EL PAíS
Al menemismo no le alcanzó ni para llenar un tren fantasma
En un video amateur, Carlos Menem hizo llegar su mensaje desde Chile, temeroso de quedar prisionero apenas regrese al país. En el acto del Peronismo Popular (PP) en la Federación de Box, el ex presidente pronosticó una “crisis de gobernabilidad”.
› Por Diego Schurman
La lealtad vino en grageas. Apenas un par de dirigentes de primera línea. Una docena de micros contratados. Y una puesta en escena devaluada y lejos de aquel muestrario de cotillón gostaniano. Ni siquiera el video de cierre de Carlos Menem logró darle vuelo, y mucho menos emoción, a un acto del Peronismo Popular, donde se aglutinan los partidarios del ex presidente. Hasta el pronóstico de una inminente “crisis de gobernabilidad” sonó a un manotazo de ahogado de quien augura recuperar el protagonismo perdido.
Menem llegó a la Federación de Box a través de un video amateur, que de vez en cuando lo hacía salir de cuadro y de foco, además de dejar oír voces de fondo. Sus leales lo miraron atentamente en una pantalla gigante, apostada en una esquina del estadio.
Había sido grabado horas antes en su residencia de Santiago de Chile. Se trata de un refugio que hace meses le permite sortear la Justicia argentina. Salvo para el ex senador Luis Rubeo, quien en su afán de victimizarlo, lo calificó con ambiciones literarias como una “prisión que lo cobija entre el mar y la montaña”, como si la inmovilidad de Menem no fuera una elección propia.
El discurso del ex presidente –“la bajada de línea”, como él mismo lo presentó– fue un mar de contradicciones y una montaña de previsibilidades. “Nadie construye desde el odio y el rencor”, adoctrinó en el arranque para equiparar un poco más tarde al gobierno de Néstor Kirchner con los asesinos de José Ignacio Rucci, a quienes calificó de “terroristas disfrazados de peronistas”.
La grabación impedía los tonos altos y bajos propios de las arengas políticas. Así, una de las pocas oportunidades en las que hubo aplausos fue cuando la imagen mostró un insert de Perón en su original blanco y negro. Lo vivaron todos, entre ellos el senador Eduardo Menem, su hijo Adrián, el ex legislador Héctor Maya y el ex funcionario Jorge Castro. A esa altura, el bailantero Pocho La Pantera se había perdido de las primeras filas.
Tomándose los anteojos bifocales, Menem trajo el apocalipsis al promediar su discurso. Fue cuando pronosticó, sin sacar la mirada del texto, una crisis de gobernabilidad “semejante a la del 2001”, porque “la llamada reactivación económica ha llegado a su fin”.
Pero no conforme con reconocer un mínimo aspecto positivo de la administración kirchnerista, corrigió para buscar capitalizarlo. “En verdad, la tímida reactivación es un coletazo de las reformas estructurales que realizamos en los ’90”. Un apropiado armado que hizo de la realidad para imaginar su regreso “en el 2007 o, como dicen algunos, antes”.
A esa altura, la hinchada, con un calor que no aliviaban los añejos ventiladores de la Federación, ya no pedía por el “Menem vuelve”. Esa consigna terminó siendo potestad de estandartes, remeras y pasacalles, amén del locutor del acto, que hacía esfuerzos por sacar a la gente de la modorra a la que había sido sometida por culpa de los kilométricos discursos previos al video.
El hermano Eduardo se preocupó en exhibir un auditorio de “leales” y “verdaderos peronistas”. Pero por número –si bien nutrido, pero para nada desbordante– y presencias –prácticamente ninguna de las caras más conocidas–, el menemismo en su estado natural aparece más cercano a su extinción que a su resurgimiento.
Para peor los asistentes, ansiosos por el video de Menem, no dejaron terminar el discurso del representante de la juventud, Sebastián Alvarez, y hasta criticaron que la dirigente Alicia Giubergia tomara el micrófono. Sólo a José María Castiñeira de Dios, por diablo y por viejo, lo dejaron hablar a sus anchas.Si De Dios se animó a la historia argentina, Menem navegó por la norteamericana y, obviamente, para dejar en claro su predilección por George W. Bush. Se trata, al fin, de alguien con quien comulga tanto en la ideología como en los negocios. Su esmeró en reivindicar al presidente norteamericano fue, además, para demostrar que piensa “distinto que la señora de Kirchner, que fue a participar de la Convención Demócrata” que candidatea a John Kerry.
Mostrándose como un “perseguido” –de “la patria socialista”, entre otros–, se animó a realizar un reconocimiento a la comunidad judía, que por esas horas iniciaba la celebración del Día del Perdón. Sonó a atrevimiento, sobre todo tras el doloroso décimo aniversario del atentado contra la AMIA y del fallo judicial que ordenó, en el marco de ese aberrante hecho, investigar a funcionarios de su gobierno, como el ex ministro de Interior Carlos Corach y el ex jefe de la SIDE Hugo Anzorreguy.