EL PAíS
Dos triunfadores
› Por Raúl Kollmann
El pacto Duhalde-Alfonsín reúne por fin a dos triunfadores, a dos hombres que acaban de pasar el test de las urnas con un éxito pocas veces registrado.
Eduardo Duhalde ganó las elecciones del 14 de octubre en su provincia: sacó 1.945.000 votos. Claro que en 1999, apenas hace dos años, el PJ había sacado para diputados 2.609.000. O sea que el primer triunfador perdió 700.000 votos en 24 meses.
El segundo triunfador que anudó el nuevo pacto de gobierno es Raúl Alfonsín, también candidato el 14 de octubre. En 1999 la Alianza consiguió en el distrito bonaerense 3.080.000 votos. En octubre obtuvo 810.000. Para hacerla corta, perdió el 74 por ciento de los votos, 2.200.000 sufragios menos en dos años. El hombre que consiguió semejante aval popular ahora decide quién entra o no entra al gabinete.
Los dos protagonistas tienen otros datos que avalan su popularidad para hacer este pacto. En territorio bonaerense hubo un 22 por ciento de votos nulos o blancos, record histórico como en todo el resto del país. Y, además, mientras en 1999 fue a votar en territorio bonaerense el 85 por ciento del padrón, el 14 de octubre apareció por las urnas el 76: en una palabra hubo un nueve por ciento adicional de gente que presumiblemente no fue a votar por bronca.
Faltaría agregar aquí que ya en 1999 Duhalde se propuso como candidato presidencial y perdió. La gente no quiso que fuera presidente.
El ciudadano común ansía tranquilidad, espera acuerdos y quiere consensos, no soporta que los políticos se peleen. Pero todo eso es lo contrario de pactos a escondidas entre dos hombres que, ni por asomo, podrían hoy ganar una elección y que fueron golpeados en las urnas hace apenas dos meses y medio.
No es casualidad que Duhalde llegue al gobierno de la mano de Alfonsín sin que se hagan elecciones. Los números demuestran que ninguno de los dos podría soportar una prueba electoral y que los diputados y senadores le contrabandearon la decisión al ciudadano común a través del arreglo perpetrado en las últimas horas. El criterio democrático y el espíritu de la Constitución indican que el presidente surgido de la Asamblea Legislativa debió ser transitorio y que la obligación es un nuevo mandatario, por cuatro años, a través de una elección limpia y transparente.
La lógica de la situación es la que se vio ayer: matones traídos del Gran Buenos Aires, el aparato de patoteros contratados en gremios, clubes y municipios, la emprendieron contra una columna de Izquierda Unida que no estaba frente al Congreso sino a 150 metros y que no trataba de violar la Asamblea Legislativa, sino que manifestaba pacíficamente. La política de “no tenemos votos, pero tenemos palos” en verdad no estaba dirigida a los militantes de izquierda sino a los protagonistas de los cacerolazos. Para ellos estará lista, obviamente, la mejor policía del mundo.
Feliz año nuevo, la casa está en orden. O al menos es lo que ellos creen.