EL PAíS
› OPINION
Alumbramientos
› Por Eduardo Aliverti
Era previsible que ocurriera. El instrumento Blumberg y la crisis energética fueron los detonantes. Pero en cualquier caso se sabía que comenzarían a precipitarse las discusiones de fondo. Y básicamente la más profunda de todas: ¿Se cambia el modelo económico persistente desde la década de la rata o se lo ratifica con maquillajes de discurso progre?
En medio de una situación devastadora de la que no se salió ni mucho menos, excepto si se piensa con mentalidad de números de escritorio, la lógica indicaba que alguna primera de cambio haría saltar los tapones. Primero fue Blumberg, que “devolvió” a la realidad el grado de importancia adjudicado socialmente al tema de la inseguridad. Y que, de yapa o promovido, le surtió a la derecha más reaccionaria un argumento de alta eficacia para cuestionar a un gobierno cuya popularidad venía sin dejarle flancos. Apretado por esa circunstancia, Kirchner apuró un pretencioso Plan Nacional de Seguridad. Lo precedió una movida que se pretende de fuste en el Far West bonaerense y, claro, aunque Arslanian tenga sus compromisos ideológicos y personales con el PJ, por lo menos advirtió que se metería de lleno con la conexión entre las mafias policiales y el aparato peronista del conurbano. Era eso o someterse de entrada a que se lo considerase poco serio. Y con eso bastó para que la banda duhaldista mostrara los dientes, hasta entonces tan filosos como ocultos cuando los kirchneristas hablaban de “transversalidad”. La muestra máxima de esa reacción, tras los cruces verbales, fue la cumbre de la organización en la propia quinta de Duhalde. Las familias hacen esas cosas y se sacan esas fotos sólo cuando registran un peligro inminente.
Sobre llovido mojado, el Gobierno debió admitir, por más que sigue haciéndolo a regañadientes, la severidad de la emergencia energética. Es un asunto que aprisiona por dos costados. Desde el humor popular, restricciones con la luz y el gas jamás pueden ser una buena noticia aunque una comunicación sincera y una retórica convincente podrían ser capaces de amortiguar el efecto. Para que se dé esto último se impone el señalamiento del desastre privatizador producido por la rata, lo cual es a esta altura algo secundario. El problema es que más allá del origen de la crisis hay la presión y extorsión actuales de las corporaciones del área. Kirchner aludió a ellas en su gira norteamericana, pero a la vez aceptó subas para los consumos industriales y, como eventual paliativo, un sistema de “premios y castigos” energéticos sin comprensión popular, que huele a aumento de tarifas encubierto.
Por donde se lo quiera ver, entonces, el denominado final de la “luna de miel” kirchnerista pudo haber sido sentenciado por el instrumento Blumberg y por el factor gas, pero debajo de ambos (apuntarlo parece casi una perogrullada) surgen con toda intensidad aspectos estructurales frente a los que el Gobierno se mostró imprevisor o irresoluto. La pregunta es si estos “disparadores” habrán servido para despertar una visión estratégica. Por lo pronto, el desordenado anuncio de reajuste salarial dispuesto para empleados públicos y jubilados aparenta estar compelido por la conveniencia de hacerle un guiño a la tribuna cuando el partido lo muestra al equipo oficial refugiado en su arco. Es una disposición justa, por supuesto, que repara en ínfima parte a dos de los sectores más postergados de la sociedad. Pero ahora llega o se profundiza el pedido reivindicatorio de otros, como docentes y universidades, y no hay más que satisfacerlos de igual modo.
Se achican así los márgenes para tomar las decisiones que exhibirán el verdadero rostro gubernamental. O se va de frente contra la “nomenklatura” pejotista o se vuelve a transar con ella. O se pone patas para arriba el maridaje institucional con los grupos de la economía concentrada y extranjerizada o se ponen del mismo lado del mostrador. O se satisface la deuda interna con un país cuya mitad de habitantes vive entre la indigencia y la pobreza o se derivan las energías a dejar conformes a losacreedores bajo el manto de una quita que sigue siendo epopeya fiscal. O se redistribuye el ingreso afectando a los que más tienen o cháchara.