EL PAíS
› OPINION
Basta de pedir
› Por Alfredo Zaiat
Se parte de un diagnóstico equivocado sobre la responsabilidad del default. Se han precisado los groseros errores del FMI que fueron incubando el estallido argentino. A la vez, se han detallado los efectos devastadores de la convertibilidad de la dupla Menem-Cavallo. Además del Fondo y del gobierno menemista y de De la Rúa, falta indicar a un actor de esta obra de terror que pasa desapercibido. Se trata de los principales bancos internacionales que colocaron bonos argentinos a tasas exorbitantes, engañando a sus compradores sobre la situación de la economía. Nicola Stock es el abogado, comisionista, que ahora los representa. Para evitar confusiones, es lobbista de los bancos, no de los tenedores de bonos.
Puede ser que hayan sido embaucados por banqueros ávidos de cobrar comisiones elevadas. Pero los inversores, pequeños o grandes, locales o del exterior, jubilados del Primer Mundo y fondos institucionales no han sido inocentes. Sabían que adquirían papeles que ofrecían rentas desproporcionadas en relación a otros bonos de mercados estables. Asumieron un riesgo, inducidos o no por oficiales de cuenta de bancos, y deben asumir los costos implícitos de esa aventura. Se trata, en definitiva, de las reglas de mercado, que tanto publicita la ortodoxia local y la del Fondo. Quienes compraron los títulos que franquearon la puerta del default tenían la opción de otros de países poderosos o de empresas líderes mundiales. En esos casos la tasa a percibir iba a ser mucho más baja que la ofrecida por Argentina. Esa diferencia es lo que se denomina “prima de riesgo”. Cuanto más elevada, mayor es el riesgo de perder mucho como el de ganar mucho dinero. Esa es la alternativa que se les presenta todos los días a los protagonistas que apuestan en el mercado internacional. Y en ese ámbito financiero no es de buen perdedor pedir al emisor de la deuda que comparta los costos de fallidas apuestas.
En esa lógica elemental de mercado libre, los acreedores privados deben hacerse cargo de una parte sustancial de los costos derivados de los riesgos que asumieron al comprar bonos argentinos. La poda es el costo que deben contabilizar inversores que apostaron a rentas elevadas y no las pudieron realizar porque esas mismas tasas les prenunciaban el colapso que no querían ver, cegados por la tentación. Resulta imprescindible poner las cosas en su lugar para dejar de escuchar el llanto hipócrita de acreedores, que desde la Propuesta Dubai a la de Buenos Aires se les triplicó la oferta. Ya es hora de decirles: basta de pedir.