Dom 13.06.2004

EL PAíS  › LO QUE HAY DE CALCULO Y LO QUE HAY DE ENOJO EN LA ESCALADA ENTRE KIRCHNER, SOLA Y DUHALDE

Razones y pasiones en las peleas por las Copas

Cuál ha sido la racionalidad de la relación entre el actual y el anterior presidente. Cuáles las pasiones que la nublaron. Qué peso puede tener una contienda electoral frontal en la provincia de Buenos Aires. Y cuál es, de veras, la madre de todas las batallas.

› Por Mario Wainfeld

OPINION

El politólogo sueco que hace su tesis de posgrado sobre Argentina ha resuelto transformar su ira boquense en productividad científica. Ebrio de furor contra el árbitro Claudio Martín, insomne desde el supuesto penal no sancionado al Chacho Coudet, se ha volcado a trazar un improbable paralelo entre el mundo del fútbol (su pasión) y el de la ciencia social (su laburo, que viene descuidando). Imagina una investigación sobre cómo se mezclan la razón y la pasión en la pelea por dos copas: la Toyota Libertadores y la coparticipación federal. El paper (que piensa enviar a su padrino de tesis, el decano de Sociales de Estocolmo) comienza así: “La pelea detona porque hay intereses en juego, pero también porque los protagonistas se calientan. Gallardo se saca por exceso de adrenalina y se hace echar. Luego, racionalmente, trata de arrastrar a la pelea a algún boquense. Pero, literalmente, se le va la mano. No es totalmente frío y calculador. La bronca lo sojuzga, lo excede, contagia en exceso a sus compañeros. ¿Hasta dónde llega la astucia, hasta dónde la cólera? ¿Por qué no pensar las peleas políticas, por ejemplo la de los últimos días, como una mezcla tensionada de cálculo y obnubilación?”.
El periodista independiente, amigo del politólogo y primo de la pelirroja progre que se ha vuelto kirchnerista pero que odia a Torcuato Di Tella, espía con interés el texto de su cofrade escandinavo.
Felipe es Felipe
–¿A usted le parece racional armar un escándalo por una discusión que está en el freezer, como poco, hasta el año que viene?
Un ministro del gobierno nacional formula esa pregunta, cuya respuesta da por descontada. Página/12 ni tiene que contestar, el hombre sigue hablando sin esperar réplica. Acude al deporte favorito de kirchneristas (delante del micrófono y off the record) y duhaldistas (off the record) de los últimos días: criticar despiadadamente al gobernador de la provincia de Buenos Aires por haber hecho un caso de la ley de coparticipación federal. Solá la repuso en el centro de la agenda, siendo que el Gobierno venía hablando con el Fondo Monetario Internacional (FMI) y el Tesoro norteamericano para diferir su tratamiento. Néstor Kirchner y Roberto Lavagna hablaron hace ya meses sobre ese tópico con John Taylor. El ministro de Economía viene confiando en que, a ese respecto, logrará un waiver del FMI. Así las cosas, la insistencia de Solá para debatir la tajada de su provincia (un reclamo sensato para formular en su momento) sonó fuera de contexto. Y detonó surtidas furias en el Gobierno. Algunas pueden ser (desde La Plata son) sospechadas de interesadas y funcionales a proyectos políticos preexistentes: es el caso de Aníbal Fernández, que ha lanzado con espíritu madrugador su candidatura en provincia. Pero el gobernador se ganó a pulso nuevos enconos en las semanas recientes. Por ejemplo, el de Lavagna, a quien desagrada que le metan ruido en su negociación con el FMI. El ministro de Economía computa que la presentación de la propuesta de Buenos Aires fue un éxito, que los silencios del G-7 y del G-8 son “lo mejor que se puede esperar”, que los empresarios y los sindicatos reaccionaron con sensatez, que los políticos opositores fueron moderados en sus comentarios. Los ruidos que pueden repercutir en el exterior –estima Economía– fueron aportados por las novilizaciones piqueteras (ocupación de Repsol incluida) y, claro, por “Felipe”. Dos desmesuras cometió Solá en cuestión de horas, según lo ve Lavagna. La primera fue amenazar con trabar la Ley de Responsabilidad Fiscal a las resultas de cómo iban las tratativas por la coparticipación. La segunda, querer uncir a su carro a los restantes gobernadores.
Ambas resultaron desafíos insoportables para el gobierno nacional en su conjunto. Es que el FMI –que quizá permitiera cajonear la ley de coparticipación– no tiene igual tolerancia respecto de Responsabilidad Fiscal. Lavagna quiere apurar su tratamiento. “Es una norma marco, que sistematiza criterios existentes. No es conflictiva. La necesita Argentina en una dura negociación internacional. Felipe no puede entorpecerla”, dicen que dijo Lavagna a su gente. Y a Solá. El ministro de Economía, ya lo anticipó Página/12, está convencido de que Duhalde (con quien dialoga asiduamente) no acompañaba a Solá en trabar la Responsabilidad Fiscal.
Kirchner compartió la bronca de Lavagna y le adicionó su propio estilo. La Casa Rosada se transformó en ámbito propicio para un desfile en fila india de gobernadores que desnudaron, agravando, la soledad de su colega bonaerense. “¿Vio esos recitales que se convocan pidiendo al público que lleve un juguete o un libro? Acá todos tenían que traer una puteadita a Felipe”, bromea, apenas, un inquilino de Balcarce 50.
El bonaerense fue vapuleado por el Gobierno, cuyos integrantes predican distintas versiones de la frase presidencial “Felipe es Felipe”. Su mínimo común denominador es atribuir las movidas que vienen de La Plata más a vaivenes emocionales del gobernador (hijos de sus celos, de su obsesión por competir por Kirchner, de ciertas paranoias, según los intérpretes) que a sensatez política.
Cerca de Solá explican que el gobernador fue obligado a “salir”, asfixiado por la falta de diálogo que le imponía el Gobierno. Y que el encuentro del viernes lo recolocó como “conductor” del peronismo bonaerense. Condición que ratificó marcándoles la cancha a intendentes del Conurbano que lo venían puenteando para hablar con Kirchner. Se trata de Hugo Curto, de Tres de Febrero, y Julio Pereyra, de Florencio Varela, a quien Solá habría exigido verticalidad en duras conversaciones sostenidas anteayer.
Visto desde afuera cuesta entender por qué Solá anticipó, y escaló, un debate en el que llevaba todas las de perder y topó con Kirchner. Máxime si se acepta que, como dicen sus allegados, el gobernador quiere diferenciarse de Eduardo Duhalde, quien, instado por la razón o por la pasión, terció en la pelea.
Canadá, provincia de Buenos Aires
- “Felipe es el gran responsable. El obligó a salir a Kirchner y a Duhalde. Le mojó la oreja a Kirchner y el Gobierno le dio como en bolsa. Cuando lo estaban pateando en el piso, Duhalde tuvo que defenderlo, es que al fin y al cabo es el gobernador de su provincia que queda colgado del pincel. Es la segunda vez que el Negro debe aparecer para ayudar la gobernabilidad de Solá: la anterior fue cuando la crisis por la seguridad. Ahí fue Duhalde quien mocionó a Graciela Giannettasio como ministra interina de Seguridad, comprometiendo al duhaldismo en el problema. Y ayudó a la designación de León Arslanian.” Palabra más, palabra menos, esa es la explicación de dirigentes duhaldistas de buena relación con el gobierno nacional.
- “Duhalde fue víctima de su afán desesperado de protagonismo. No se banca estar retirado, aunque diga lo contrario. Y ahora lo va a pagar.” Tal la versión del ala dura del kirchnerismo, con intereses en la provincia, que viene apareada con una profecía plena de aguante y no exenta de sarcasmo: “Se equivocó y ahora tendrá que ponerse a la cola o confrontar con nosotros en la provincia. Y aunque fantasee que no seamos tan temibles como Graciela y De la Rúa (que le ganaron en el ’97 y el ’99), va a tener que hamacarse”.
Entre las dos hipótesis, como se ve, media un campo. La primera alude a un Duhalde “sistémico” y racional jugando como equilibrio entre Nación y Provincia. La segunda a un caudillo parroquial, obnubilado del síndrome de abstinencia del poder, que no puede sostener el lugar que él mismo eligió. Quién sabe, tal vez haya de todo un poco.
Hasta ahora, la relación entre Kirchner y Duhalde ha estado caracterizada por un alto grado de racionalidad, signada por la cultura peronista del poder. Duhalde, que suele transigir con sus límites, se acomodó a la candidatura presidencial de Kirchner, después de que naufragaran las de Carlos Reutemann y José Manuel de la Sota, que le venían mejor. Kirchner se avino a ser acompañado por el aparato del peronismo bonaerense, que no le cae especialmente simpático.
Conocedor de Kirchner y de la lógica del peronismo, Duhalde no esperó jamás (como fabularon intérpretes menos avisados) que el patagónico fuera su Chirolita. Ambos conocían, a grandes rasgos, lo que se venía. Tanto que durante un año de gobierno su coalición funcionó casi sin conflictos serios. Duhalde garantizó la gobernabilidad, injirió poco en la política local y su bloque de diputados fue “un fierro” para el actual Presidente. A su turno, Kirchner le facilitó a Duhalde un sitial de “ex presidente” ignoto en la Argentina: un hombre “del sistema”, de consulta, garante de la gobernabilidad, dotado de prestigio interno y externo. Esquema en los papeles funcional a ambos. Pero, en acto, los elogios a Duhalde suelen incordiar al Presidente. Kirchner suele racionalizar su malestar: “Yo le digo a Eduardo ‘ojo con algunos elogios a tu figura que a menudo encubren una crítica a mí. No sea que te conviertas en una bandera de la derecha’”. Cerca de Duhalde alegan que la pasión nubla a Kirchner, víctima de algo parecido a los celos.
Moviendo las trincheras
Más allá de las tirrias, la relación no es estática. Bien vista, parte de un implícito bien complejo de sostener en el día a día: el escenario más propicio para ambos es aquel en el que el prestigio de Kirchner crezca y el de Duhalde se consuma, acaso a menos velocidad. Duhalde ha venido aceptando esta regla a la que contribuyó de entrada, hurtando su cuerpo a la situación nacional. Un designio que viene dejando de lado cada vez con más frecuencia.
Peronistas al fin, los dos políticos más poderosos de la Argentina no dejan discurrir “ecológicamente” su relación: de vez en cuando se topan, chocan, se tirotean desde las respectivas trincheras. Y luego frenan, acomodándose a sus nuevas posiciones relativas. En general, tras retirar heridos y muertos, las tropas de Kirchner avanzan algo.
La confrontación electoral es una de esas trincheras. Acaso la primera que existió desde el vamos, en la contienda misionera entre Ramón Puerta y Carlos Rovira. Y, algo más velada, en la lid entre Aníbal Ibarra y Mauricio Macri.
En esa lógica se inscribe la candidatura bonaerense de Cristina Fernández de Kirchner, que el Gobierno viene instalando desde hace meses y ahora es un hecho (ver páginas 2 y 3). La Rosada avanza sobre una debilidad reconocida por Duhalde: la mayoría de sus incondicionales son impresentables, cuando no piantavotos. El ex presidente ha venido acomodándose a esa circunstancia y tal vez por eso bendijo en su momento el desembarco de Cristina, desoyendo los lamentos y las invectivas de sus huestes. Empezando por la patrona, Hilda González, que es menos transigente que el hombre de la casa y que (quizá por eso) suele espejar mejor los humores del duhaldismo que Duhalde mismo.
La madre de todas las batallas
Claro que no todo es cabeza fría. Duhalde puede sentirse un estadista cuando declama que su tiempo “ya fue”. Y enfadarse cuando Aníbal Fernández (tan luego él) le enrostra su propia frase. Los seres humanos son así, vulnerables, contradictorios. Quizás en la escalada verbal de esta semana el bonaerense pagó más tributo a sus pasiones que a su razón.
Pero es posible que, en el largo plazo, trate de volver a la sensatez de reconocer sus límites. Y que, siendo un hecho la candidatura de Cristina Fernández, se avenga a discutir los garbanzos al interior de la nueva situación. Quizás especule con que la fuerza electoral leal al Presidente no es tan consistente como pretenden en la Rosada. Por ahora, los intendentes transversales no parecen garantizar éxitos futuros en las urnas. Hermes Binner no controla su partido, pleno de tics díscolos y hasta gorilas. Luis Juez no da la sensación de tenerlas todas consigo en la gestión. Y Aníbal Ibarra, el más viable de los tres, no se consolida como figura convocante.
Es que, si bien se mira, la madre de todas las batallas entre Kirchner y Duhalde (aunque muchos protagonistas opinen lo contrario) no es la puja electoral, abierta a la negociación, si todos saben entender las correlaciones de fuerzas.
La batalla cabal, quizá no pasible de negociación, sería aquella en que la avanzada kirchnerista develara la siempre denunciada y jamás probada del todo relación entre el crimen organizado (incluida la Maldita Policía) y la política bonaerenses. Una situación que no habilitaría sensateces o retrocesos más o menos ordenados del duhaldismo. Una situación que, más allá de escaramuzas menores, no existe aún. Pero que quizá los contendientes –peronistas al fin, prestos a emocionarse cuando husmean sangre– empiezan a presentir como más cercana en el corto plazo, el único que cuenta en la Argentina.

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