EL PAíS
› OPINION
Dos caras y una moneda
› Por Luis Bruschtein
En menos de una semana la diplomacia norteamericana protagonizó dos hechos sobresalientes en América latina. Entre el viernes y el sábado pasados, el subsecretario para Asuntos Hemisféricos del Departamento de Estado, Otto Reich, apareció involucrado en el intento de golpe militar contra el presidente Hugo Chávez. En las 24 horas que duró el golpe, Estados Unidos comenzó a presionar a los gobiernos latinoamericanos para que reconocieran a la nueva dictadura pese a que había derogado los poderes constitucionales. Por otro lado ayer, la presión norteamericana logró que, patrocinado por varios gobiernos latinoamericanos, la Comisión de Derechos Humanos de Naciones Unidas emitiera un llamado de atención al gobierno cubano.
Hubiera sido fatal para la posición aprobada ayer en Ginebra, que los mismos gobiernos que la avalaron, reconocieran a la vez, a los golpistas venezolanos. Hubieran perdido autoridad moral.
Sin embargo, la diplomacia de Estados Unidos jugó en esas dos posiciones tan claramente contradictorias: para Venezuela impulsó la pérdida de las garantías individuales y en Cuba dice querer preservarlas. Es decir que para esa diplomacia, el tema de los derechos humanos no es el que está en discusión sino el color político de los gobiernos que apoya o castiga.
Argentina tiene experiencia en su negociación con el FMI. Resulta ocioso explicar que el voto argentino está atado a esa negociación y no a los derechos humanos. La fuente de legitimidad que tiene el gobierno es el Congreso. Y la Cancillería votó en contra de la decisión parlamentaria, ya que ambas cámaras pidieron al Ejecutivo que se abstuviera. El gobierno chileno del socialista Ricardo Lagos votó contra Cuba, pese a que su partido le pidió que se abstuviera. México, que perdió la mitad de su territorio en invasiones norteamericanas, cambió su abstención por el voto de condena, pese a que el Parlamento había pedido también que mantuviera su posición histórica. En Guatemala, donde hay cientos de médicos y enfermeras cubanos voluntarios en las zonas selváticas, el Congreso le insistió infructuosamente al gobierno que se abstuviera en su voto.
Pero es cierto que las presiones recaen sobre los Ejecutivos y no sobre el Poder Legislativo de estos países. En los casos de Argentina, México, Guatemala y Chile y en otros, decidieron su voto por presiones de una diplomacia que en una semana demostró que no tiene autoridad moral, ni le interesan los derechos humanos. Todos saben que en ese contexto de manipulación política e ideológica, los derechos humanos salen más perjudicados que favorecidos.
Las únicas manifestaciones de alegría por la votación en Ginebra provinieron de organismos de la colonia cubano norteamericana de Miami. Algunos, como la Fundación Nacional Cubano Americana que dirigió Jorge Mas Canosa, expresaron su satisfacción porque la incorporación de gobiernos latinoamericanos a la condena contra Cuba implicaba “un mayor compromiso de la región con la democracia”. Paradójicamente no se trata de un sector con tradición democrática o que se pueda considerar amigo de los pueblos latinoamericanos. Desde que existen han apoyado a las dictaduras de todo pelaje, desde la de Anastasio Somoza, hasta la de Augusto Pinochet e incluso han conspirado a favor de ellas o participado en actos de terrorismo contra sus adversarios.
Estos grupos tienen un poderoso lobby en Washington y uno de sus miembros es Otto Reich, así como otros que Bush designó al frente de sus relaciones con América latina. Cuando se produjeron estos nombramientos, los analistas coincidieron en que se avecinaba una etapa de endurecimiento hacia la región. En ese contexto la votación en Ginebra no tiene que ver con los derechos humanos ni con la democracia, sino más bien con esa política norteamericana. Por el contrario, la defensa de los derechos humanos ha sido perjudicada por esa manipulación ideológica. Y las democracias quedaron mal paradas al ser obligadas a actuar en contra de su naturaleza y de sus fuentes de legitimidad.