EL PAíS
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Elogio del posibilismo
› Por José Natanson
“Construir la democracia, afianzar la paz, iniciar la reforma del Estado y la economía, fijar la agenda para la próxima década y, mientras tanto, combatir la crisis y absorber los golpes”. Así define Raúl Alfonsín su gobierno y su legado, ejes de Memoria política. Transición a la democracia y derechos humanos, el libro con el que el ex presidente busca saldar cuentas con la sociedad y explicar su particular versión de la historia.
Poblado de testimonios, citas y documentos, el libro de Alfonsín es un repaso de su trayectoria política, desde 1983 hasta ahora, con largos capítulos dedicados a sus decisiones más criticadas. La economía ocupa un lugar fundamental. “No avanzamos al ritmo que queríamos para transformar de raíz un sistema económico perverso”, asegura Alfonsín. Pero la autocrítica no va más allá. Es pobre, por ejemplo, la justificación de las dificultades que fue enfrentando y la descarga en el contexto internacional: “no se puede desconocer que nuestra crisis formó parte de una crisis estructural mundial”, dice, cuando justamente lo que se le cuestiona es la incapacidad para manejar la crisis.
El segundo aspecto más cuestionado de su gestión es el vinculado a los retrocesos en materia de derechos humanos luego del juicio a las Juntas. El ex presidente ofrece su conocida justificación de las leyes de impunidad (la defensa de “los tres niveles de responsabilidades” y el riesgo institucional por la resistencia militar) e insiste con su versión del diálogo con los carapintadas. Al narrar los episodios de Semana Santa, por ejemplo, asegura que no hubo negociaciones con Rico, cuenta por qué no reprimió a los militares rebeldes y explica qué quiso decir cuando dijo que la casa estaba en orden. Lo mejor, en éste y en otros episodios, es el relato: aunque teñido por la opinión de su protagonista, no deja de ser una crónica detallada e interesante, con detalles desconocidos y el color propio de la primera persona.
Desde un punto de vista más general, los argumentos con los que justifica sus decisiones más cuestionadas tienen algo en común: la idea de que eran las únicas opciones posibles para salvar la democracia y las instituciones en los momentos difíciles. Eso fueron, para Alfonsín, las leyes de impunidad, los planes económicos, la entrega anticipada del poder, el Pacto de Olivos y el apoyo a Duhalde en el 2001. Habría que preguntarse si es cierto que semejantes concesiones, que según su propio relato aceptó con dolor, eran la última alternativa. Y si fue así, qué tipo de democracia fue la que contribuyó a construir.
La lectura de Memoria Política deja la sensación de que Alfonsín no termina de entender algunos fenómenos del mundo actual. “Lo que más nos preocupa es la falta de diálogo con los partidos políticos”, se queja. Y es comprensible: su ascenso político se ubicó en un momento –la transición a la democracia– en el que los partidos tenían un rol fundamental. Hoy las cosas son diferentes: las identidades partidarias se han debilitado, los partidos –aún el peronismo– son instituciones desagregadas y gelatinosas y los líderes de popularidad dominan la escena. En el plano económico sucede algo similar: al margen de las exageraciones (decir que el Plan Austral fue una “verdadera obra maestra” es excesivo), Alfonsín parece pasar por alto los enormes cambios económicos producidos en la Argentina en la década pasada. “Corremos el riesgo serio de que nos derrote el neoliberalismo”, denuncia, como si los ’90 no hubieran existido.
Más allá de las contradicciones y los extravíos, el ensayo de Alfonsín se inscribe en una tradición destacable: la de los líderes políticos que escriben para reflexionar sobre sus actos, polemizar con sus adversarios o simplemente contar su verdad histórica. Sarmiento y Mitre son, quizá, los ejemplos argentinos más conspicuos de una práctica casi abandonada, que hoy transitan muy pocos, entre los que tal vez se encuentren Chacho Alvarez y Rodolfo Terragno. Por eso, al margen de cualquier objeción, es destacable, y hasta valioso, el intento de este hombre que en el final de su larga carrera, busca discutir con la sociedad y defender su punto de vista.
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