EL PAíS
› PANORAMA POLITICO
Dos caras de la derrota
› Por Luis Bruschtein
“Estaba firmemente decidido a mantener la estabilidad económica, la paridad cambiaria, la convertibilidad, evitar el default...”, afirmó el ex presidente Fernando de la Rúa ante la jueza María Servini de Cubría en su escrito, que a la luz de lo que pasó, más que descargo parece confesión. Aunque no exista en el Código Penal la figura de “mantenimiento del modelo” como delito, ese fue el verdadero asesino y no sólo de los manifestantes que murieron en la rebelión popular del 19 y el 20 de diciembre.
No se trata de una metáfora ideológica forzada o de una simplificación esquemática de la realidad. El mantenimiento del modelo en ese punto implicaba, además de la confiscación de los ahorros de la gente con el corralito, nuevos ajustes, más desocupación para conseguir más créditos y seguir pagando una deuda colosal sin perspectivas de reactivación. Todo eso sin que brillara en ese marco una sola luz que aclarara el futuro. Su famoso discurso con la declaración del Estado de sitio fue el límite que soportó el modelo. Haberlo llevado hasta ese punto fue criminal. Hasta aquellos que fueron partidarios de esa estrategia económica deberían haberse dado cuenta de que había una situación explosiva, que era imposible forzar más la mano.
Los partidarios del modelo neoliberal pagarán un costo político alto por la ceguera de no haber anticipado el precipicio. No hay liderazgo político, de izquierda, centro o derecha que escape a esa regla. Tratar de forzar una situación cuando ni siquiera podían ver luz en la otra orilla fue irresponsable. En una crisis inflamable sólo atinaron a tomar medidas de emergencia para aferrarse a un dogma que ya no tenía espacio en la realidad y fueron incapaces de revisar y cuestionarse, aunque más no fuera para evitar el cataclismo y regresar más adelante a sus esquemas. Estaban en un callejón sin salida y apretaron el acelerador. El resultado fue estrellarse contra los límites que había puesto una población a la que se le imponían más sacrificios sin que se le mostrara una salida.
De la Rúa aludió también a que la rebelión no fue espontánea y que en zonas del conurbano bonaerense hubo saqueos provocados por punteros que respondían al entonces gobernador Carlos Ruckauf. Las afirmaciones del ex presidente se basan en denuncias periodísticas concretas y en el informe que le habría acercado la SIDE de aquella época. Pero en todo caso sólo explican algunos hechos en el conurbano y no el alzamiento masivo que se produjo el 19 y el 20 que, para ser honestos, no sólo lo sorprendió a él y a la SIDE, sino también a la mayoría de los políticos, incluyendo a los gobernadores. Podrían explicar el intento de un gobernador de forzar una negociación con el poder central pero no el derrumbe de un gobierno.
Varios de los operadores que se ganaban la vida como asesores de fondos de inversión, algunos de los cuales suelen hacer de periodistas, y que durante los últimos meses de De la Rúa se dedicaron a empujar el famoso índice de riesgo país, salieron a explicar ahora que si Argentina no hubiera salido de la convertibilidad y el modelo, no estaría en crisis. Pero la crisis fue del modelo. Y fue una larga crisis que no debería haberse prolongado si no hubiera sido por ellos y las presiones de los intereses que asesoraban. Esas voces que antes sonaban con la pompa del bronce han perdido credibilidad y autoridad porque están pagando el mismo costo que los ex funcionarios. La forma de salir de la crisis, en todo caso, es responsabilidad del actual Presidente y su equipo, lo cual forma parte de otra discusión.
Si se hubiera tratado sólo de una conmoción política, De la Rúa, el menemismo y, en general, el partido del modelo, podrían conservar alguna esperanza de que el futuro les volviera a sonreír. Pero lo que estalló en sus manos no fue una maniobra política sino la organización económica, lo que les daba razón de ser, oxígeno y sustento y es difícil que haya retorno de ese fracaso.
Quizá por ese motivo les sea imposible reconocerlo y que el ex presidente De la Rúa exhiba con total inocencia en su escrito de descargo el delito que pagará más caro: la ceguera. El ex presidente sigue sin ver lo que para los demás es evidente. Incluso su propia situación como involucrado en una causa judicial a tan sólo tres meses de haber abandonado el sillón de primer mandatario sería inexplicable si no fuera por la soledad en que lo dejó lo que fue su política.
Un caso más ilustrativo que el suyo es el de Domingo Cavallo, que esta semana fue detenido en una cárcel de Gendarmería por la causa de tráfico de armas en la que fueron liberados Carlos Menem y Erman González. Es ilustrativo de la ceguera que impulsó a ambos al vacío y de la soledad con que están pagando.
El gobierno de Eduardo Duhalde está empeñado en explicarle al Fondo Monetario Internacional que no es un deudor “ideológico”, sino un deudor “forzoso” y, si pudiera, borraría con aplicación los aplausos de la Asamblea Legislativa cuando el ex presidente Adolfo Rodríguez Saá anunció que dejaría de pagar la deuda externa. Pero el Fondo no acusa recibo y pareciera expresar que un deudor es siempre un deudor. En esa relación eternamente desigual sería impensable un Cavallo en prisión si en Washington se hubiera pronunciado media palabra en su favor.
El ex superministro podrá salir mañana en libertad pero el solo hecho de que permaneciera estos días detenido lo saca del lugar “intocable” donde siempre se movió. Pese a que De la Rúa cultivó su relación con las cúpulas del establishment, el respaldo, la fuerza que lo impulsó finalmente a la presidencia fue su partido. Hasta hace algunos años, Cavallo no tenía partido e incluso el que tiene ahora es pequeño en relación con la influencia que desplegó. Esa influencia no provenía del escenario político, ni siquiera del escenario económico interno. Su peso se originó en su relación con los organismos financieros internacionales que lo visualizaban como fuerza propia. Los diferentes gobiernos que lo convocaron lo hicieron para tranquilizar y congraciarse con esos organismos. Tocarlo hubiera significado enemistarse con ellos.
Sería más esperanzador explicar la caída del modelo neoliberal, que representaban el ex presidente y el ex superministro que esta semana han desfilado ante la Justicia, por el avance o el crecimiento de un nuevo proyecto popular. Pero lo cierto es que ese nuevo proyecto, si existe, es tan incipiente y disperso que aún en las protestas masivas que comenzaron el 19 de diciembre se expresó a la defensiva, más como rechazo que como proposición. No existe organización, programas ni referentes aunque en ese universo disperso que se volcó a la calle haya muchas de sus expresiones. La caída de este modelo de acumulación con sus caras en la cultura y la política, fue por su propia debilidad, ya no tenía nada que ofrecer ni siquiera a los que se favorecieron todos estos años. Los iconos que lo adornaban circulan ahora patéticos por los pasillos de Tribunales exhibiendo aturdimiento, incapacidad de entender lo que pasó y la soledad de una derrota que les cayó encima cuando estaban en la cama.
Esa conclusión está lejos de ser exitista, incluso algunos podrán pensar que es pesimista, aunque por lo menos deja la seguridad de que cualquiera sea el camino que se tome, sería totalmente absurdo volver atrás para regresar al mundo de verdades absolutas, injusto y rígido del modelo que se cayó. Tampoco causará la alegría de quienes piensan que, en medio de esta crisis, sólo les hace falta la toma del poder ya sea por elecciones o como si fuera el Palacio de Invierno. Pero es una lectura de la crisis que ayuda a entender que el poder no se toma como una Coca Cola, sino que se construye con toda la gente.