EL PAíS
› OPINION
Proyectos en disputa
› Por Raúl Dellatorre
La desaceleración en el ritmo de crecimiento fue determinante a la hora de definir la revitalización del Consejo del Empleo, la Productividad y el Salario Mínimo. El proyecto estaba en carpeta en el área de Trabajo desde hace rato, pero no hubiera sido aceptado por Roberto Lavagna de no haber mediado el aflojamiento de los indicadores de actividad económica en el segundo trimestre. El Gobierno se vio obligado a volver la mirada sobre los salarios. Y si bien es mayoría la población activa que vive de otras formas de ingresos (o de ninguna), el efecto reactivador de las remuneraciones formales es innegable y una herramienta muy atractiva política y económicamente.
Mirando los resultados de los últimos balances empresarios, es evidente que hay bolsas repletas de ganancias no compartidas con los trabajadores. La masa para la redistribución existe, no así la voluntad de hacerlo. La mesa del Consejo intenta ser un ámbito para impulsar ese reparto, pero las resistencias son muchas y poderosas.
No serán una traba menor, por ejemplo, las diferencias existentes en el propio seno de la representación empresarial. Los grupos exportadores y los productores dependientes del mercado interno no llegan con las mismas expectativas, ni defendiendo idénticos intereses. Los primeros militan por restarle capacidad de decisión al nuevo ámbito de discusión. El oficialismo de la UIA, con Daniel Funes de Rioja como emblema, va con la intención manifiesta de poner palos en la rueda. Subir salarios para ellos es puro costo, y el aumento del consumo interno un asunto menor en sus negocios. En cambio, la industria que vive del mercado interno privilegiará fortalecer la capacidad de consumo local, aunque no querrán ser quienes paguen la mejora de los salarios. Sostendrán que no fue en sus bolsillos donde se acumularon las grandes ganancias y que “son otros” los que deben solventar los aumentos. Sin acuerdo en los objetivos, será difícil que coincidan en las propuestas.
Pero tampoco se descarta que en la nueva mesa de concertación se reproduzcan viejas alianzas, no sólo en las filas patronales al estilo del Grupo de los Ocho, sino entre los que no ocultan su entusiasmo por reavivar el proyecto nacionalburgués, como el que expresa el eje Moyano-De Mendiguren. En tal sentido, hay quien mira con desconfianza que la UIA y la CGT sumen entre ambas 17 representantes en una mesa de 32. Las divisiones internas en cada uno de estos bloques alejan la posibilidad de este tipo de componendas, por ahora. Pero “sólo por ahora”, como dice un conocido relator.