EL PAíS
Nietzsche en las borrascas del presente
› Por José Pablo Feinmann
Gane quien gane, Estados Unidos no va a cambiar su política exterior. Gane quien gane, la majestuosa idea de un Imperio Global no va a retroceder. Gane quien gane, Estados Unidos (y no ignoro el riesgo de esta afirmación) no se va a retirar de Irak. No puede.
Si evitamos caer en la ingenua personalización que la coyuntura electoral propone (Bush o Kerry), advertiríamos que esos dos señores son apenas las caras más visibles de un proyecto definitivo: o Estados Unidos lo hace o pierde su guerra actual. Que no es la “guerra contra el terrorismo”. Es la “guerra preventiva”. Dejemos de lado a Kerry. Es más que posible que gane Bush. (Si gana Kerry nada será demasiado distinto. Imposible que lo sea.) Olvidemos la cara simiesca de Bush. Nos lleva a desvalorizar a un imperio cuya voluntad de dominio requiere altas dosis de inteligencia. He leído durante estos días unas frases de Rafael Bielsa que acaso hayan sorprendido a algunos. Habló de Colin Powell y lo definió como uno de los más inteligentes políticos que conociera. No fue un elogio, fue una definición. Agregó que Powell había logrado que ciertas cosas no fueran peores. Léase: más torpes, frontales, groseras, con el costo de vidas humanas que conllevan estas actitudes en las guerras. Volvamos al tema de la inteligencia de Powell. Hay que creerle a Bielsa y es saludable que haya tenido el temple de decirlo. De hecho Bielsa es un hombre habilitado para reconocer la inteligencia: es un tipo culto, un vasto lector y es, desde luego, un tipo inteligente. Raro que un tipo inteligente no reconozca la inteligencia ahí donde la ve: está enamorado de ella, porque –como tantos otros seres humanos– lo está de sí. Será entonces adecuado centrar el análisis en Colin Powell y todo lo que representa: el poder militar y el político. El poder económico y el diplomático. El poder, también, estratégico bélico.
u Colin Powell, presidente del Imperio Global. Ni Bush ni Kerry tienen la estatura de estadista y de guerrero de Powell. Ni Bush ni Kerry son negros. Esto, hoy, juega a favor de Powell. Estados Unidos necesita un presidente negro. Ya lo tiene. Sólo hay que esperar un tiempo. (No me sería arduo demostrar que Powell ya preside el Imperio Global. No necesita ocupar el cargo para tenerlo.) ¿O alguien cree que Bush –quien apenas si habla inglés: su, aclaremos, lengua originaria– piensa? No, piensa Powell. Powell y los que están con él. Todos brillantes, todos halcones, todos hombres del Imperio Global. De la “guerra preventiva”. De eso que (acercándonos a la mayor temeridad de estas líneas) llamaremos el nacionalcapitalismo. Rara frase luego de años de hablar de la desterritorialización del capital. Del posforfismo. Del capital virtual, informático. No: el capitalismo ha echado raíces en el corazón bélico del Imperio Global. Lo siento por Toni Negri y por Michael Hardt. El Imperio no está diseminado. Estas son cosas que Hardt (y por su medio la academia norteamericana) le impuso a Negri. La diferencia de estas líneas (confieso: la humildad de escribir “estas líneas” roza la hipocresía, no creo escribir “líneas”) con los planteos de “Imperio” es clara: el Imperio Global, según yo lo veo, está “centralizado”. Está en Estados Unidos. Sobre todo porque ahí está el poder bélico más poderoso de la historia humana. Y que alguien diga si esto no es una “centralización” del poder. Negri-Hardt proponen un Imperio diseminado. Un Imperio que no tiene un “centro”. Y Hardt susurra: “Deleuze”. (De paso: acaba de aparecer, en castellano, su Deleuze, un aprendizaje filosófico y es recomendable.) Y Negri acepta y meten en el libro el concepto de rizoma, otro esfuerzo, notable, de la inteligencia francesa por evitar la categoría de “totalidad”, por salir de la dialéctica, del marxismo. Brevemente (y asumiendo los riesgos de lo breve en estas cuestiones arduas, pero indispensables): lo rizomático es horizontal, no tiene raíz, no es arborescente. Así ven Hardt y Negri al Imperio: se extiende, lo abarca todo y su centro está en todas partes. No es cierto. Es una construcción para aggiornar la vieja teoría leninista del imperialismo con los oropeles posestructuralistas sin los cuales nadie toma a nadie en serio en el mundo académico, ese lugar en que el marxismo ha muerto para siempre y con él, claro, la dialéctica. Así, Hardt y Negri se presentan con el toque diseminador o deconstructivo que alienta en todos los pensadores franceses desde hace cuarenta años. Y que fructificó (con alguna torpeza, pero con la fuerza de la “moda”) en el posmodernismo. Bien, no. El Imperio Global no está diseminado. Tiene raíz, no es rizomático. Y su raíz es su centro. Y su centro es el poderío bélico norteamericano. De aquí la definición del capitalismo norteamericano como nacionalcapitalismo. Ese capitalismo, que se expande, está anclado en una nación. Esa nación, en tanto Imperio, globaliza. Se constituye en Imperio Global. Pero mantiene su centro: Wall Street y el Pentágono son las raíces del Imperio Global. Colin Powell es su figura militar, política y diplomática más emergente.
u Nietzsche y el Imperio Global. El “loco de Turín” otra vez se torna indispensable. Nietzsche es un poderoso filósofo. O un poeta. Ha generado todo tipo de lecturas. Alguien, con tino, pudo decir: “Dime lo que necesitas y yo te procuraré una cita adecuada de Nietzsche”. Lo que me permite una pertinente confesión: las citas de Nietzsche que voy a utilizar son las que necesito. Tengo dos cosas y las dos se requieren: una interpretación de los tiempos presentes y una de Nietzsche. Sé que hay otras. Sé que hay muchas. Sé que Heidegger dijo: “Siempre (de Nietzsche) se puede objetar correctamente que al final se volvió loco”. Adelante entonces. Nietzsche es un enemigo de Hegel. Un enemigo de la dialéctica. De aquí que Deleuze, tempranamente, recurra a él en Nietzsche y la filosofía (1967). De aquí que Hardt y Negri hayan recurrido a Deleuze. Recurrían, en rigor, a Nietzsche. ¿Por qué detestaba Nietzsche la dialéctica? (Advertencia al lector: no abandone aquí la lectura. No crea que todo se complica demasiado. Entréguese al espectáculo del pensamiento. No es un show sino un vértigo. Es el exquisito espacio en que la condición humana encuentra su más alto punto. Acaso la música pueda ir más allá. Pero sólo ella. Georg Steiner cuenta que Heidegger, apenas terminada la guerra, huía de los aliados y encontró amparo en casa de unos amigos. Una mujer, para sosegarlo, interpretó una sonata póstuma de Shubert. Heidegger la escuchó en sacro silencio y luego dijo: “Nunca podremos hacer esto con la filosofía”.)
Para Nietzsche la dialéctica respondía a la “moral del esclavo”. Pensaba en la dialéctica del Amo y el Esclavo tal como la presenta Hegel en la Fenomenología del espíritu. Nietzsche no pensaba ni para ni desde los esclavos. Pensaba desde los Amos. Y aquí van mis citas. Dice Nietzsche: “Hay moral de señores y moral de esclavos”. La moral de los señores es la moral de la aristocracia. “La aristocracia aparta de sí a los seres en quienes se manifiesta lo contrario de estos sentimientos altivos y orgullosos, y los desprecia”. Sigue: “Nosotros, los verídicos”, tal era el nombre que se daban los aristócratas en la Antigua Grecia”. Sigue: “El aristócrata tiene el sentimiento íntimo de que él mismo determina sus valores morales, de que no tiene que buscar aprobación: él juzga. “Lo que me es perjudicial es perjudicial en sí mismo”. Tiene conciencia de que es él quien confiere honor a las cosas, quien crea los valores” (Más allá del bien y del mal, Novena parte: “¿Qué es la aristocracia?”) Deleuze, entonces, escribe: “El ‘sí’ de Nietzsche se opone al ‘no’ dialéctico (...) Nietzsche presenta la dialéctica como la especulación de la plebe, como el modo de pensar del esclavo” (pp. 18/19). Claro que sí: Hegel (y su discípulo Marx) eligen al Esclavo trabajador como el elemento constituyente de la cultura. En Marx, la “plebe” tendrá que negar a la burguesía para rebelarse y superarla revolucionariamente. Pero Nietzsche elige el lado de los amos, de los aristócratas. Un esclavo niega porque (diría Marx) no tolera su situación. Es dependiente, sí. No es un aristócrata. No crea los valores. Los valores, para él, son los de la sociedad que lo somete y desea destruirlos. Pero vive de la negación del Otro. No parte de la afirmación de sí. El Amo se basta a sí mismo: él crea los valores, detesta la piedad y la compasión y si ayuda a los esclavos lo hará “impulsado por la profusión de la fuerza que siente en sí” (ob. cit.). Observemos: la negación de la dialéctica se hace en Nietzsche desde el “sí” de los Amos, desde su orgullo, desde su autoafirmación, desde su capacidad de crear los valores. “Nosotros, los verídicos”. ¿Qué significa esto? Simple: nosotros, los que creamos la verdad.
La moral de los amos (en tanto pura afirmación de sí, en tanto creadora de valores) se expresa en la voluntad de poder. “Voluntad de poder, devenir, vida y ser en su sentido más amplio significan en lenguaje de Nietzsche lo mismo” (Heidegger, Caminos de bosque, p. 208). ¿Qué elementos caracterizan a la voluntad de poder? Los mismos que hacen posible la vida: conservación y aumento. Escribe Heidegger: “Toda vida que se limita únicamente a la mera conservación es una decadencia. Por ejemplo, para un ser vivo asegurarse el ESPACIO VITAL nunca es una meta, sino sólo un medio para el aumento de vida” (p. 207. Subrayado mío y con inocultos propósitos: mostrar la aparición del centralísimo concepto nacionalsocialista “espacio vital” en Heidegger-Nietzsche. Una “nación tardía” como Alemania, recién unida con Bismarck y la guerra franco-prusiana en los ‘70 del siglo XIX, ¿cómo no iba a reclamar “espacio vital”? Hemos llegado tarde, señores. Hemos llegado, entonces, a replantear la división europea e imperialista del mundo. La “tardanza” de Alemania en el siglo XIX cubre de sangre al XX. También la necesidad de frenar al demonio que había surgido en la Comuna de París y se continúa en la Revolución Rusa. Si usted quiere entender el siglo XX, busque por ahí).
u Imperio Global y voluntad de poder. Colin Powell y los suyos son, hoy, la aristocracia nietzschena. ¿No es fascinante (porque, convengamos, catastrófica o no, la historia sigue siendo fascinante) que un general que lleva en su piel el color de los esclavos encarne hoy la moral de los Amos? El Imperio Global sabe que para conservarse tiene que crecer. De aquí el vértigo armamentista: cuando un Imperio no puede detenerse se entrega, compulsivamente, a fabricar las armas que le permitirán expandirse. Ellos son los Amos y deciden a partir de sí. Al diablo con las Naciones Unidas. Ya lo acaba de decir Jean Kirkpatrick, notable nietzscheana, “No vamos a esperar que Francia o Rusia nos lo autoricen para defendernos”. Y, por fin, el concepto de “guerra preventiva” cierra esta filosofía de amos, de superhombres. “Nosotros, los verídicos”. Nosotros, que para conservarnos necesitamos crecer sin cesar, decidiremos dónde están los obstáculos de nuestra conservación y los exterminaremos para asegurar nuestro crecimiento. La “guerra preventiva” expresa al Übermensch de Nietzsche: “Lo que me es perjudicial es perjudicial en sí mismo”. Seamos claros: aquí hay un Imperio Global, un Imperio de Amos, de creadores de valores, una sociedad de señores que destruirán todo cuanto, decidan, los perjudique. Una sociedad cuya brillante cinematografía no en vano creó héroes como Harry el sucio, como “el vengador anónimo” o como el Mike Hammer que, nietzscheanamente, decía: “Yo, el jurado”. Héroes, también, sombríos, pero sedientos de limpieza, amos de la verdad y del castigo. Superhombres llenos de odio que bien podrían decir: “¡Que los débiles y los fracasados perezcan! He aquí el primer principio de nuestro amor a los hombres. Y que se les ayude a morir” (El Anticristo, parágrafo II). Héroes como Travis Bickle, el justiciero de Taxi Driver, esa película de Martin Scorsese, rigurosamente nietzscheana.