EL PAíS
› LA HISTORIA DEL DESAPARECIDO MAURICIO LOPEZ
Huellas en la memoria cuyana
Es una de las personas que estuvo en el centro clandestino de detención Las Lajas, que fue descubierto recientemente.
Los reclamos desde la Casa Blanca, el Vaticano y el Consejo Mundial de Iglesias no bastaron para que apareciera con vida. Una vez más, la dictadura militar argentina hizo oídos sordos. Después de aquella última noche de 1976 nadie volvió a verlo, excepto un ex desaparecido que lo reconoció en Las Lajas, el centro clandestino que días atrás logró ser identificado en las afueras de la capital mendocina. Teólogo, filósofo y rector de la Universidad de San Luis hasta el día del golpe, Mauricio López no sólo contó con un gran reconocimiento internacional. Su lucha por los más humildes, los exiliados chilenos y los perseguidos de ambos lados de la cordillera dejó su huella en la memoria cuyana.
“Mauricio era muy sencillo, bien de pueblo. Aunque era un hombre recto, tenía un gran sentido del humor. Realizó una tarea tremenda junto a los más pobres de Latinoamérica. Quizá por eso fue tan molesto para la dictadura.” Es temprano y, como suele ocurrir en el otoño mendocino, el frío seco de la mañana penetra los huesos. Sentado en un bar frente a la gran Plaza Independencia, Carlos recuerda a su hermano. Mientras revuelve un café con leche, habla de la sencillez y el buen humor de Mauricio, las mismas cualidades que resaltan otros mendocinos cuando se pregunta por él.
Está emocionado. Hace tan sólo un día, Carlos y sus 74 años pisaron por primera vez el lugar donde estuvo secuestrado Mauricio. Tras largos años de investigación, se logró determinar que el sitio en el que funcionó el centro clandestino llamado Las Lajas era un campo de práctica de tiro de la Fuerza Aérea a pocos kilómetros de la ciudad de Mendoza. Un testigo afirma haber estado secuestrado junto al ex rector de la Universidad de San Luis en agosto de 1977, ocho meses después de su desaparición.
Un viaje junto a los más humildes
Uno de los tantos traslados laborales del padre, con un cargo en el viejo Correos y Telégrafos, hizo que Mauricio naciera en Bahía Blanca y que, ya de chiquito, conociera el sabor del continuo desarraigo. Tras largos años siguiendo a su familia, Mauricio cambió la humedad de los puertos de Buenos Aires por el clima seco de la ciudad que se convertiría para siempre en su tierra y su nostalgia. La casa a la que volvería tras cada viaje, ofreciendo “techo, pan y vino” a sus invitados. El rincón de sus descansos. La habitación de donde lo arrancaron aquella madrugada.
Los innumerables viajes de su infancia serían también su destino de adulto. Tras destacarse como alumno de Filosofía en la Universidad de Cuyo, se apasionó por los estudios sobre Dios y decidió viajar a París, donde se doctoró en Teología. Como secretario del Concilio Mundial de Iglesias recorrió gran parte del mundo. “Lo querían en todos lados. En momentos difíciles entró a países como Rusia o Cuba”, se enorgullece Carlos de aquel hermano que sólo pisaba tierra mendocina unos días al año.
Poco después, su cargo de secretario en la Juventud Latina Evangélica le permitió percibir mejor la situación de extrema pobreza del continente y, al mismo tiempo, estar más cerca de su provincia. En 1973 se convirtió en el primer rector de la nueva Universidad Nacional de San Luis, su segundo hogar hasta el golpe militar. Desde allí contrató a muchos profesores que habían sido expulsados de otras facultades por cuestiones ideológicas. Nadie que haya pisado esa universidad por aquellos tiempos puede olvidarlo. Todavía hoy conserva un lugar allí: el auditorio de la institución y un premio de derechos humanos llevan su nombre.
La dictadura de 1976 no sólo le quitó su cargo en la facultad. También le prohibió salir de San Luis. Recién en mayo pudo regresar a su casa de Mendoza, donde albergó a chilenos que cruzaban la cordillera escapando del gobierno de Augusto Pinochet, y ayudó a salir del país a argentinos perseguidos. Pero su lucha fue interrumpida el 1º de enero de 1977. Carlos relata con precisión aquella noche en que vio a su hermano por última vez. Desde que desapareció Mauricio, repasó una y mil veces en su memoria la cena de Año Nuevo, el momento que eligieron los represores para llevárselo. “Había sido una hermosa noche. Luego de una gran guitarreada en la que Mauricio cantó folklore, y cuando ya se habían hecho más de las 4 de la mañana, se volvieron a casa”, recuerda. El resto de lo que ocurrió esa madrugada lo reconstruyó a partir de las voces de la familia, dolorosos testigos del secuestro. Aún no había amanecido cuando golpearon la puerta. Le dijeron que tenían un telegrama urgente para él. Primer día del año y las 5 de la mañana, el cuento sonaba demasiado sospechoso. No había terminado de pensarlo, cuando varios hombres de civil derribaron la puerta a patadas y se lo llevaron. Nunca más se supo nada. Aunque hasta el entonces presidente de Estados Unidos James Carter llamó a Videla, nada.
Recién hace tan sólo un año, un hombre de San Luis se acercó al Movimiento Ecuménico por los Derechos Humanos de Mendoza asegurando que había estado secuestrado junto a Mauricio entre julio y agosto de 1977. Ahora que se pudo determinar dónde funcionó el centro clandestino Las Lajas, la denuncia de la Secretaría de Derechos Humanos de la Nación hizo especial hincapié en que se preserve el sitio tal cual se encontró. Existen fundadas sospechas de que allí, además de torturar, se mató y enterró detenidos. Carlos cree que su hermano puede estar allí.
Informe: Martina Noailles.