EL PAíS
› QUE HAY DENTRO DE LAS CACEROLAS
Adónde va la clase media
› Por Juan Forn
Es muy sugestiva cierta interpretación sotto voce que se ha hecho de los cacerolazos. Un amigo me decía en estos días: “Me preocupa que la clase media que caceroleaputeando por sus placitos fijos no es otra que laque apoyó con su complicidad civil el golpe del ‘76; la invasión a Malvinas en nombre delorgullo folklórico; después votó a Alfonsín por el susto que les metía Herminio ymás tarde toleró y confirmó la reelección de Menem para que siguiera la convertibilidad de Cavallo”. Este amigo incluso me decía que loscacerolazos le recordaban en cierta medida aquellos de las amas de casa chilenas contra el gobierno de Salvador Allende.
No puedo disentir más. Que la gente empezara pidiendo por la liberación del corralito (incluso que ése haya sido el detonante de los cacerolazos-yo diría más bienuno de los detonantes, pero no importa) es perder de vista el fondo que fue adquiriendo después el reclamo, que a esta alturaaglomera una protesta a mi modo de ver histórica, desdela gente de abajo a la de arriba, desde la gente de izquierda a la de derecha: se está pidiendo que nos digan la verdad. Y que obren –y obremos, nosotros también– en consecuencia. Porque el reclamo se ha sincerado. ¿O alguien se cree que la gente no sabe que estamos fundidos? ¿A quién le cabe duda de que todos vamos a perder algo –mucho o poco–en las próximas jornadas, y meses, salvo por supuesto los que no tienen nada? Y creo que también se trata de eso el reclamo: es sugestivo que a nadie –no importa cuán de derecha sea– hoy le pone los pelos de punta que se decida no pagar los intereses de la deuda y usar esa plata para dar de comer –o al menos dar esos planes Trabajar que alcanzó a firmar Rodríguez Saá– a los que están peor, a los más damnificados. Creo que eso era clarísimo en los cacerolazos: y novoy a decir que se palpaba en el aire ni ninguna huevada demagógicade ésas: lo cantaba la gente. Era muy nítido el pedido:un gabinete de salvación nacional en el sentido más cívico del término (gente que lo haga por la patria, y que sea de probada idoneidad, en todos losaspectos: el del civismo, el del saber técnico y el de las ganas de trabajar), más otro Congreso y otra Corte Suprema, que den ambos garantías de legitimidad y de imparcialidad y de autonomía.
Si vamos a permitirnos poner en duda la sinceridad deesos cantos porque los integrantes de esa masa eran clase media, somos unos necios.Alguna vez José Pablo Feinmann me explicó (a propósito de que gente como Cooke viera en Perón el sujeto histórico para el cambio revolucionario) que nadie puede erigirse en sujeto histórico: son las circunstancias las que lo deciden. Eso, me parece, es lo que está pasando hoy. ¿Nos vamos a poner a discutir de dónde viene el clamor y cuán legítimo es? Si lo hubieran impulsado los curas, o los grupos asistencialistas de las villas, o quien fuere, para algunos habría “parido” más legítimo, pero eso no sólo es hablar desde el idealismo sino negar lo obvio: el peso decisivo que le da a toda protesta que se pretenda universal la inclusión en masa de la clase media. Y en este caso no sólo corporizóun sentimiento universal (la indignación, o más precisamente la sensación de que nos imponen la indignidad) sino también una actitud: si estamos todos juntos, no nos pueden forrear (¿o alguien se cree que, si aparecen unos milicos trasnochados a querer alzarse con el poder, la gente no va a salir a la calle?).
Era muy nítido el pedido: otra Corte Suprema, que dé garantías de legitimidad y de imparcialidad y de autonomía; y un gabinete de salvación nacional en el sentido más cívico del término: gente que lo haga por la patria (y que sea de probada idoneidad, en los dos aspectos: el del civismo y el del saber técnico y las ganas de trabajar). Yo creo que los ahorristas (me refiero a esos “damnificados de privilegio”aquienes abrocharon con todos sus ahorros, pero tienen trabajo; es decir que pueden empezar a ahorrar de nuevo) están mostrando una reacción que creo equivocado adjudicar a la proverbial pasividad de la clase media cuando letoca perder: creo, al contrario, que muestran una actitud de lo más infrecuente. No sé si todos, pero muchosestán dispuestos a”ceder” esa partecon que sólo les garanticen que también van a perder “patrióticamente” las empresas privatizadas, la banca, la clase política, los lobbystas, el poder justicial y los sindicalistas. Y ley pareja para todos, desde ahora.
Creo que este pedido de sinceramiento nos exige que sinceremos nuestra manera de ver el mundo: y, mal que nos pese, vernos como integrantes de la clase media.Por la sencilla razón de que, ante la crisisque tenemos delante de los ojos, cada uno de nosotros califica como menos damnificadoque los que no tienen qué comer, y más damnificado que losde los countriesque tienen la guita afuera y un contrato con una multi que estipula hasta un buen monto de despido.Por lo menos por ahora,somos eso.Como la gente de la Plaza era eso (aunque, es cierto,allá hubo muchosque estaban más cerca de los peores damnificados que denosotros).Y la Plaza ha sido, hasta ahora,laforma más expresiva y eficazde canalizar esa indignación y ese reclamo de redefinición total al sistema (y del sistema).
Algunos dirán que precisamente ahí está laabismal diferencia: si hablamos de una redefinición al sistema o del sistema. Personalmente creo que esa discusión es posterior. Las dicotomías izquierda/derecha, peronismo/gorilismo, sistema humanizado o antisistema, me parece que distorsionan una señal evidente. Insisto con el ejemplo de la deuda externa: todos hemos vistodesde el ‘83 hasta el año pasado la mezcla de pavor y sorna en la clase media que producían los partidos de izquierda hablando de no pagar la deuda. Y hoy hasta los másrepugnantes Chicago Boys lo ven no sólo como natural sino inevitable. No creo que el reclamo esté “legitimado” por la opinión de los sátrapas; sí por la opinión de lo que era hasta hace poco silenciosa mayoría.Lo mismo pasa con el tema asistencial: el hambre y los jubilados son la prioridad. Conseguir esas dos cosas y un gobierno que no robe, ¿nos parece poco? En mi opinión, es casi demasiado para que lo pueda canalizar –o vigilar y aprobar– una autoconvocatoria espontánea. Por supuesto que los pasos siguientes son decisivos. Y precisamente por eso hay que encontrar el método máslegítimopara poner en funcionamiento la redefinición del sistema. Que deberá implicar como eje la austeridad (no es casual que en los momentos de austeridad sea cuando menos lejos entre sí están los que tienen más y los que tienen menos).
De las puertas para adentro del Congreso, los políticos sabrán si están respetando la voluntad popular (eligiendo gente por su honestidad e idoneidad) o haciendo lo que hacen siempre (anteponiendo lo partidario y lo conveniente a lo que necesita el país). La gente, afuera, dará su veredicto después. (Y creo que las columnas de Duhalde no van a poder correra los caceroleros. Y dudo quesea tan necio como para pretender intentarlo, pero ya sabemos qué esperar con Duhalde; crucemos los dedos.)Algunos dirán que tomar tan en serio el cacerolazoes defender unagranhermanización del asunto. Yo contestaría que esa misma clase media que hasta hace un mes decidía cuál de los estúpidos de los reality shows se iba y cuál se quedaba,hoy prefiere estar decidiendo quién se queda sentado en el sillón de Rivadavia y rodeado de quién.Para no hablar del aspecto estratégico:¿cuánto tiempo se va a mantener una actitud colectiva tan infrecuente de solidaridad y conciencia cívica en la clase media, si desde arriba y abajo, desde izquierda y derecha, se les dice: “Ustedes no son todos”? ¿Ser solidarios no es sentir que uno es todos? ¿Y cuántas veces se ha dado con tal unanimidad –insisto: con tal unanimidad– un espíritu así,en la Argentina?