EL PAíS
Qué hay detrás adel diálogo político
Desde que Kirchner asistió al homenaje a Balbín y Rozas, el titular de la UCR, consiguió una invitación a la Rosada, el tema del diálogo político desató ilusiones y decepciones por igual. En esta página se presentan distintas miradas sobre una idea a la que el propio Gobierno ya le puso límites.
Federico Schuster
El retorno de la política
Quien hubiera pretendido entender la Argentina a partir pura y exclusivamente de una foto sacada entre diciembre de 2001 y mayo de 2002 habría pensado que en este país se había enterrado definitivamente un orden político y que estaba en parición uno nuevo. Que se vayan todos era el reclamo social más difundido, el que había ganado las calles y unificaba en la acción una aparente alianza de clases. Ese grito de guerra hablaba del hastío popular hacia el conjunto de los partidos políticos que habían gobernado la Argentina hasta entonces y parecía incluso extenderse a todo orden institucional. ¿Qué estaba sucediendo? ¿Había llegado a la Argentina el tiempo del anarquismo? ¿Se aboliría el Estado y asumirían el poder las asambleas populares por barrio o región, en una total reconfiguración del poder político y social? Pues no. No existía en la Argentina de entonces la fuerza subjetiva capaz de asumir semejante desafío. La pura negatividad del movimiento emergente –con toda su inmensa potencia– en diciembre de 2001, difícilmente hubiera podido inventar en tan poco tiempo lo inexistente: un vector político revolucionario, que se constituyera en el polo de fundación del nuevo gobierno, fuera desde el estado o, aún más radicalmente, desde la sociedad. En ese vacío, los partidos políticos existentes se vieron desafiados a refundarse y, en general y como suele decirse, no quisieron, no supieron o no pudieron hacerlo. Hasta los partidos de izquierda, que nunca habían gobernado el país y que eran quizá quienes mejores condiciones tenían para asumir un lugar protagónico en una potencial nueva apuesta política, se mostraron incapaces de hacerlo. Las elecciones de 2003, contra lo que muchos suponían, mostraron una oferta política no tan novedosa como las condiciones previas hubieran indicado. Pero si la oferta era tal, hay que decir que la demanda no era tampoco tan desafiante como el que se vayan todos auguraba. La concurrencia de los votantes a las elecciones fue masiva y el número de votos en blanco o nulos muy bajo. En ese panorama, el radicalismo oficial tocó fondo, aunque sus derivaciones sobrevivieron; el peronismo, en sus distintas expresiones, superó –marca histórica– el 60 por ciento de los votos. La izquierda no alcanzó siquiera un piso digno. El escenario indicó una relativa fragmentación política, aunque siempre como efecto caleidoscópico de las tradiciones partidarias clásicas. Así, Kirchner llegó a la presidencia con la debilidad de sus votos y de la crisis reciente, pero con la fuerza de las expectativas de vastos sectores sociales en una reconstrucción institucional. Hay que decir que tuvo éxito. Remontó la cuesta y alcanzó un nivel de apoyo remarcable. Contó con algunas ventajas, pero se ganó lo que cosechó y orientó al país en un rumbo claramente distinto del que nos embarcó en la peor crisis de nuestra historia. Hoy llegó a la encrucijada. Puesto en una situación de moderada normalidad institucional, la crisis sin embargo no desapareció; la sociedad es básicamente la misma que la de 2001, los fantasmas no desaparecieron y la derecha neoliberal, que sigue siendo la fuerza económica dominante, volvió a dar el desafío ideológico y político. En este contexto, Kirchner llama al diálogo político. Y está bien que lo haga. Si bien hoy son los movimientos sociales quienes encarnan la expresión de la Argentina del subsuelo, del pueblo arrasado y de la destrucción social de los noventa, no cabe duda de que no han alcanzado hasta aquí la expresión política que los convierta de suyo en los únicos interlocutores necesarios. Por otra parte, las legislaturas del país y los procesos electorales siguen remitiendo a los partidos políticos. Kirchner precisa recomponer esa escena de vidrios rotos que dejó la crisis. ¿Tendrá éxito? No se puede ser optimista. Aun cuando el Presidente haga lo que debe hacer (una convocatoria amplia, abierta yparticipativa) requiere que quienes acudan a la cita tengan una perspectiva similar. Está en todos ellos (en el gobierno y en los partidos) asumir la responsabilidad que les toca. Si vuelven a equivocarse, será recomendable que cambien el diván del psicoanalista que hoy frecuentan por una internación psiquiátrica prolongada. Trataremos de no acompañarlos.
Marcos Novaro*
Las chances de una idea
Es muy pronto para vaticinar si servirá o no el diálogo político que ha abierto en las últimas semanas Néstor Kirchner. Creo que mejor es intentar entender por qué el Presidente ha decidido este regreso a los partidos tradicionales. Digo esto porque no sólo se está dando una conciliación con la estructura tradicional del PJ, sino también un acuerdo firme con el radicalismo. Da la impresión de que la exclusión de Elisa Carrió y Ricardo López Murphy responde a los intereses de la UCR, más que al deseo del Gobierno. Tal vez, este acuerdo sea más que una conversación y lleve adelante ciertas políticas concretas. A la hora de especular, es probable que entre esas políticas surjan algunas interesantes para la sociedad, como la reforma política u otros temas institucionales. El clima de colaboración entre los partidos puede ser favorable y hacer de la convivencia entre los dirigentes una pauta más firme de lo que ha sido.
En la política argentina a veces se habla de acuerdos malos, pero, en general, esto se debe a que se llevaron adelante con fines coyunturales o a que lo resultados fueron poco exitosos, tal como ocurrió con la Alianza o el Pacto de Olivos. Esto terminó creando la idea de que lo mejor es no colaborar nunca. En ese contexto es donde la negociación que pretende Kirchner tendrá que dar su lucha.
Habría que preguntarse por qué el Presidente está siguiendo ahora este camino que parece tan reñido con las iniciativas con las que comenzó su mandato. Después de haber avanzado contra los poderes establecidos y las coaliciones político-partidarias, la marea lo trajo hasta aquí. Pero la marea siempre retrocede. Entonces, Kirchner podía retroceder con ella y quedar pedaleando en el aire, o construir una coalición más firme pensando a largo plazo. Está bien que no deje pasar demasiado tiempo para encarar esa tarea. Quizá no lo hizo antes porque no consideraba que era el mejor momento o tal vez existieron resistencias de su equipo. Muchos creen que iniciar conversaciones con otros partidos puede ir en detrimento a su propia posición, pero hay que ser optimistas. Del acuerdo pueden salir aspectos favorables.
* Politólogo investigador de Conicet y Flacso
Horacio GonzAlez
Diálogo libertario o posicionamiento
La esencia de la política, que me perdonen Habermas y muchos otros, no es dialogal. Pero ello no impide que súbitamente aparezca el “mejor argumento”. En verdad, siempre hay diálogo aunque no bajo las condiciones imaginadas por los dialoguistas. El lenguaje político es claro al respecto y en sus diccionarios que no nos gustan (¿pero tiene que gustar el lenguaje político?), ha adquirido recientemente el vocablo posicionamiento. Más bien parece que proviene de la geometría o del béisbol. Pero es brutalmente explicativo. En primer lugar hay posicionamientos. Y luego, si cabe, diálogo. Porque el posicionamiento ya es un diálogo tácito en la conciencia dramática del político, asaltado por la modulación existencial de una pregunta fundante: “¿Dónde me pongo?”. La hace no tanto consultando sus creencias, sino la red de hechos fácticamente acontecida.
No obstante, en la presente situación, debe haber un diálogo que también replantee la misma noción de diálogo, para hacer crecer los alcances altruistas del ser político. No puede ser un diálogo que desdiga o doblegue anticipadamente a ninguno de sus participantes. Si un diálogo valida poderes subyacentes y el que se siente más “poderoso” calcula de antemano que valdrá más su opinión o su silencio, no es un diálogo efectivo.
Para serlo, es necesario un diálogo libertario. No un diálogo de consolación que sólo restañe heridas irreversibles, eventualmente provocadas por alguno de los partícipes. No un diálogo que se convoca porque se atraviesa una “debilidad momentánea” y se busca recobrar fuerza. No un diálogo de apaciguamiento sobre hechos consumados que el propio diálogo no pondría en cuestión. Debería ser un diálogo libertario, con amplitud cabal, pero también drástica invitación a lo nuevo.
Lo primero, porque las corrientes de pensamiento arcaicas de la institución política (los partidos “testimonio”, pensionistas de la historia) deben repensar con urgencia su situación e ideas. Y diálogo libertario es replanteo de existencias políticas. Lo segundo, porque lo nuevo es por esencia lo que aún no sabemos, no lo que alguien sabe de antemano. Las fuerzas sociales con nombre propio que surgieron recientemente en el país son, asimismo, tendencias de opinión a las que el diálogo podrá brindarle una espesura que no necesariamente poseen.
Estos diálogos son difíciles y sólo si lo son tienen sentido. El diálogo libertario no parte de un saber previo, sino de la dificultad intrínseca de los conocimientos políticos. Un diálogo así es audaz y sólo debe serlo. Su audacia radicaría en que sustituye búsquedas anteriores y supera conceptos como “transversalidad” o “parto”, que no dan cuenta de un pasaje justo hacia la justicia real y social.
Juan Abal Medina*
¿Cambió Kirchner?
Sucesos recientes de fuerte impacto en la opinión pública, como la toma de una comisaría en La Boca o los incidentes en la Legislatura, parecen haber generado un cambio en algunas de las políticas de Kirchner. Numerosos analistas sostienen –nada inocentemente– que habríamos llegado al final de la inacción frente a la ocupación piquetera del espacio público y/o privado y que se estaría dando por terminada la transversalidad. La nueva etapa estaría caracterizada por una política represiva y por la búsqueda de acuerdos con los sectores tradicionales.
El sentido y la profundidad del cambio están aún en discusión, pudiendo significar tanto una oportunidad como un riesgo para el Presidente.
En primer lugar, es evidente que las provocaciones de algunos grupos piqueteros generaron una sensación de descontrol del espacio público que le valió un creciente costo político al Gobierno. Es bueno recordar que el orden es siempre el principal bien público que debe generar el Estado y todo problema (verdadero o verosímil) en ese plano impacta sobre su legitimidad. Si se traza una política que haga de la igualdad ante la ley la única vara para medir el comportamiento, previniendo y conteniendo las provocaciones de la izquierda boba, el Gobierno se fortalecerá.
Por el lado de la estrategia de acumulación, las cosas no parecen estar tan claras. No quedan dudas de que la estrategia de la transversalidad está agotada. Los diversos grupos kirchneristas “transversales” –más allá de sus buenas intenciones– carecieron de representatividad y desde su discurso anacrónico y su hiperinternismo no lograron salir de una profunda improductividad política. Sin embargo, que los actores elegidos y las acciones realizadas no hayan sido las correctas no significa que el rumbo fuera errado. Por el contrario, poco puede esperarse hoy del regreso de los actores del pasado, desprestigiados y sin votos, que sólo esperan obtener una sobrevida vampirizando la legitimidad del presidente.
La oportunidad puede abrirse si se continúan y profundizan las acciones de apertura de la política, tanto en relación con la reforma institucional como la construcción de los actores que sean sus portavoces. Que el Presidente dialogue con todos los actores es algo positivo, pero lo es mucho más si lo hace desde el lugar del cambio, impulsándolos así a sumarse a la tarea de construir la nueva política que la sociedad reclama.
* Politólogo