Dom 07.04.2002

EL PAíS  › EL AJUSTE ENTRE LOS MAS POBRES

La vida con cinco guita

La mínima de la quiniela ahora vale 5 centavos: si se gana, se paga la luz con el plan de cuotas. La cumbia como salida laboral, el problema de los subsidios y para qué sirven realmente los avisos de corte del agua.

› Por David Cufré

Hasta que la crisis terminó de disolver al gobierno de Fernando de la Rúa, los quinieleros clandestinos de Moreno cobraban 25 centavos la apuesta mínima. Por presión de los apostadores, que no siempre alcanzaban a juntar esa cifra, los capitalistas la bajaron a 5 centavos. “Si jugás 25 es porque querés ganar plata, si jugás 5 es para zafar la comida”, instruye Oscar, un desocupado del barrio La Perlita, que caminó hasta el centro de Moreno para revisar una cartelera donde se ofrecen y piden servicios de toda clase. “Busco cantante para grupo de cumbia”, dice uno de los avisos. La propuesta se repite en seis carteles, por lo que sumarse a una banda del genero más popular de la zona parece por lejos la mayor oferta laboral.
De acuerdo con los parámetros de la city, convalidados extramuros, el riesgo país y el dólar marcan la temperatura de la economía. Una recorrida por Moreno y barrios periféricos aporta otros cuantos indicadores. Uno de ellos es la rebaja en el precio para jugar a la quiniela, barómetro que por llegar al escalón más bajo –hoy parece imposible que alguien vaya a apostar uno o dos centavos– agotó su capacidad de registro.
Acertar al número ganador con una apuesta de 25 centavos reditúa 17,5 pesos. Con 5 de riesgo, la recaudación es 3,5. Beatriz, desocupada, con esposo también desocupado y dos hijos, uno asmático, cuenta frente a las oficinas de Edenor que gracias a que el mes pasado ganó 7 pesos en la clandestina –por 10 centavos al número correcto– pudo pagar la primera cuota del plan de refinanciación que le armó la distribuidora eléctrica. Ahora jura no tener “un centavo” y amenaza bravamente con vengarse si le cortan la luz. Detrás suyo, una vecina escucha y confiesa su temor a que le corten el agua. Pide a los delegados de los barrios San José, Villa Sala, Barrio 2000, Barrio Parque y Lomas de Mariló que se acuerden del agua. Ramón, Horacio, Francisco, Carlos, Oscar, Luis y Romero, todos en condición laboral muy precaria, están allí para organizar el reclamo de quienes no pueden pagar la factura eléctrica.
Beatriz intenta consolar a su vecina angustiada por el agua. “No haga caso de las cartas”, aconseja, por las intimaciones de pago que llegan con la amenaza de corte del servicio. “Yo vivo en una casilla que si usted la mira se viene abajo”, se desvía del tema, pero después vuelve: “Nos llegó un pilón así de cartas, y de última ya las estamos usando para limpiarnos el culo, como no tenemos papel...”
Página/12 pide precisiones sobre cuándo bajó la apuesta mínima de la quiniela. “Después de lo de diciembre”, coinciden los vecinos, en referencia a la explosión que eyectó a De la Rúa y demás gobiernos. “Después de lo de diciembre esto es un polvorín, si prendés un fósforo vuela todo”, advierte Rubén, siempre enfrente de las oficinas de Edenor, en la calle que costea la vía, a una cuadra de la estación del Sarmiento. Alguien apunta que si bien es cierto que en los últimos tres meses el barrio cayó a un nivel de pobreza nunca visto, “la gente no tiene ganas de hacer saqueos”. Otros no están tan convencidos.
La cola de los pobres
Las cinco horas de cola que hacen cientos de desocupados en el Banco Provincia para cobrar 150 pesos mensuales del plan de asistencia social también resulta ilustrativo de la realidad económica de la zona. Si se prefiere la rigurosidad de los números, hay que decir que en diciembre, cuando Rodríguez Saá lanzó el programa, se presentaron 41 mil jefes y jefas de hogar desocupados.
La depuración del padrón dejó en carrera a 28 mil personas. Los 13 mil desafectados eran, de acuerdo a la versión oficial, beneficiarios directos o indirectos de otros planes. Sin embargo, por falta de recursos hubo que practicar una segunda selección. A la fecha, reciben el dinero apenas 2300 personas. El corte se hizo tomando en consideración aquellos jefes dehogar con cinco o más hijos, o tres hijos si uno de ellos es discapacitado. El desempleado con cuatro hijos o tres o uno espera que la ampliación del programa que anunció Duhalde esta semana le permita en un futuro embolsar los 150 pesos. También Pablo, que muestra a este diario el papelito con su solicitud del subsidio, que no le concedieron a pesar de tener 6 hijos y de no cobrar asistencia por otro lado.
Cola de clase media
En la cola de los que esperan turno para ser atendidos por Edenor se vive otro drama: el de la clase media. Amas de casa, empleados, cuentapropistas y profesionales esperan nerviosos que avance la fila, tan larga como las que se ven en el microcentro para comprar dólares los días en que la cotización toma altura. La compañía eléctrica aceptó a regañadientes armar planes de refinanciación de deudas personalizados. Cada uno de los que espera lleva un puñado de facturas impagas. Cuando le toca el turno, presenta su caso. El de Leopoldo se parece a tantos otros: en la bicicletería donde trabaja le bajaron el sueldo y le pagan de tanto en tanto, sin fecha fija. “Voy a ver qué puedo arreglar”, comenta.
Edenor da facilidades para ponerse al día, pero es inflexible en que todos paguen lo que deben. Los planes son en general de cuotas semanales de 4 a 10 pesos, dependiendo del monto del atraso y de las posibilidades del usuario. Mientras la clase media se esfuerza por pagar, los sectores más castigados de Moreno se organizan para reclamar la tarifa social. Allí están los delegados de los barrios recibiendo, en la vereda de enfrente a Edenor, a quienes salen decepcionados de la oficina de la empresa, sin llegar a un acuerdo, y firman el petitorio de quienes ruegan que les condonen la deuda. “No podemos dar tarifa social porque lo impide el contrato de concesión”, se atajan en Edenor, donde a su vez se lamentan porque el aumento de la mora les complica sus propias cuentas. “Somos distribuidores, compramos la energía igual que el cliente nos la compra a nosotros”, se comparan.
Pague como pueda
A dos cuadras de la estación de tren, en el local de Jorge, en plena Avenida del Libertador, la principal de Moreno, un cartel convalida que el cliente “pague como pueda”. Es uno de los pocos negocios en el centro que ofrece esa posibilidad, porque después de la devaluación a los comerciantes les resulta muy difícil mantener el sistema de venta a crédito diario. Tiendas de ropa y casas de electrodomésticos solían entregar la mercadería bajo el compromiso de que el cliente pasara todos los días por el local –en algunos casos, un cobrador iba a domicilio– y pagara una cuota mínima, por lo general de uno o dos pesos. Para muchos era más accesible comprar así que desembolsar una cuota de 20 ó 30 pesos una vez por mes. El sistema quedó restringido para los negocios de barrio, donde el comerciante tiene mayor confianza y capacidad de control del cliente.
Jorge estima que las ventas de su local de ropa para hombres cayeron 50 por ciento respecto del año pasado. “Esto es un desastre”, acierta. En Moreno se ven casi tantos locales abiertos como cerrados, a pesar de las ofertas, como en el caso de varios negocios que venden pantalones a 2,99. “Habrá que apretar los dientes”, advierte ese día Duhalde en una entrevista radial. Lo dice así, en futuro, y se refiere a lo que vendrá si fracasa el acuerdo con el FMI.

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