EL PAíS
› INFORME DESDE RIO CUARTO, CAPITAL NACIONAL DE LA PROSTITUCION INFANTIL
Sexo pago con chiquitas de quince
La desaparición de Fernanda Aguirre en Entre Ríos llevó la pesquisa hasta Río Cuarto: todos en esa ciudad del sur de Córdoba saben dónde paran las prostitutas de 15 o 16, y la policía cada tanto se las lleva en redadas espectaculares, pero el negocio sigue. La prostitución se parece a la servidumbre. Las chicas no se pueden ir porque no tienen dinero y están bajo control.
› Por Alejandra Dandan
Desde Río Cuarto
Pasaron diez minutos de las dos de la mañana. Marilyn junta la plata que tiene en un bolsillo para un paquete de chizitos. La helada parece capaz de tajearle la cara. Con las manos frías, busca con ganas en el paquete abierto un prendedor prometido en el envase. Siempre hace lo mismo, dice una de sus amigas: “Al final, trabaja para gastarse toda la plata en golosinas”. Marilyn tiene 15 años, es la menor de un grupo de tres chicas detenidas en el boulevard Roca, una de las diagonales de Río Cuarto, en el sur de la provincia de Córdoba, donde la extensión del negocio de la explotación sexual de menores les permite tener una parada propia y regular en la calle, contar con alojamientos alternativos y clientes que buscan “chicas cada vez más chicas”, dicen.
Hace una semana, la pesquisa por la desaparición en Entre Ríos de Fernanda Aguirre condujo a los investigadores hacia esta ciudad. Desde entonces hay allanamientos, razzias sobre remises y autos particulares a la entrada y salida de las rutas. Fernanda no está, o hasta ahora no apareció.
Río Cuarto es una ciudad donde la trata de blancas le da paso a una sórdida rutina de naturalidad, plagada de historias de raptos o secuestros de menores. Donde Marilyn se gana las golosinas con los 15 pesos “de un polvo” y donde Noelia, a los 16, sostiene un embarazo de cinco meses con el que aguanta el frío y las detenciones que estos días hace la policía.
Las tres paran desde hace dos años en una de las avenidas de los extremos de la ciudad. Uno de los cinco o seis puntos reconocidos por los habitantes de Río Cuarto como las zonas calientes y liberadas para la oferta y demanda de sexo callejero. Una ruta donde se mezclan los adultos, las travestis y, desde hace unos tres años, también las niñas que en algún caso traen de otras provincias. No hacen falta grandes investigaciones ni cámaras ocultas para documentarlas. Aunque quienes analizan la explotación sexual infantil aseguran que es una de las actividades más invisibilizadas, en Río Cuarto está expuesta y a la vista.
Zunilda Ferraro es una de las fundadoras del Proyecto Angel, un programa que comenzó hace tres años con un relevamiento de seis meses, donde se diagnosticaron unos 300 casos de prostitución infantil en la ciudad, un número explosivo entre sus 150 mil habitantes. “Hay una demanda muy bien informada, acostumbrada a muchos años de impunidad. La policía lleva en redadas a las niñas, pero es cómplice de la demanda. Entre los clientes hay políticos, jueces, abogados, médicos y curas. La Justicia parece mirar para otro lado, dicen que no se puede hacer nada o, si hace algo, no tienen dónde poner a las niñas”, explica Ferraro.
Esa misma sensación de impunidad que encontró cuando recién empezaba con el proyecto se hizo descarnada a lo largo de los años. “Los jueces o las autoridades no te amenazan, pero te intimidan cuando denunciamos estos casos”, le dice a Página/12. Ante sus reclamos y el de las organizaciones de derechos humanos locales, un juez “salió a defender los prostíbulos hace muy poco porque la zona ‘es el lugar donde se divierten los ricos’”.
En alguno de esos centros nocturnos, que comienzan a recibir turistas durante estos días para acontecimientos como el Turismo Carretera programado para la semana próxima, la Policía Federal busca a Fernanda Aguirre. Para algunos investigadores, la hija de los floristas del pueblo entrerriano de San Benito es probable que ya no esté viva. Sin embargo, otros sostienen lo contrario, alentados por testimonios de quienes parecen haberla visto o reconocido. La buscaron en prostíbulos y cabarets de Santa Fe, y ahora en Río Cuarto, bajo la sospecha de que fue raptada por una red dedicada a la provisión de mujeres para la prostitución infantil. Aún no se sabe si los testimonios o las pistas son reales, pero la opción pareció verosímil. Puede ser cierto que Fernanda esté dando vueltas en el boulevard, como están paradas decenas de chicas de su edad. O puede ser perfectamente posible que ahora comiencen a plantearse en términos de “secuestro” las históricas propuestas de trabajo para menores en los cabarets o boliches de los alrededores. Y puede que Fernanda esté en alguno de los que alguna vez se ha escapado Alejandra.
Ella es una de las tres amigas que espera algún cliente en el boulevard Roca. A los 16 estuvo encerrada bajo llaves, lejos de Río Cuarto. En Candilejas, un cabaret de La Rioja, donde una vez le pasaron un par de sandalias para que se pusiera. “No sabía cómo usarlas –dice Alejandra con el mentón helado por el frío–. Bah, no sabía manejarlas, y no me las quería poner.” Así, con su cuerpo flaco aún más delgado y aterrado, oyó los gritos de la madama, la mujer del que en el mundo de la noche es el rufián o dueño del boliche. “Así –explica ella–, te lo juro que se enojó porque no me las quería poner y me echó aceite hirviendo en los dedos de los pies.”
Como sucede en decenas de estas historias, Alejandra se había ido a La Rioja por una propuesta de trabajo: tenía “una plaza”, es decir, un contrato de veinte días fijos para trabajar en un prostíbulo. Eso que en el mundo del comercio sexual se define como “plaza” es uno de los mecanismos más fuertes de sujeción sobre las adultas, pero especialmente entre las menores de edad. A las mayores les retienen el documento, a las más chicas las hacen trabajar con documentos falsos. A Alejandra alguna vez le fraguaron el suyo con la foto de una prima para legalizar su presencia en el local. Cuando se quiso ir, no pudo:
–No te podés ir. Esa vez yo hablé con el dueño del cabaret y si te querés ir, no podés. No te dan la plata que vos tenés en caja, la plata que vos has hecho. Y te viven controlando las 24 horas del día para que no te escapes.
Para impedirle que se escapara, la encerraban en el cuarto donde dormía y atendía a los clientes. “La rufiana me tuvo veinte días ahí. En el lugar había un salón grande donde trabajás, y atrás estaban las piezas donde parás con el cliente y donde vivís. La dueña nos cerraba la puerta con llave y la abría cuando había que ir a trabajar. ¿Comida? Por ahí...” Durante esos veinte días probó el infierno.
“Como a mí me tenían secuestrada, y no quería trabajar, me acuerdo de que era pleno invierno y la mujer me ponía en el patio con una bolsa de hielo en la mano, y me dejaba ahí.” Antes y después de La Rioja pasó por General Villegas, estuvo en Venado Tuerto y en La Pampa, pero “ahí sí que era cabaret, cabaret –dice–; te hacían trabajar en bombacha y corpiño”.
Esa peregrinación con plazas, contratos fijos y boliches rotativos es semejante a la que atraviesan las chicas que conoció en el camino y las que viajan de Río Cuarto a otras ciudades. O de otras ciudades hasta aquí, como ha observado Ferraro durante su relevamiento. El negocio crece sostenido por los buscadores de mujeres o por cafishios. Unos levantan mujeres o chicas en los pueblos como bolseros de trabajo. Los otros las enamoran y las terminan comercializando como propias. Están conectados con un rufián que regentea un boliche en la zona o en otras provincias, y durante el período convenido funcionan como tutores de los contratos y de los pagos. “Cuando me fui a La Rioja vinieron acá, a la calle, y me hablaron –dice Alejandra–. A veces te dan plata por adelantado, por si vos querés dejarle a tu hijo, a tu mamá; pero después la tenés que cubrir con trabajo. Cuando llegaba el día veinte, y te querés ir del lugar, a veces te descontaban toda la plata y los gastos que tenías. Y así, terminaba rindiendo más plata de la que hacía.”
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