EL PAíS
› CRISTINA FERNANDEZ, CANDIDATA EN 2005
Gobernabilidad
Cristina Fernández será candidata por Buenos Aires. En la boleta justicialista, como parte de una negociación con el duhaldismo, o en la del Frente para la Victoria, con acompañantes cuyo solo nombre constituya un deslinde inequívoco con el envejecido aparato. El caso paradigmático sería Marcelo Saín. Kirchner no dejó pasar el error autodescalificatorio de Duhalde de confrontar por la coparticipación de impuestos y volvió a aislarlo. Ni las provincias ni el FMI lo acompañan.
› Por Horacio Verbitsky
Al cabo de un año de gobierno el presidente Néstor Kirchner decidió asumir lo que comentaristas independientes, como la ex diputada radical Elisa Carrió y el historiador neoconservador Rosendo Fraga, señalaban con lucidez desde el primer día: que la clave de la gobernabilidad en la Argentina pasa por su relación con el ex Senador Eduardo Duhalde y con el aparato justicialista de la provincia de Buenos Aires. Cada uno lo interpreta a su manera, pero esos matices son secundarios a la constatación principal.
No es que Kirchner no lo supiera. La diferencia es que ahora ese trasfondo ha pasado al primer plano, y no lo abandonará en el segundo año de su mandato de cuatro y medio. En algún sentido el episodio de la semana pasada sigue la misma pauta de los anteriores (en torno de la política de derechos humanos y de seguridad o el Congreso justicialista, por ejemplo), con oscilaciones bruscas de temperatura verbal que luego se apaciguan sin efectos institucionales serios. Pero hay al menos tres diferencias fundamentales:
1 por primera vez Duhalde cometió un fenomenal error político y Kirchner no dejó pasar la oportunidad;
2por primera vez Kirchner dijo en público alguna de las cosas que piensa de Duhalde y acerca del vínculo común;
3la participación de Cristina Fernández de Kirchner como candidata en las elecciones bonaerenses a senador nacional en 2005 ha dejado de ser una hipótesis especulativa para convertirse en una decisión tomada, de la que sólo falta elaborar algunos detalles operativos, aunque ni siquiera demasiados. El principal: si será cabeza de la lista oficial de su partido, con un porcentaje de asientos para los duhaldistas, o si conformará el Frente de la Victoria, sin concesiones al aparato justicialista.
Cada punto merece su desarrollo.
El error de Duhalde
Haber elegido para confrontar con Kirchner el tema de la coparticipación de impuestos constituye un error descalificatorio para alguien que pretende jugar en Primera A Nacional. En un minuto, Duhalde perdió lo que había construido con tenacidad y empeño durante muchos años y volvió a encerrarse en los límites de su provincia, con resignación voluntaria de su trabajosa dimensión nacional. Tal como había hecho ante el grosero desliz del ex presidente de la Corte Suprema de Justicia Julio Nazareno, Kirchner le tomó la palabra y obró en consecuencia.
Caudillo del sur del Gran Buenos Aires, Duhalde puso un pie en la escena nacional en 1988, cuando se cruzó de bando y abrió la puerta para la penetración del riojano Carlos Menem en un distrito que hasta entonces se consideraba bajo control del otro precandidato justicialista a la presidencia, el gobernador Antonio Cafiero. Buenos Aires era importante en la aritmética política, porque sus delegados formaban la primera minoría en el Colegio Electoral que designaba al presidente y vice. Pero ese sistema indirecto que rigió desde 1853 tendía a compensar las desigualdades demográficas con una desproporción representativa favorable a los distritos más pequeños, tal como ocurre con la asignación de senadores y diputados nacionales. Con indiferencia por su padrón, cada distrito envía al Congreso tres senadores y no menos de cinco diputados. A partir de la reforma constitucional de 1994, el caudal de Buenos Aires, más que importante es decisivo para una elección presidencial en distrito único. Desde que el voto directo suplantó al Colegio Electoral, cada provincia pesa tanto como su porcentaje de habitantes sobre el total nacional. Buenos Aires incrementó su representación de menos del 25 porciento de los electores en el Colegio a casi el 40 por ciento que tiene en el padrón de votantes directos.
Esto significa un crecimiento de casi el 15 por ciento en su peso específico. Desinteresado de otra cosa que no fuera su reelección, Menem concedió esa enmienda aberrante a otro caudillo bonaerense, el ex presidente Raúl Alfonsín. La lógica de esa reforma era la conformación de mayorías nítidas, con una doble vuelta que superara la fragmentación de los colegios electorales. Pero basta con los resultados de la elección de 2003 para saber que la reforma estuvo mal concebida porque no tomó en cuenta la particularidad de la cultura política local, y que en vez de remediar los problemas los agravó. Contradice, además el avance hacia al parlamentarismo, otro de los declamados objetivos de la reforma.
Desde entonces el control político de Buenos Aires, varios de cuyos municipios están más poblados que la mayoría de las provincias pasó a ser clave en la decisión del poder nacional. En 2002 Duhalde se convirtió en el primer gobernador bonaerense que ocupó la Casa Rosada, pero no por el mecanismo constitucional previsto, sino como consecuencia de un golpe de mano. Vicepresidente por dos años, gobernador por ocho, había perdido en todas sus confrontaciones con Menem (e incluso con Fernando de la Rúa) porque su horizonte intelectual no iba más allá de la avenida José María Paz. Un buen reflejo de ello es la conformación de su equipo de colaboradores. Cuando Menem moraba en el Polideportivo de Olivos su gabinete incluía riojanos, porteños, cordobeses, riojanos, chaqueños, mendocinos, riojanos, tucumanos, santiagueños, pampeanos y riojanos. Con Duhalde, en cambio, apenas los dos representantes de José Luis Manzano (Miguel Toma y Jorge Matzkin) interrumpían el homogéneo panorama de bonaerenses que se sentaban junto al senador por Buenos Aires que desempeñó en forma interina el Poder Ejecutivo Nacional. La liga de gobernadores que remeda alguna forma de federalismo en un estado cada día más unitario lo toleró a desgano, porque el único entusiasta por el mismo cargo no necesitó más de 48 horas para dejar en claro que no se proponía dejarlo nunca.
En el tema de la coparticipación de impuestos ocurre lo contrario que con la representación política. En esa nómina, Buenos Aires está sub expresada. Recibe un porcentaje de la masa coparticipable menor que el de su población. En 1984 Alfonsín lo disminuyó aún más, porque necesitaba recursos para negociar los votos de la mayoría peronista en el Senado sin los cuales hubiera debido renunciar aun antes a la presidencia. Igual que ahora, Buenos Aires estaba gobernada por una figura irrelevante, porque los caudillos no permiten el surgimiento de alternativas que amenacen su poder, de modo que las decisiones se tomaban en Chascomús, como ahora en Lomas de Zamora. El proyecto oficial de ley de coparticipación es de un minimalismo excesivo y descoordinado de otros temas que son en realidad inescindibles, como las reformas tributaria y previsional, el manejo de la deuda pública, las normas de responsabilidad fiscal, y la forma que asuma la Oficina Fiscal Federal (OFF), así bautizada por alguien que no sabía inglés.
Como señala el tributarista Jorge Gaggero, con el golpe de 1930 comenzó un proceso de retroceso de las provincias en el ejercicio de sus atribuciones sobre la tributación, directa e indirecta. En consecuencia cada vez son más dependientes de las transferencias de los recursos de su propiedad que el gobierno nacional gestiona con creciente discrecionalidad. Hace un siglo las provincias financiaban más del 90 por ciento de sus gastos con recursos propios, hace medio ese porcentaje se había reducido al 50 por ciento y hoy apenas supera el 30 por ciento. El proyecto propio que presentó el gobernador de Salta, Juan Carlos Romero, apunta a devolver a las provincias la recaudación de diversos impuestos y corregir así el desequilibrio fiscal vertical, que afecta tanto la marcha de la economía como la práctica de la responsabilidad fiscal y el propio funcionamiento del régimen democrático. Pero la oposición a ese diseño requeriría de una sutileza de manejo político, tanto en la relación con las demás provincias como con el gobierno federal, de la que Duhalde y sus mandaderos carecen.
Kirchner los descubrió a contrapié y fue implacable. Explotó al máximo la situación y consiguió aislar a Duhalde en una medida y con una contundencia asombrosa. Durante tres días desfilaron por el despacho presidencial todos los gobernadores que Kirchner quiso (sólo excluyó a uno) y al salir expresaron su rechazo a los planteos bonaerenses. El mal paso también comprometió el rol de garante y aglutinador de todas las derechas al que Duhalde aspiraba. No hay dudas de que en el tema de la coparticipación, no sólo los gobernadores sino también los organismos financieros internacionales coinciden con la posición del Poder Ejecutivo. Ni hablar del ministro de Economía, Roberto Lavagna, quien tuvo al tanto a Kirchner en tiempo real de cada gestión reservada que intentó Duhalde. Comienza así una nueva etapa.
Deudas y deberes
De la diferente relación de fuerzas da cuenta la frontalidad de las definiciones presidenciales acerca del ex senador. Kirchner preguntó quién era Duhalde para decidir cuál es la verdad, dijo que no le debía nada, descalificó a la burocracia política bonaerense, rechazó los pactos corporativos y aludió al uso de los fondos remitidos por la Nación a Duhalde con la inequívoca palabra “botín”. Al enumerar los beneficios económicos que Buenos Aires ya obtuvo (por la mayor recaudación, la absorción de cuasimoneda y otros déficit, el Programa de Financiamiento Ordenado, la realización de obras hídricas y de infraestructura) dejó ver el uso que concibe para el Fondo de Infraestructura, que estará vigente durante el mismo tiempo de su mandato presidencial. La llave de esa caja no se alejará de la Plaza de Mayo. El método de concentración de poder no difiere de los que aplicaron los gobiernos anteriores, cada uno en la medida de sus posibilidades políticas. La diferencia no menor con los otros mandatarios justicialistas es que, al menos por ahora, no se han detectado ladrones de los caudales públicos en las inmediaciones de Balcarce 50. Los interesados en esta materia deberán seguir con atención la posible compra del Banco del Suquía por el burgués nacional (Kirchner dixit) Jorge Brito, quien ha engrosado la selecta lista de sus amigos que ya integraban Emir Yoma y Christian Colombo.
Cuando se habla de deber, el sentido es doble. Es discutible que Kirchner no le deba a Duhalde, al menos en parte, su inesperado acceso a la presidencia. También es cierto, como dijo, que Duhalde no tenía más alternativas: el único de sus candidatos que se sintió en condiciones de aceptar el desafío nunca pudo lucir su costosa cabellera más allá de los límites de su provincia. Kirchner tampoco ha sido mezquino en la retribución de aquel apoyo, al conservar en el gabinete a cuatro de los bonaerenses que integraron el de Duhalde, cuando sólo uno de ellos aportaba algo al haber propio del patagónico. A esta altura, Duhalde ya debe haber entendido que el origen no es el destino y tal vez se sentiría más tranquilo si en las filas kirchneristas no hubiera tantos conocedores de su vida y milagros, de sus andanzas y vulnerabilidades.
En cambio no está en discusión que el deber de Kirchner es asegurar la gobernabilidad. Grandes empresarios, analistas interesados y desinteresados, políticos de todos los colores opositores, temen que la confrontación repita el viejo hábito peronista de transferir al aparato estatal sus querellas intestinas, con consecuencias nefastas para la economía, la política y la institucionalidad. Hasta ahora no ha ocurrido nada de ello, lo cual tampoco significa que no vaya a suceder. La historia es una ayuda insustituible para predecir el pasado, pero sólo dirá algo acerca del futuro si se cotejan sus ocurrencias con las de un escenario distinto, como el que plantea todo presente. Como escribió el poeta Paul Valéry, el problema de nuestro tiempo es que el futuro ya no es lo que era. Todo parece indicar que Duhalde lo sabe y que no se embarcará en una lucha total de la que nada bueno puede esperar. Aunque hoy parezca un pasado remoto, cuando Kirchner asumió la presidencia los dirigentes políticos no podían salir a la calle sin exponerse a un disgusto. Ese fantasma sigue a la vuelta de la esquina. Si Duhalde optara por una táctica de obstrucción en el Congreso y/o de agitación en las calles, podría volver a corporizarse, al menos para quienes adhirieran a esa táctica que Kirchner motejó de extorsiva. Por eso es imaginable que el ex senador preferirá negociar espacios de repliegue con un presidente que ha restaurado, aunque sea en forma precaria, el nexo cortado entre la política y la sociedad y que ha tenido con él no pocas consideraciones personales, como el cargo sudamericano para el que lo designó, en atención a sus conocimientos y talento en la materia.
Ello introduce al tercer punto.
Mover la Dama
En 1965, cuando Augusto Vandor intentaba crear un peronismo sin Perón, el ex presidente exiliado envió a su esposa a la Argentina. Con su pintoresco acento madrileño esa señora hizo campaña para las elecciones gubernativas en Mendoza en favor del candidato de Perón, quien venció al de Vandor. La división permitió que se impusiera el candidato conservador, pero al gobierno radical no le molestó porque su único pavor era que triunfara el peronismo. En la pintoresca jerga justicialista el episodio se describió en términos ajedrecísticos como “Mover la dama”. Dicho lo cual debe agregarse que aquel episodio de hace 40 años no guarda punto de comparación con la candidatura de la senadora Cristina Fernández de Kirchner en las elecciones legislativas de 2005. No cruzará el océano para apoyar a quien le indique su esposo en un territorio desconocido. Será ella misma quien concurse, en la provincia en la que nació y donde comenzó su militancia política. El exilio interior luego del golpe de 1976 la llevó a la provincia de su esposo, que en 1991 la eligió como su representante al Senado. Ese mandato concluye en 1995 por lo cual, además de reunir todos los requisitos constitucionales y legales, su candidatura tiene la legitimidad ética que le faltó a Graciela Fernández Meijide cuando dejó una senaduría para aspirar a una diputación y que le faltaría en caso de presentarse a Hilda Beatriz González de Duhalde, electa hace dos años para un período de cuatro como diputada nacional.
La presentación de Cristina Fernández en los próximos comicios bonaerenses es una decisión tomada, de la que no habrá retroceso. La única duda es con qué lista lo hará. Ante las primeras versiones conjeturales, hace un par de meses, Duhalde dijo que le parecía una excelente candidata. Esto hace previsible que una vez formalizado el anuncio, proponga la negociación que no aceptó en 2003, cuando se reservó el diseño de la lista de aspirantes a la Cámara de Diputados, sin ceder uno solo de los puestos. En tal caso, la senadora Fernández deberá decidir si está dispuesta a encabezar la boleta justicialista con las indeseables compañías que ello implica. Si lo consultara con su esposo, es posible que el presidente Kirchner le sugiriera imponer dos condiciones mínimas: ceder al duhaldismo sólo el 40 por ciento de los puestos de la lista, y reservarse poder de veto acerca de los nombres que la integrarían. Si siguiera sus propios impulsos plantaría bandera con el rótulo del Frente para la Victoria y desafiaría al aparato duhaldista en su propio terreno con el declarado propósito de batirlo y consumar la ruptura con un estilo político aborrecido.
Un año en la Argentina equivale al largo plazo. Lo único responsable que puede decirse es que si los comicios fueran hoy, la lista de Duhalde disputaría el segundo puesto con los gajos radicales que responden a López Murphy, Carrió y Federico Storani. En ese caso, el kirchnerismo obtendría el 50 y no el 60 por ciento de los diputados nacionales. Pero habría batido en su propio terreno al último aparato político que conservó parte de su organización después del colapso de 2001. Los intentos que Kirchner hizo hasta ahora para crear una alternativa electoral al duhaldismo fueron un fiasco. La candidatura de Luis D’Elía no llegó al uno por ciento de los sufragios, como ocurre con las de la paleoizquierda. Pero en cuanto se anuncie el lanzamiento de Cristina Fernández, habrá cola de peronistas para acudir en auxilio de la victoria, tal como Duhalde hizo en 1988. En política como en amor para adivinar cómo terminará una historia ayuda conocer cómo empezó. Un problema adicional para Duhalde es que, como de costumbre, carece de candidatos aceptables. Su esposa estaría recién en la mitad de su mandato como diputada. La única alternativa sería la candidatura del propio Duhalde. Semejante exposición personal, con apellido y todo, tornaría el fracaso en una catástrofe. “Yo soy el padre de la derrota”, dijo Duhalde con sinceridad infrecuente en 1997. Es dudoso que quiera más de lo mismo.
Si Cristina Fernández colocara su candidatura al frente de una lista propia, sin parásitos, yernos ni malandras, el resto de los postulantes deberían ser personas cuyo solo nombre constituyera un deslinde con el aparato del senador bonaerense y simbolizaran el cambio de escenario. En ese sentido habría que pensar en nombres como el de Marcelo Saín, quien debió alejarse del ministerio de Seguridad bonaerense luego de definir con precisión en qué consistía el problema y quien dos veces fue vetado por el duhaldismo para cargos relevantes en los gobiernos nacional y provincial. Aislado una vez más de las provincias, sin proyecto ni candidatos, Duhalde deberá elegir entre la discreción del ocaso o la estridencia del emblema, en el útil papel que hace dos décadas desempeñó el compañero Herminio Iglesias.