Lun 14.06.2004

EL PAíS  › BERNARDO KLIKSBERG, ECONOMISTA

“No ser corrupto es la exigencia mínima”

Asesor de organismos internacionales, recientemente dio un seminario a funcionarios en el que explicó el rol del Estado y sobre todo la regla de que “a más ética, más desarrollo”. En este diálogo, cuenta cómo se articulan precios y prácticas justas con ganancias y crecimiento.

› Por Cledis Candelaresi

“Más ética, más desarrollo” contraría en forma rotunda el pensamiento ortodoxo, según el cual la solidaridad y la moral nada tienen que ver con los motores de la economía. Su autor, el economista Bernardo Kliksberg, asesor de la ONU, el BID y la Unesco, entre otros organismos internacionales, acaba de defender esa vinculación ante un grupo de funcionarios reunidos por Presidencia en la Casa Rosada, durante un seminario en el que explicó el estratégico papel del Estado en una organización económica más igualitaria. Aquel nexo explica parte de la bonanza de los países nórdicos y funda novedosos fenómenos, como que el principal flujo de capitales hacia América latina son las modestas remesas de dólares que envían los emigrantes a sus allegados: 38 mil millones de dólares anuales girados, por amor, desde los países desarrollados.
–¿Es posible para la Argentina, que privatizó todo, reasignarle al Estado un rol activo en la economía?
–Pasamos de la época en la que se creía que el Estado podía hacerlo todo a la idea de prescindir de él, ambas erróneas. Ahora surge la visión de que sin Estado no puede haber desarrollo y que tiene responsabilidades indelegables como garantizar la salud, educación y seguridad. Pero un Estado descentralizado, transparente y que interactúa con la sociedad. El Estado es un actor social. El otro es la empresa, protagonista de un fenómeno poco desarrollado aquí pero importante en el Primer Mundo: el de responsabilidad social empresaria.
–¿Eso entraña para las empresas la obligación de resignar utilidades, por ejemplo, para pagar mejores salarios o cuidar el medio ambiente?
–Cuando se lo ve en términos tradicionales se piensa sólo si se pierde o no dinero. Pero este tipo de obligación se mide por el ISO de calidad social a través de varias dimensiones. Una es la de juego limpio con los consumidores: hoy en Europa hay 250 etiquetas de “precio justo” y en la Argentina acaba de presentarse en el Congreso un proyecto para crearla. Ese etiquetado significa que el precio es razonable y acorde a la calidad, avalada por un laboratorio de observadores civiles. Bélgica fue más allá y sacó la ley de la “etiqueta verde”, de buen trato con el personal y con el medio ambiente. La semana pasada se creó una ONG que ayudará a empresas de biotecnología que están trabajando en proyectos de punta, a partir de la reconstrucción del mapa genético del género humano. Una de ellas tiene casi creada la vacuna contra el cólera que serviría para salvar la vida a millones de personas en Africa pero, como empresa pequeña, no tiene la posibilidad de financiar la última etapa de la investigación ni acceso a los mercados. En los países desarrollados se dice que una empresa que no es responsable socialmente no es competitiva. La ortodoxia económica sostiene que la empresa sólo se mueve por afán de renta. Pero ahora hay movimientos de consumidores en Estados Unidos: hay 50 millones que eligen comprar productos “saludables” y “de empresas éticas”. Ellos compran productos por 250 mil millones de dólares anuales.
–¿No es paradójico o contradictorio que haya movimientos así en un país que invadió Irak?
–La realidad es muy compleja y demostró que siempre nos supera. Como consecuencia del caso Enron, los inversores corporativos pequeños se retrajeron mucho y ahora buscan fondos de inversión social: seleccionan empresas socialmente responsables. Prefieren ganar menos pero optan por una empresa más “confiable”.
–Da la impresión de que América latina aún está muy lejos de juzgar la realidad bajo estos parámetros.
–El concepto es muy incipiente en América latina. Hay países donde rige la idea más atrasada, que reduce la obligación empresaria al pago de impuestos. Un nivel más avanzado es el de la filantropía empresarial. Pero en la región el nivel de donaciones en América latina es todavía muy atrasado respecto del que existe en países desarrollados, en función de sus ventas totales. Subiendo en la escala, están la responsabilidad social empresaria y la ciudadanía corporativa. Esta última empezó a desarrollarse sólo en Brasil, donde hay cien empresas que intervienen en el Plan Hambre Cero. En la Argentina hay un gran potencial, una gran exigencia ética latente. Los líderes empresariales reconocieron en una encuesta que hizo IDEA que este concepto está atrasado y otro estudio demuestra que la gente está dispuesta a pagar más por productos de empresas socialmente responsables. Otro concepto clave es el del voluntariado: está demostrado que si una empresa apoya al personal que hace este tipo de prácticas, la productividad laboral sube. En los países nórdicos se calcula que genera entre el 5 y 10 por ciento del PBI, y en Brasil, el 2,5 por ciento. En la Argentina del 2001 y 2002, el número de personas que hacían trabajo voluntario se triplicó y llegó a 7 millones de personas.
–¿Las multinacionales no tienen comportamientos diferenciados según el país en el que estén radicadas? Estoy pensando en Nike, por ejemplo, que utilizaba mano de obra infantil en naciones en desarrollo.
–Tiene mucho que ver lo que la sociedad les exija. El código de ética de las empresas nórdicas es muy exigente, pero como la sociedad pide más, las cámaras empresarias contrataron a Amnesty International para fiscalizar el cumplimiento de sus obligaciones éticas. En Europa tiempo atrás pagar sobornos no significaba infringir ninguna legislación. Ahora, después de que la sociedad civil se institucionalizó, está terminantemente prohibido hacerlo. Lo mismo ocurre con el trabajo infantil. Hay una evolución en este sentido. El Latinbarómetro del 2003 demuestra que el 89 por ciento de los latinoamericanos considera que el grado de desigualdad en América latina es muy injusto, algo que no ocurría en los ‘90. También piensan que el problema de la falta de empleo es por las políticas públicas inadecuadas. Hace un tiempo se lo atribuían a causas individuales, incluida la vagancia.
–¿Y esto tiene impacto económico?
–En este momento, hay un fenómeno insólito y de gran impacto en América latina, que es el de las remesas migratorias: los ahorros que 10 millones de latinoamericanos envían a sus familiares en los países de origen. Se van a los países desarrollados a hacer trabajos de poca calificación y donde son pobres: ganan alrededor de 20 mil dólares por año y cerca de un 15 por ciento lo envían a sus países de origen en diez remesas anuales de entre 200 y 300 dólares. En el 2002 mandaron 30 mil millones de dólares y en el 2003, 38 mil millones de dólares. Es la principal fuente de ingresos en América latina, más que la Inversión Extranjera Directa. Incluso, hay naciones que no serían viables sin esas remesas. Como El Salvador, Guatemala o Nicaragua, donde representa el 15 por ciento del PBI. El primer ingreso de México es el petróleo y el segundo las remesas, por encima del turismo. El año pasado fueron 5500 millones de dólares. Es la fuente de capitales Nº 1 de América latina y con todos los beneficios: no hay intereses, no son golondrinas, benefician a las familias más pobres y por ello se convierten en red de protección social. Como sus destinatarios gastan todo lo que reciben, ese dinero tiene un efecto reactivador. En todo el planeta esas remesas llegan a los 100 mil millones de dólares. Esto es un gran movimiento de reequilibrio social motivado por la ética: la solidaridad familiar es un valor ético muy profundo y esto rompe el texto de la economía ortodoxa.
–Pero una cosa es la ética individual, motivada en el bienestar del círculo íntimo, y otra la de la empresa, que tiene que planificar acciones para beneficio de otros.
–Si existe el impulso individual se pueden construir respuestas colectivas. Un ejemplo. Las empresas intermediarias en el caso de las remesas cobran comisiones injustificables de entre el 10 y el 20 por ciento. Se está trabajando para que los municipios de los países en desarrollo, a cambio de una retribución de sólo el 0,5 por ciento, hagan esa tarea y retengan un dinero que servirá a la comunidad.
–¿Cuál es la respuesta ética apropiada para solucionar el problema de la deuda argentina: que los acreedores resignen, que el deudor pague?
–La mejor respuesta está contemplada en la Biblia a través del Jubileo, donde se postula una solución que no pervierta al acreedor y salve la dignidad del deudor. La propuesta del Papa incluye la condonación de la deuda externa de los países más pobres y la renegociación del resto.
–¿La propuesta argentina a los acreedores contempla esa dimensión?
–Creo que la Argentina está negociando con mucha dignidad. El camino es muy justo en el nivel de la forma, ya que se negocia con propuesta propia y con apoyo de la sociedad. Finalmente, la idea central es que es necesario llegar pagando. Hay que pagar pero con un equilibrio, considerando que hay una sociedad que está sufriendo. Por eso es imposible negociar la deuda externa si no se tiene en cuenta la ética. No ser corrupto es la exigencia mínima. Pero ética significa también otras cosas, como que no vivan pobres en la calle.

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