Dom 15.08.2004

EL PAíS  › DOS CAMINOS

Dos miradas sobre el referendo

Por Juan Gabriel Tokatlian.
Dos escenarios

El referendo revocatorio de este domingo en Venezuela resuelve, por canales legales, mediante un instrumento legítimo y a través de la participación directa de los ciudadanos, una impasse institucional –impasse en la que está en juego la forma y el contenido de la refundación de una nueva hegemonía social y política– que parecía deslizarse, hasta hace poco, hacia una guerra civil. El resultado, su interpretación y manejo, puede conducir a dos escenarios. Las opciones que escojan los principales protagonistas nos mostrará cuál predominará. Un primer escenario podría apuntar a la moderación y la convivencia: Hugo Chávez abandona la arrogancia –y escoge la paciencia–, la oposición abandona la beligerancia –y escoge la concordia– y Estados Unidos abandona la presión –y escoge la circunspección–. Estos tres actores esenciales, por razones egoístas (Chávez quiere sobrevivir, la oposición debe fortalecerse y Washington necesita petróleo seguro) más que por motivos altruistas frenan, al menos por un buen tiempo, sus impulsos más combativos y desestabilizadores. Un segundo escenario se caracterizaría por el extremismo y la pugnacidad: los actores internos y externos procuran escalar la confrontación socio-política en el terreno doméstico y la lucha diplomática en el campo internacional. Todos ya miraron el abismo, se asustaron, dieron un paso atrás para no caer en él, pero ante la perpetuación de la impasse se disponen a saltar al vacío, pues es la “mejor” alternativa de dirimir la lucha por la hegemonía. Las tensiones, entonces, se volverían a exacerbar y la violencia podría crecer dramáticamente.
Argentina sólo gana con el primer escenario; el segundo es una fuente de inseguridad –no una oportunidad “táctica”– que reverberará en lo interno. Buenos Aires debería combinar un despliegue de alto perfil práctico –más atención e iniciativas a favor de la estabilidad democrática aun después del referendo– con un ejercicio de bajo perfil retórico-menos grandilocuencia en los pronunciamientos. Una buena política exterior es aquella que defiende y promueve los intereses nacionales de la sociedad y del Estado y no la que se guía por circunstancias episódicas, predilecciones individuales y dividendos coyunturales. Al fin y al cabo ese fue el estilo de la política exterior argentina desde los noventa en adelante y sus resultados concretos fueron, para decirlo en términos escuetos, magros, nocivos e infecundos.

Por Jorge Rivas*
El desafío
Llegado al gobierno tras el desmoronamiento del sistema político tradicional venezolano, ligado a un bipartidismo caduco que agonizó en los años ’90, el presidente Hugo Chávez asume hoy el mayor desafío que puede enfrentar un gobernante democrático: cotejar en las urnas su permanencia en el poder. No hay prácticamente antecedente de que un jefe de gobierno se someta voluntariamente a esta suerte plebiscitaria, y sólo en la programática de algunos grupos de la izquierda radicalizada se pueden leer propuestas que remitan al ejercicio del derecho popular de revocatoria.
La riesgosa porfía del mandatario venezolano sólo puede entenderse en el contexto de la enorme experiencia y seguridad adquirida por un gobierno que, a lo largo de casi seis años, sufrió varios intentos golpistas: el de abril del 2002, desbaratado por oficiales leales y la movilización popular; el que significó la larga huelga de diciembre del mismo año y el virtual lock-out patronal llevado a cabo por la capa privilegiada de funcionarios de Petróleos de Venezuela.
Para América latina y para Argentina, la ejemplaridad del caso venezolano se liga con la propia historia: mientras la crisis de la política tradicional que habilita el arribo de Chávez al poder es análoga a la que se vivió, y aun perdura sin resolución, en nuestro propio país, los intentos desestabilizadores contra el gobierno de Caracas remiten inevitablemente a las trágicas experiencias nacidas en el Chile de 1973.
Aunque su prosapia castrense y su dejo ultranacionalista nos haya desconcertado algo al comienzo, el desenvolvimiento del gobierno de Chávez, el itinerario recorrido y las pruebas ofrecidas nos obligan a reconocer su firme compromiso con la democracia y, lo que es más, su adhesión a la necesaria coincidencia regional, como plataforma común para enfrentar el unilateralismo imperial que se agita desde Washington
No es casual que un informe del jefe del comando sur del ejército estadounidense incluya a Hugo Chávez en la nómina de supuestos populistas peligrosos, calificación que se extiende a varios mandatarios del continente. Esa sola denostación, vulgar y primitiva, sirve para alentar la esperanza de que el pueblo de Venezuela ratifique su apoyo a quien se ha comprometido no sólo con su destino, sino también con la consolidación del proceso de creciente integración regional con cambio social y autonomía nacional en toda Sudamérica.

* Presidente del bloque de diputados nacionales del Partido Socialista.

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