Jue 07.10.2004

EL PAíS  › OPINION

Vidas paralelas

› Por Mario Wainfeld

Carlos Corach había leído y releído la sentencia del Tribunal Oral sobre el atentado a la AMIA. La tenía subrayada, sorprendido porque los jueces ordenaban iniciar acciones en su contra, siendo que nunca lo habían citado a declarar. Llamó a Hugo Anzorreguy.
–¿Leíste el fallo? –preguntó y la respuesta lo sorprendió.
–No.
–¿Lo tenés?
Otra negativa en monosílabo detonó la última pregunta.
–¿Te lo mando?
Anzorreguy asintió. Corach advirtió entonces que no podría hablar seriamente con su ex compañero de gabinete sobre la sentencia. Un diálogo que podía valer la pena pues ambos son abogados avezados amén de políticos que supieron tallar alto. Pero, a cinco años de haber dejado el gobierno, la vienen pasando muy diferente.
Corach volvió a la sociedad civil con soltura. Pasó un buen tramo de su vida en Oxford, aprendiendo y dando clases. Y no desespera de escribir una suerte de tesis que corone su paso por la célebre universidad con la que lo conectó el extinto Guido Di Tella.
También ha viajado generosamente por el mundo, sin olvidarse a su regreso de los conocidos. Por ejemplo, en un reciente periplo por Turquía compró un compact de música de la región que, ya de vuelta, hizo llegar a Rubén Beraja, un devoto de la cultura sefaradí, a la sazón preso.
Anzorreguy, en cambio, no es la sombra del hombre que fue abogado de la CGT de los Argentinos hace ya décadas y el dueño de la SIDE en los ‘90. Quien lo cruza por la calle y lo ha tratado en aquellas épocas corre el riesgo de no conocerlo. Camina abatido, casi siempre está solo, tiene los ojos enrojecidos. Siempre fue afecto al whisky escocés, ahora dicen que bebe permanentemente.
El ex Señor Cinco se ha peleado con su hermano Jorge, aquél con el que ponían jueces como si fueran piezas de un rompecabezas. No se dirigen la palabra desde hace años. Suele estar en su lujosa casa días enteros, en penumbra. Acaso ni siquiera se saque esas robes de chambre que tantos dandies envidiaron. Si alguien lo busca, se queja de la ingratitud de la política. Ya no adorna su charla con recuerdos setentistas, con olor a pólvora y militancia, que le valían de coartada mientras integraba un gobierno neoconservador y entreguista.
Distintas, asimismo, son sus situaciones respecto de la investigación que les pidió el Tribunal Oral. Corach salió rápido a prefigurar su línea de defensa. Concedió un par de reportajes, en los que honró su costumbre de poner su propio grabador al lado del que corresponde al periodista. “Así no me sacan de contexto”, adelanta con los tapones de punta. Su táctica fue sencilla. Negó la responsabilidad política y penal del gobierno de Carlos Menem. Pero dejó claro, muy claro, que toda la causa AMIA se manejó desde la SIDE. “Anzorreguy no permitía que nadie metiera la nariz”, explicó a sus amigos. Y también subrayó que casi no vio personalmente al juez Juan José Galeano. A la pasada señaló –y si cuadra volverá a señalar– que Anzorreguy reclutó a Galeano para el fuero federal. Lo conoció (ya lo contó Página/12) siendo un oscuro secretario en un juzgado que tramitaba un pleito contra el Sanatorio Güemes que le permitió al estudio Anzorreguy cobrar un carretilla de honorarios. De ahí el secretario saltó a juez federal, de ahí a la causa AMIA en cosa de meses. Galeano no tenía 40 años ni experiencia, perdona Corach. Todos somos inocentes, predicó... pero la competencia sobre el tema pasaba toda por la SIDE.
Anzorreguy no salió a hablar, ni tiene discurso ni puede derivar responsabilidades a nadie. Por añadidura (ver nota central) ya recibe imputaciones y llamados a indagatoria, aun antes de que se conozcan los fundamentos del Tribunal Oral. Para uno el futuro está sellado. Otro está decidido a pelearla y a defenderse. Su voluntad actual difiere, acaso su responsabilidad penal también.
En los ‘90 se los veía más homogéneos mientras amañaban un fuero federal que fue una afrenta para la democracia, un garante de la impunidad. Una madeja que recién ahora comienza a destrabarse. Y eso sí que lo hicieron codo a codo, en esos remotos tiempos en los que a los dos les iba bien, parejito, en la vida y en la política.

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