Sáb 16.10.2004

EL PAíS  › PANORAMA POLITICO

COMPETENCIAS

› Por J. M. Pasquini Durán

Cuando el peronismo participa de la competencia electoral, antes de enfrentar a sus rivales externos, la confrontación inicial suele estar dedicada a que las principales líneas internas busquen espacios propios de poder y de influencia hasta que, llegado el momento, las facciones acuerden o no encolumnarse en una o varias filas. Con relación a los comicios legislativos del próximo año, esa puja previa mostró esta semana las primeras movilizaciones. En el Luna Park se congregaron los transversales de origen peronista, con Miguel Bonasso y Luis D’Elía en la cabecera, y ayer los sindicatos más pesados hicieron su propio mitin a la sombra de Eduardo Duhalde. El presidente Néstor Kirchner, en un típico gesto del que no puede evitar que cien flores florezcan a la vez, pero que pretende apropiarse de la llave del invernadero, envió delegados personales a las dos concentraciones, personeros con rangos y pesos diferentes puesto que en la simbología peronista, desde las épocas fundacionales del General, la adecuada gestualidad distingue a los líderes de los meros caudillos.
A la vista de estas demostraciones y de otros aspectos de la realidad nacional sería ingrato afirmar que la oferta es siempre la misma. Hay nuevos rostros y siglas que se abrieron paso en el interés nacional por obra de su propio esfuerzo y con méritos de diversa calidad. Al mismo tiempo, sería un excesivo entusiasmo suponer que esas opciones nuevas son la renovación partidaria y de representación anhelada por tantos ciudadanos. Si las tensiones entre Kirchner y Duhalde, reales o imaginarias, son el rasgo central de la vida político-institucional, quiere decir que las novedades están lejos de agotar los anhelos mayoritarios. Sobre todo porque esas tensiones no están originadas en la colisión de concepciones sobre el progreso nacional sino en la mera pugna por los alcances de sus respectivas jefaturas. Ayer, en el acto de Atlanta, el ex presidente Duhalde se refirió a Kirchner en términos tan elogiosos que el discurso parecía una de esas piezas oratorias que eran tan comunes, y vulgares, en los países que practicaban el culto a la personalidad.
En los papeles y dado el nivel de consenso público que se le atribuye, el anhelo de renovación debería concretarse mediante trámites más sencillos y rápidos. Lo que impide que sea de ese modo es una masa de intereses que sostienen a lo viejo y traban el acceso de lo nuevo. Especular sobre la naturaleza de esos intereses, así como el potencial de beneficios, es una tarea colosal debido a lo intrincado de la madeja. Una certeza posible es que hay un sistema de mutua protección que funciona cada vez que una o varias de sus partes se siente amenazada. Una evidencia muy significativa puede encontrarse a poco andar en los laberintos de la seguridad urbana. Ha sido siempre un lugar común que los abusos policiales no serían posibles sin dosis de amparos desde la Justicia y la política. Sin embargo, las purgas realizadas en la policía bonaerense, hasta el momento, no han revelado ninguna complicidad enjuiciable más allá de los límites de la fuerza. O sea: las tradicionales sospechas de asociación ilícita o de connivencia consentida entre el delito y la política carecían de fundamento o funcionan con eficacia los métodos mafiosos de mutualidad, sin que puedan desarticularlos los encargados de restablecer los principios de la igualdad ante la ley. Por el contrario, las campañas combinadas de desprestigio que acosan a los hombres de ley, como las jaurías atacan al tigre, muestran la amplitud del abanico que se despliega cuando la ocasión lo requiere.
¿Acaso los peores son invencibles? Una respuesta afirmativa sería lo mismo que volver a la disparatada hipótesis del fin de la historia. Más apropiado sería pensar que los mejores impulsos de cambio no alcanzan paramodificar la relación de fuerzas a favor del progreso. Entre los diversos factores que conspiran para neutralizar las modificaciones verdaderas por supuesto las derechas se llevan las palmas, pero las izquierdas, aunque sus voluntades no apunten en la misma dirección, tampoco pueden eludir responsabilidades. Aunque quizá sea prematuro abrir juicios definitivos o concluyentes, puede ser de utilidad para la experiencia general de la democracia un franco debate sobre la trayectoria, en parte trunca por aislamiento, de los dos movimientos populares que nacieron en libertad: las asambleas vecinales y los piquetes de trabajadores desocupados. Ayer mismo, militantes del Teresa Rodríguez ocuparon once centros vecinales porteños, un alarde de planificación, en protesta contra la distribución de alimentos del Gobierno de la Ciudad. En contraste con los citados actos políticos ¿hay alguna duda acerca de quiénes tienen las mejores chances de ocupar espacios y de influir sobre las políticas públicas, incluso de mejorar o preservar la mala calidad institucional? Sin sustituir a lo viejo, ¿a quién reclamarle por lo nuevo? ¿A Kirchner, como si fuera de su exclusiva responsabilidad? Hay ciertas tendencias de las izquierdas que han envejecido en la vida nacional sin perder nunca la inmadura ingenuidad de sus remotos orígenes.
En las circunstancias actuales, la sociedad argentina está desafiada por diversas puntas, incluso la emergencia de algunos atisbos, todavía sin plenitud o trabada por contradicciones, que podrían abrir las puertas hacia un horizonte distinto al que prevaleció durante más de la mitad del período democrático que comenzó en 1983. Poco más de dos décadas, un siglo para los que esperan temblando de frío y de hambre, aunque sea apenas un guiño en la historia de las naciones. Nada es simple ni lineal, en el país y en el mundo. Como sucede casi siempre, hay dos maneras de mirar esa complejidad: como el parto difícil de una nueva civilización o la agonía cruel e interminable del viejo tiempo. A lo mejor, no es cuestión de ojear sino de involucrarse para apurar el paso del tiempo.

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