Lun 27.09.2004

EL PAíS  › OPINION

De allá y de acá

› Por Eduardo Aliverti

El choque respecto de cómo interpretar las grandes cifras del país registró una nueva y atractiva versión con el discurso de Kirchner en las Naciones Unidas y los números desgranados del Presupuesto Nacional.
La alocución presidencial tuvo una dureza de pocos antecedentes contra la responsabilidad del FMI en el estallido de la crisis argentina, así como en torno de la miseria perpetuada de los países subdesarrollados en general. Además, el jefe de Estado aprovechó su visita a Estados Unidos para remarcarle a los acreedores privados, que la oferta sobre sus bonos es lo único que pueden esperar.
Sólo desde la mala leche se podría argüir la inexistencia de variaciones en la relación con los acreedores. Sí cabría decir que no son cambios profundos, porque al fin y al cabo Argentina admite la legitimidad de la deuda, le paga al Fondo hasta el último dólar y acepta la licitud del reclamo de los bonistas aunque les recorta las pretensiones. Pero hay o debería haber la certeza de que por una vez en la vida, el mostrador tiene dos lados, de que en parte se pelea, de que no es lo mismo que cuando las agachadas de la rata, de que seguimos siendo un país dependiente, pero no más dependiente todavía. Como construcción simbólica antes que realidad concreta, algo es algo. Sobre todo si se toma nota del pequeño detalle que unos cuantos apurados pierden de vista: éste no es un gobierno revolucionario sino uno que proclama la construcción de un capitalismo un tanto más distributivo que el sufrido en los últimos 30 años. De modo que pedirle peras a un olmo que el conjunto del pueblo no reclama, continúa sonando a esos planteos abstractos capaces, vaya, de haber impedido que puedan desarrollarse opciones auténticamente progresistas.
Lo que sí puede y debe requerirse es que no se venda aserrín por pan rallado. Que no se sobreactúe esa tibia modificación en la correlación de fuerzas con los organismos del establishment internacional.
A la par de la ponencia presidencial en la ONU, el proyecto de Presupuesto 2005 enviado al Congreso aumenta un 45 por ciento las partidas destinadas a pagar intereses de la deuda. Los 5 mil millones de dólares que el Gobierno tiene previsto aplicar el año próximo equivalen a la suma de los gastos en Salud, Educación, Ciencia y Técnica, Vivienda, obras de saneamiento y planes Jefas y Jefes. Y el dichoso superávit fiscal será usado para pagar vencimientos de capital, encima de los intereses.
¿Ese escenario, sin embargo, es un poco menos grave que todo lo que conocimos hasta ahora en cuanto a la debilidad negociadora de la Argentina? Sí. Y más: de hecho el país no producía negociación alguna sino que se sentaba a escuchar las imposiciones del Fondo. ¿Pero eso significa que variaron sustancialmente las condiciones de ahogo externo y que hay alguna alteración brusca en la distribución del ingreso? No. Y más también: la brecha entre los sectores privilegiados y los desposeídos sigue siendo pavorosa, y desde una visión estructural no hay otra novedad que un momento favorable de excepción, traccionado por el efecto devaluatorio, el precio de los granos, las retenciones consecuentes, el no pago de parte de la deuda. Las dos cosas son ciertas, pero el Gobierno destaca únicamente la certidumbre de la primera y eso hasta puede ser contrario a sus propios intereses porque, a mediano o a largo plazo, quedará claro que alentó expectativas desmedidas.
Y hay algo más que debería sincerarse: una postura más firme frente a los acreedores, tanto como la afectación a quienes más tienen para repartir la riqueza con sentido de equidad, supone disponer de una fuerza política y social enorme. Una mística de movilización popular con capacidad de vanguardia. Continúa careciéndose de eso y, lo que es peor, no hay signos de que pueda aparecer hasta donde da una imaginación que no sea fantasía. En la responsabilidad de esa ausencia hay un nivel que le toca al Gobierno, y mucho más tras haber dejado de lado la idea de “transversalidad” que, en la hipótesis de darla por buena, iba a comandaruna construcción política nueva, del centro hacia la izquierda, alejada de los aparatos dirigenciales corruptos y con alguna concepción movimientista. Hasta que haya otras noticias, eso fue reemplazado por volver a recostarse en la estructura del PJ y tratar, o no, de corregirlo desde adentro.
Pero hay además la incumbencia del grueso popular, a menos que se tenga la percepción romántica de los comportamientos de las masas. ¿Esta sociedad está dispuesta a sumarse a un enfrentamiento serio con las corporaciones del Poder, o prefiere descansar en los laureles de que las cosas andan muy injustas, pero más calmas?

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