tipo de efectos. De los buenos, de los malos, de los correctamente políticos y de los otros. La estampida aceleró la causa judicial, la localización del supuesto asesino provocó algunos síntomas de caos y de malhumor en las oficinas de los Tribunales de Morón. Pero sobre todo, y literalmente, apareció el centro de recepción: una poderosa ventana catalizadora de reclamos por víctimas nuevas, viejas o muertas que terminó con la marcha del viernes.
Los primeros
Daniel Bogani tenía una fábrica semifamiliar donde se hacían y se hacen bolsas de plástico. La fábrica está pegada a la casa, a una cuadra de la estación de Ituzaingó. La casa es un chalet de dos plantas con rejas en la entrada, en un barrio de casas bajas. El jueves de la semana anterior, asaltaron a su hija mientras estaba con su novio controlando el auto en una gomería de Castelar. Los asaltantes eran dos, al parecer uno era Juan José Pagnotta, el joven de 20 años que momentos más tarde terminaría disparándole a su padre los tres tiros de 9 milímetros frente a la puerta de casa.
Pagnotta se llevó el auto cargado con Daniela Bogani adentro. Pasó por su barrio, se detuvo en la casa de varios amigos para descargar parte de los objetos robados, y siguió camino hasta la casa de Bogani.
Durante ese lapso, sus familiares habían avisado a la policía de Villa Ariza, la comisaría que tuvo “una pésima actuación”, diría el fiscal de Morón Alejandro Jons poco más tarde. Los policías no acudieron a alertar a la familia, pero además se negaron a prestarle asistencia inmediata al novio de Daniela, indicando que no era su jurisdicción.
Sobre el cuerpo del comerciante muerto, los amigos se encontraron con esa “pésima actuación” de la policía. El dato no fue menor: provocó que los familiares y los amigos se pusieran rápidamente en guardia. Llamaron a los medios de comunicación y desesperadamente con sus recursos se pusieron a buscar el nombre de Juan José Pagnotta. Con los datos aportados por Daniela se construyó el identikit. Y con el identikit, se llegó hasta una fotografía que había sido tomada sólo un mes atrás en una comisaría de El Palomar, donde Pagnotta quedó demorado por averiguación de antecedentes. La fotografía y la difusión del nombre lo convirtieron en el personaje más odiado del condado. Rápidamente Pagnotta apareció como el autor de varias muertes de Castelar. Funcionó como arquetipo del villano: la difusión de su nombre fue el catalizador del alud de llamados y timbrazos que a partir del domingo pasado se suceden en el chalet de los Bogani en la calle Guaminí.
Alicia Angiono de Reynoso
El nombre de Alicia fue uno de los primeros que apareció en Página/12. Pagnotta había matado a su hermano el 9 de abril del año pasado. Eduardo era un productor de Provincias Seguro, murió en la puerta de su casa frente a su hija y su yerno. Los Angiono hicieron la denuncia en la comisaría de Villa Ariza por la muerte de Eduardo y después denunciaron a la policía por connivencia con los muchachos. Alicia menciona dos datos. Que los policías dijeron que no había testigos del caso y que tres horas después de que la comisaría les entregara una citación del juzgado para la rueda de reconocimiento recibieron una amenaza en el teléfono de su casa. Alicia envió una carta al Ministerio de Seguridad de la provincia y otra al Presidente. Pero no volvió a saber del joven ni de la investigación hasta la noche en que escuchó el nombre de Bogani en la televisión.
Las Medina
El lunes pasado, a la tarde, una vecina de Susana Medina le pidió que encendiera el televisor. Hacía un año que en su casa los noticieros estaban prohibidos, pero accedió. Escuchó los relatos de la muerte de Bogani y a continuación el mismo nombre que había dejado escrito en la fiscalía de Morón cuando identificaba al autor de la muerte de su hermano.
“¿Te digo la verdad? –pregunta ahora–. Nosotros no quisimos ir a la televisión, no quisimos ir a ningún lado. ¿Sabés por qué? Porque creíamos en la Justicia, sí. Creíamos en la policía, éramos parte de los que pensábamos que trabajaban bien.”
Las Medina viven en el mismo barrio de Juan Pagnotta: San Alberto, uno de los sectores más pobres de Ituzaingó, que funciona como centro de abastecimiento de mano de obra del aparato de movilización de los punteros del PJ. Juancito era parte del armado político de uno de los concejales de Ituzaingó, según una de las hipótesis que investiga en este momento la Fiscalía 4 de Morón. Allí se concentró la investigación de los amigos de Bogani después de la muerte. Y ahí mismo Juancito cometió el segundo de los dos casos de muerte que la familia detectó en las últimas horas.
Mario Medina había regresado al barrio para las elecciones presidenciales del año pasado. Pasó dos días con sus doce hermanos en la casa de sus padres. El 1º de mayo festejó su cumpleaños y su último día de vida con un partido de fútbol. En el barrio jugaban solteros contra casados. En el partido hubo una discusión. Uno de los casados le aseguró que iba a matarlo. Y cumplió. Poco después, el dueño de la amenaza envió a Pagnotta con la moto hasta la esquina donde estaba Mario. “¿Quién es Medina?”, preguntó Pagnotta, que en este caso funcionaba como sicario. Mario se puso de pie. Se presentó y lo mataron.
El caso fue denunciado inmediatamente en la comisaría 4ª de Ituzaingó. Las Medina están convencidas de que también inmediatamente fue cajoneado. En la comisaría no les entregaron copia de la denuncia y cuando meses más tarde acudieron a la fiscalía no encontraron ninguna causa abierta poraquella denuncia. “Estoy segura de –dice ahora Susana– que ni siquiera guardaron la denuncia original.”
El lunes pasado, cuando las hermanas escucharon el nombre de Pagnotta en la televisión, se reunieron para decidir el camino. No sabían ni cómo viajar a Ituzaingó, ni dónde quedaba la casa de los Bogani. Igual querían verlos. Aun sin saber cómo funcionaría esa frontera de clase que ya habían experimentado en los Tribunales cada vez que aparecían sin abogado o sin contactos para conseguirse audiencia con el defensor oficial. El martes pasado caminaron, se perdieron, buscaron y encontraron finalmente el timbre de Guaminí: en las manos llevaban un retrato inmenso con la cara de Mario.
Dos días después eran parte de las organizadoras de la marcha del viernes.
Al lado de Claudia Bogani y de los amigos de Daniel estaban las Medina, los Angiono, pero además, los dueños de las otras denuncias contra el perfecto villano: Diego Gómez, hijo de uno de los escribanos de Morón que fue robado por Pagnotta, una señora de apellido Graziano y un señor NN que habría recibido cinco impactos de bala del mismo origen.
La marcha
La marcha se hizo cuando Pagnotta estaba detenido. La fiscalía de Alejandro Jons lo localizó con ayuda de la barra de amigos de Bogani en Las Catonas, uno de los barrios legendarios en la saga de bandas mixtas de la provincia. Pagnotta tenía un dije de Daniela atado en el cuello. La localización del bandido no impidió la realización de la marcha: “Estamos viviendo en un mundo al revés –explicaron las Medina–: uno que está con miedo y ellos que viven mal siguen sueltos y tranquilos”.
El Ellos de las Medina es un sujeto colectivo: “Son todos –dice ahora Susana–, Pagnotta, su mamá, su papá, los hermanos, la policía, los jueces”. Y se acuerda: “¿Sabés qué me dijo ayer el fiscal? Que había trabajado en mi causa, que ya había remitido todo. Mentira, hacía un año tenía el nombre de Pagnotta en las carpetas y si lo hubiesen detenido, Bogani estaría vivo”.
Por ese sujeto colectivo se hizo la marcha.