Mié 06.10.2004

EL PAíS  › OPINION

Precisiones sobre pobres

› Por Washington Uranga

En la Argentina actual “los pobres” o “la pobreza” han dejado de ser una categoría de análisis para convertirse apenas –y esto no implica ningún desprecio o desvaloración– en una categoría ética. Hablar de los pobres sirve para hacer apelaciones genéricas a la solidaridad y a la caridad. No es útil para saber de qué estamos hablando desde el punto de visto sociológico y, en consecuencia, para tomar medidas y adoptar soluciones reales desde lo político y lo económico. Las estadísticas indican que en la Argentina sigue existiendo un elevadísimo número de pobres, pero los estudios cualitativos más serios permiten señalar que son distintos los motivos, las trayectorias de quienes cayeron en esa situación de pobreza y, por lo tanto, también son diferentes las respuestas que deben ensayarse. La pobreza tiene muchas caras. Sólo para mencionar dos. Hay pobres excluidos. Son aquellos que no participan de ninguno de los beneficios del sistema (y quizá nunca participaron). Están alejados de toda red de protección y de socialización y por esa condición no acceden ni siquiera a la solidaridad organizada –salvo pocas excepciones–, sea ésta privada o estatal. Muchos de ellos están “acostumbrados” a la pobreza, resignados a su condición. Hay también “empobrecidos”. Aquellos que algún día fueron asalariados y hasta soñaron con un futuro de clase media con “buen pasar”. Hoy están atravesados por la angustia de no tener trabajo, de no poder brindar a sus hijos un futuro distinto, no sólo porque no mejoran en su condición, sino porque lo que saben y lo que pueden hacer no les sirve para superar el momento adverso. Y temen, con angustia, que la pobreza de hoy –que es material, pero también simbólica, de autoestima– se convierta en crónica. La pobreza no se puede combatir sólo desde el aporte solidario y desde la caridad. La solución de la pobreza en cualquier país requiere de decisiones políticas económicas de fondo, que modifiquen la estructura de los ingresos y que atiendan a las diferencias que existen entre los mismos pobres. Estas decisiones no pueden estar exentas de conflictos porque van a afectar necesariamente los intereses de quienes hoy viven en la abundancia. En otras palabras: el llamado exclusivo a la solidaridad con los pobres puede resultar una mentira (piadosa o no dependiendo de la intención y los intereses de quien lo haga) si no está acompañada por una voluntad efectiva de los sectores que la impulsan, de las fuerzas políticas y del poder económico, para modificar una estructura de distribución de ingresos que es escandalosamente injusta, aquí y en el mundo.

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