Mar 12.10.2004

EL PAíS  › OPINION

Inseguridad(es)

› Por Washington Uranga

La seguridad se ha metido en la cotidianidad de los argentinos y muchos no encuentran una explicación que les resulte suficiente. La falta de comprensión de las razones del fenómeno lleva a muchos a lanzar propuestas y pedidos que, lejos de apuntar al fondo del problema, resultan parches o remedios que tienden más a agravar las cosas que a canalizarlas por un camino positivo. No sólo se expresan las víctimas o los familiares de las víctimas pidiendo más represión o “mano dura”, sino que también hay dirigentes políticos que quieren apelar a la Fuerzas Armadas para, supuestamente, garantizar la seguridad ciudadana. La inseguridad de los secuestros y de la violencia no está desligada de otras muchas inseguridades que vivimos en la Argentina: el desempleo, la falta de calidad de vida, la mortalidad infantil, la falta de un sistema eficaz y equitativo de prevención de la salud. La lista podría hacerse más larga y hasta interminable. No se puede hablar entonces de inseguridad sino de inseguridades, en plural. Porque todos estos aspectos están vinculados. Y no es menos inseguro y dramático sentirse amenazado por la posibilidad de un secuestro extorsivo que padecer la incertidumbre de la falta de comida para sí o para los hijos con grave riesgo incluso para la vida. Hablar, entonces, de la seguridad ciudadana sin vincularla con todas las otras inseguridades que padecen tantos ciudadanos argentinos es, por lo menos, una simplificación. Y no solamente para decir que la pobreza es la fuente de la inseguridad. No es así. El problema de fondo es que en la sociedad argentina está roto el tejido social, es decir, la malla de contención que actúa como regulador de los consensos y garantía de los acuerdos mínimos para facilitar la convivencia ciudadana en paz, es decir, en una relación basada en la justicia y la equidad. El tejido social es el entramado que se genera a partir de la organizaciones sociales. Argentina no ha logrado renovar sus formas de organización, en ninguno de sus niveles, como para rehacer ese tejido social que representa una de las mayores riquezas de la sociedad. Está pendiente un proceso de reforma política, pero también del Estado y las organizaciones más relevantes son las que se conformaron o potenciaron al amparo de la crisis social de los últimos tiempos. Otras organizaciones no se han renovado de manera adecuada. La inseguridad existe, es palpable. Pero no se le puede encontrar solución sino a partir de pensar, integralmente, la reconstrucción del tejido social. Dar respuesta a la inseguridad es también, y principalmente, una tarea social, política y cultural que se apoya en el respeto integral de los derechos de los ciudadanos.

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