EL PAíS
› RECUPERARIA SOLO 10 A 15 POR CIENTO
Que no cobre el Estado
› Por Julio Nudler
Cuando el Estado se hace cargo de la cartera crediticia de los bancos e intenta cobrarla, “la experiencia indica que recupera sólo entre el 10 y el 15 por ciento”. Jorge Vasconcelos, economista de la Fundación Mediterránea, lo afirma en base a experiencias como la del Fobaproa en México y la AGD en Ecuador, dos países que en los años ‘90 sufrieron traumas financieros y procuraron rescatar a sus bancos. Ese proceso de estatización de carteras activas bancarias corre el riesgo ahora de reiterarse en la Argentina, en la medida en que las acreencias que los bancos mantienen contra el Estado (préstamo garantizado y otras) no alcancen para compensarlo por la entrega de Bónex 02 a los titulares de plazos fijos reprogramados, que hasta hoy son pasivos de los bancos. “Esa sería una solución ineficiente”, asegura Vasconcelos. “¡Por favor, no hagan el fideicomiso!”, implora, contra la idea de juntar en un pozo común porciones de los portafolios crediticios bancarios y salir a perseguir deudores, directamente o licitando la cobranza. Al hablar recientemente en un seminario del Funif sobre “El Desafío de la Recuperación de la Confianza y el Crédito”, aportó un ejemplo elocuente: el del banco mexicano Serfin, en cuyo mantenimiento a flote el Estado azteca invirtió 12.000 millones de dólares, pero terminó vendiéndoselo al Santander en unos 1500 millones.
Un esquema alternativo consistiría en darles tiempo a los bancos para rescatar los nuevos Bónex, aceptándolos para la cancelación de deudas del sector privado. Esos mismos títulos serían luego entregados por las entidades financieras al Estado para cerrar las cuentas. Sin embargo, no es seguro que los deudores privados se inclinen por comprar Bónex 02 en el mercado para entregarlos a los bancos con el fin de saldar sus deudas. En caso de que se mantenga la aplicación del CER, sólo lo harán si creen que el dólar (moneda en la que estarán expresados los bonos) ya no subirá, o lo hará menos que los precios internos (que determinan el ritmo de indexación de los créditos pesificados), y que tenderá a elevarse la paridad del Bónex (es decir, a reducirse el descuento al que se transan en el mercado).
Para que este acto de fe en la economía nacional tenga alguna chance de ocurrir –porque de lo contrario los deudores esperarán a que el peso se devalúe aún más y el desagio de los Bónex se amplíe–, será preciso que se estabilicen las variables y se perciba que la macroeconomía se ordena. “La consistencia macroeconómica es una condición sine qua non para empezar a olvidar”, sostiene Vasconcelos, remitiendo a la forma en que a la gente fue borrándosele el amargo recuerdo del Plan Bónex a partir de la confianza que provocó la convertibilidad en su etapa inicial. Pero además de estabilizar las variables, y en particular el dólar, será preciso definir la inserción comercial y financiera de la Argentina en el mundo.
Si el país no tiene crédito, ni lo tendrá por algún tiempo, su economía dependerá de la inversión directa. Ese fue el camino mexicano después de la crisis del Tequila, estallada a fines de 1994. Pero hay dos dificultades para que la Argentina repita esa experiencia: una es que no limita con Estados Unidos ni tiene a su disposición ese mercado; otra, que se ha marginado del mundo porque está en cesación de pagos y ni siquiera les planteó aún una propuesta de arreglo a sus acreedores. Por ende, es mejor que vaya pensando en otra manera de reencontrarse con el crecimiento. Al respecto, sería bueno no hacerse ilusiones sobre el curso que tomará la resolución de la crisis bancaria.
Años después de su colapso, y sin que hubiese habido corralito, aunque sí una licuación de saldos, la banca no ha vuelto a ser en México lo que era. En 1994 los depósitos representaban más de 32 puntos del Producto Bruto, pero en 2000 sólo equivalían a 20 puntos. Para Vasconcelos, el encogimiento del sistema será más pronunciado aún en la Argentina. Pero, además de perder volumen, los depósitos a la vista serán una porción creciente del total por la mayor preferencia por la liquidez. La gente se vuelve más cortoplacista, y hasta los propios banqueros, escaldados, acentúan su preferencia por la liquidez y asumen menos riesgos. Tanto en México como en Ecuador, el crédito creció mucho menos que los depósitos.
La Argentina carga además con el ruido de su caótica salida de la convertibilidad. Hoy “ni el dólar ni el peso son confiables para los contratos”, dice Vasconcelos. El peso no lo es porque su valor, tanto en términos de los bienes (precios) como del dólar (tipo de cambio), es desconocido a plazos tan cortos como 30 ó 60 días. Por ende, no hay casi contratos a más de 48 horas. El dólar tampoco sirve porque después de la pesificación forzosa perdió seguridad jurídica. Tampoco –subraya el mediterráneo– se incentivó la cultura del pago de las deudas (alusión a la cuestionada ley de quiebras). Para colmo de males, las monedas de baja calidad, como el peso argentino, no pueden generar una tasa de interés de referencia para plazos medianos y largos. En América Latina, sólo el peso mexicano y el chileno pertenecen a una categoría superior. México se da el lujo de emitir Certificados del Tesoro en la moneda local a 5 años y a una tasa fija de sólo un dígito. El real brasileño, por su parte, admite ya hasta 2 años, pero con una tasa de casi veinte puntos.
En la Argentina, en cambio, el descalce de monedas es, más de lo que siempre fue, una traba insalvable para que exista el crédito a largo plazo. Si sólo puede llegar a haber una tasa para términos breves, ¿cómo tomar depósitos cortoplacistas y represtar esos fondos a varios meses o años? Se plantea entonces el dilema entre dolarizar los contratos e indexarlos por precios. La primera opción choca ahora contra la referida inseguridad jurídica, pero también contra el descalce de los deudores, que ingresan pesos (salvo que solamente exporten) y se endeudarían en dólares, precisamente la misma asimetría que fomentó la convertibilidad, volviendo tan traumática la devaluación del peso. En cuanto a la indexación, además de tener muy mala prensa porque realimenta autónomamente la inflación, espanta a los deudores e inquieta a los acreedores, es rechazada de plano por el Fondo Monetario. ¿Alguien conoce otra salida?