EL PAíS
› OPINION
Sobre granos y granujas
› Por Martín Granovsky
Los grandes exportadores reaccionaron ante el decreto del Gobierno anulando una manganeta para burlar las retenciones con su estilo de siempre. Primero, no dieron la cara sino que deslizaron posiciones en off the record, o sea sin identificación de identidad, solo para enviar amenazas veladas al Gobierno. Y, sobre todo, quisieron convertir su causa en un objetivo nacional. Desde ayer, la Argentina está formada por la gente, el colectivo, el himno, la bandera, el dulce de leche, la depresión, Maradona, las norteamericanas Cargill y ADM, la francesa Dreyfus y la difusamente brasileña Bunge Ceval.
Conviene recordar cuál es esa causa. Cuando los exportadores sospecharon que habría impuestos del 20 por ciento a la exportación agropecuaria, se aprovecharon de un régimen viejo según el cual basta con declarar una venta al exterior para que las condiciones de esa venta luego no puedan ser modificadas. Se apuraron para que, impuestas las retenciones, éstas no afectaran sus ganancias.
Página/12 lo publicó el 31 de marzo, junto con sugerencias del ex presidente de la Junta Nacional de Granos Alberto Ferrari Etcheberry para anular o suspender ese régimen, Eduardo Duhalde tomó cartas en el asunto y el miércoles último el Gobierno dictó un decreto liquidando retroactivamente el sistema. Ferrari lo criticó por “bestial”, pero el cuestionamiento más fuerte vino del grupo de grandes exportadores que reúnen el 70 por ciento del comercio de granos.
Afirmaron que quedarían dañados los productores. Es posible, pero por dos motivos que están lejos de cualquier automatismo. Son deliberados. Uno, que los exportadores suelen descargar sus pérdidas en los productores pero jamás los benefician cuando obtienen ganancias fuera de lo normal. El otro, que los productores no construyeron ni una posición independiente ante los exportadores en términos prácticos –no se hicieron cargo de las operaciones más grandes– ni los enfrentaron en términos de legitimidad. Así, los exportadores aparecieron ayer haciendo guerra psicológica como si hubieran sido ungidos también por los productores.
También susurraron, sin poner su nombre en público, que se irían del país. La verdad es que no generan empleo ni agregan valor, y el único dinero que movilizan es el que obtienen de las propias exportaciones, donde retiran márgenes del uno o dos por ciento vendiendo productos muy competitivos y sin necesidad de pelear precios, porque las commodities son mercancías de precio fijado internacionalmente. Si se fueran, el mayor perjuicio sería cuatro oficinas vacías en el microcentro.
Por eso, el Gobierno no debería asustarse ante los lobbyies. Basta con que dicte un decreto reglamentario del anterior, para limar sus costados vulnerables, rescatar a quienes realmente compraron granos y separarlos de los que cometieron fraude. Como diría el Coronel Cañones, los granujas de los granos.