Lun 28.06.2004

EL PAíS  › OPINION

La vida: la única razón

› Por Washington Uranga

El arte, la ciencia, la política, en general, toda actividad humana está orientada a mejorar la calidad de vida de las personas. Las luchas, cuando son genuinas, honestas y bien intencionadas, no pueden tener otra finalidad. En sentido contrario, cuando las personas y los grupos se apartan de la defensa de la vida como sentido fundante de lo que hacen, rápidamente dejan entrever propósitos mezquinos y contradictorios. Por más que se rodeen de frases grandilocuentes y de propósitos loables, estarán incurriendo en fraude y traición contra la vida misma. Todas las muertes son condenables. No hay muerte buena. Ni siquiera la de los mártires, aunque su sangre en definitiva pueda servir para hacer germinar nuevas vidas. No hace tanto tiempo en la Argentina vivimos momentos dramáticos de crisis. Nadie puede pensar que la crisis (que es de todo orden) esté superada. Ni mucho menos. El daño más profundo que hemos sufrido como sociedad ha sido perder la dimensión de valor de la vida humana. Porque se deterioró con la pobreza, la exclusión, las violaciones a los derechos humanos, la inseguridad, la corrupción, el sectarismo, la represión de todo tipo, el quiebre de la confianza entre iguales... y la lista sería interminable y todos y todas, unos más que otros, tenemos algún grado de responsabilidad para asumir. La crisis no estará superada hasta tanto los ciudadanos y ciudadanas de este país no alcancemos la convicción profunda de que nuestras acciones tienen que tener como única razón valedera la defensa de la vida. Esto supone un compromiso ético fundamental que se sitúa más allá de las diferencias que seguirán existiendo válidamente. La única exclusión y la única condena tiene que estar dirigida contra los personeros de la muerte, contra los asesinos de diverso tipo y calaña, contra los que matan a plomo, pero también contra los que ordenan las muertes o los que ahogan la vida de manera aparentemente menos cruenta pero igualmente cruel privando de lo elemental a muchos mientras amasan fortunas. El mismo tratamiento se merecen quienes utilizan la provocación como argumento, eunucos como son para generar propuestas superadoras. Tampoco se soluciona la muerte con más muerte. No habrá superación efectiva de la crisis sin que los políticos, los dirigentes sociales, los científicos, todos y todas, se sumen en un gran pacto ético basado en la defensa de la vida como única razón y en el diálogo como herramienta, para que, dejando de lado las mezquindades, se usen la creatividad y la energía sólo para promover y cuidar la vida en medio del reconocimiento de las diferencias y para combatir a los ángeles exterminadores aliados de la muerte.

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