EL PAíS
› OPINION
Seguridad y economía
› Por Eduardo Aliverti
Uno se ha prendido en el debate sobre la inseguridad, y está bien que así sea no sólo porque el tema lo merece sino también por el uso que la derecha hace del instrumento Blumberg. Pero igualmente, con todo lo de pavoroso y estructural que encierra la cuestión, bien se puede tener la certeza de que a la par está sirviendo para quitar la mirada de asuntos más profundos todavía.
“Es la economía, estúpido”, decía la brillante provocación de Bill Clinton en la primera de sus campañas electorales. Sirve extrapolarla a la Argentina de hoy y específicamente de estos días, cuando la polémica sobre qué hacer con el auge delictivo se instaló no por debajo sino por encima de la situación y el panorama económico globales.
Ojo: esa apreciación no remite el “hacer algo” con el drama de la inseguridad para el día en que se instale la revolución planetaria. Porque las condiciones de indigencia y pobreza no son la explicación total de lo que ocurre con el delito, y porque ninguna izquierda que se pretenda lúcida deja obrar los acontecimientos en lugar de ir operando sobre ellos. Es cierto que las mafias policiales son consecuencia de los mecanismos de impunidad que desató el terrorismo de Estado, y que éste tuvo por objeto el aniquilamiento de las luchas populares para instaurar un modelo –exitoso, reconozcámoslo– de ricos cada vez más ricos y pobres cada vez más pobres. Pero frente a la dinámica de un monstruo policial escapado de las manos (de las manos del sistema, antes que nada, pero como quiera que sea afectando a todos) únicamente a un diletante se le puede ocurrir que “cuanto peor, mejor”. Por eso es imprescindible que las organizaciones progresistas adopten tácticas y estrategias de proposición de medidas, que al fin y al cabo son y serán de defensa propia. Pero si ésa es una deuda de los grupos intelectualmente más capacitados de la sociedad, que el Gobierno y el modelo que sigue encarnando se hagan cargo de la suya.
Digámoslo de vuelta: al sistema le cierra una policía que se encargue de las poblaciones marginales que generó, mientras asistencializa pobres con planes Jefas y Jefes para que sigan nomás de pobres, pero tiene un cuello de botella severo con una clase media que aun de “veranito” económico se siente insegura (y tiene por qué, claro). ¿Hacia dónde va este enésimo impulso de ir con cuchillo a hueso contra bandoleros federales y bonaerenses? ¿Va hacia acabar con ellos o va a que vuelvan a ser eficientes contra los bolsones de pobreza y marginación para que esa clase media se quede más tranquila?
Si uno observa, ni siquiera con mucho detenimiento, los pasos que Economía dice que quiere dar en aras de una reactivación sostenida, advertirá que no hay paso alguno. Todo se dirige a algunas tibias medidas para beneficio del capital (que tampoco sirven para conformar al establishment, dicho sea de paso), pero el trabajo no llega a estar ni en veremos y la distribución más justa del ingreso directamente desapareció del horizonte prometido. Con un marco como ése, se marcha a consolidar un país con entre cinco y seis de cada diez argentinos que se quedan afuera o en el límite. Una cifra espantosa e incrementada en los grandes conglomerados urbanos. Y en un marco como ése, a la corta o a la larga, el modelo necesita represión.
Este Gobierno no ofrece características que hagan pensar en que reprimirá de manera desembozada. Sería su suicidio político y además no está, o al menos no parece estar, en el espíritu de su principal funcionario. Pero las necesidades del sistema están por arriba de la subjetividad de sus administradores. Y es entonces donde cierra la ecuación de una policía que circunscriba al far west allí donde las clases medias no lo sientan. O donde hagan que no lo pueden ver. En ese sentido, el caso Blumberg supuso un punto de inflexión, porque la policía y suasociación con el delito atravesaron un límite que no debían. Esto es, que los sectores medios perciban y sufran en carne propia la brutalidad del modelo económico en el que una policía así puede ser posible.
Así que, sí. Es la economía, estúpido.