Dom 24.10.2004

EL PAíS  › EL GOBIERNO NACIONAL, EL BONAERENSE Y JUAN CARLOS BLUMBERG

La política y la sangre

El rescate de Patricia Nine fue precedido por una semana plena de protagonismo de Blumberg. Su relación con Kirchner, Solá y Arslanian. Una reseña de su influencia desde abril. El juicio por jurados desata prevenciones corporativas. Una mirada a los medios. Y algo sobre el Estado y los particulares.

› Por Mario Wainfeld

El (cinematográfico a fuer de sangriento) rescate de Patricia Nine realimentó la autoestima del Gobierno, que la viene teniendo muy alta. “Las fuerzas de seguridad venían paralizadas por el ‘síndrome Blumberg’, el temor de que frustrar un secuestro desencadenara la muerte de la víctima. Ahora, superamos una prueba”, razonaba un prominente ministro nacional minutos después del desenlace. El Gobierno levitaba ayer en estado de euforia, pues atribuía el buen desempeño de los autoridades bonaerenses a haberles puesto el aliento en la nuca. El gobierno provincial estuvo de festejo, explicando que fue la inteligencia de la Policía Bonaerense la que descubrió el lugar donde estaba la secuestrada. León Carlos Arslanian, exultante, completó una semana de vértigo, el mismísimo día de su cumpleaños, llamando él al Presidente de los argentinos. No para invitarlo a una fiesta sino para darle la noticia que más esperaba Néstor Kirchner, la resolución de un secuestro extorsivo, el tema que más zozobra produce al Gobierno en su día a día, lo más evocativo de lo que antaño eran los golpes de mercado. El azar enlazó en una semana una firme crítica de Arslanian a Blumberg (jugando en condición de visitante, en Hora Clave), un maratón de reuniones entre el padre de Axel y funcionarios del Ejecutivo y el rescate de Nine. Más allá de la algarabía oficial, el predicamento del ingeniero que la tragedia transformó en referente sigue siendo un tema digno de analizar. Si se lo hace con cabeza fría, desde una perspectiva institucional y progresista, seguramente no será la euforia la sensación dominante.
Cuando un secuestro, ocurrido en el Gran Buenos Aires, invade la agenda informativa de todos los argentinos (así vivan en Mendoza, Tinogasta, Viedma o Rosario, donde ese delito es estadísticamente irrisorio o nulo) las instituciones se conmueven en proporción inversa a lo que crecen elpeso político y el centimil de Juan Carlos Blumberg. Sin fichas que jugar a mano de los equilibrios fiscales (que Roberto Lavagna garantiza hasta en exceso) o contra la excesiva emisión monetaria, la derecha tiene una (no verbalizada pero patente) apuesta política a la sangre. “¿Qué pasaría si un secuestro termina mal?”, dice uno de sus comunicadores, con rostro compungido, mientras se relame por dentro.
“La oligarquía, dominante ante los argentinos y dominada frente al extranjero –escribió, insuperable, Rodolfo Walsh hace cuatro décadas– está temperamentalmente inclinada al asesinato.” Por esas volteretas de la historia, anémica de discurso, desacreditados sus tradicionales sicarios, hoy especula con que lo cometan delincuentes comunes.

Ha llegado un inspector

Durante la semana Blumberg consiguió algo vedado a muchos otros opositores, de rango más institucional: fue recibido por ministros, por el presidente de la Corte Suprema, Enrique Petracchi, y por el mismísimo Kirchner. Con su infaltable carpeta bajo el brazo, lapicera en ristre, Blumberg tomó examen a surtidos funcionarios, tomando (ya es rutina) nota de lo que él traduce como compromisos ante la sociedad. “Toma nota de todo, pide fechas de cumplimiento, reclama al Ejecutivo decisiones que son de la órbita del Poder Judicial, escucha sólo lo que quiere escuchar”, describe uno de sus interlocutores, quien rescata que el ingeniero se mostró respetuoso y no agresivo, a diferencia de como suele comportarse ante los bonaerenses.
El Gobierno asegura que no le hizo ninguna promesa definitiva, pero el ingeniero tradujo que se llevó el compromiso de informatizar la Justicia federal, un reclamo que sería razonable si no insumiera la suma de 50 largos millones de dólares. No se trata de caja chica, sino de una erogación que debe ser evaluada dentro de las prioridades de un Estado que tiene mil deudas, no sólo respecto de la seguridad de los bonaerenses. En la Rosada se asegura que nada definitivo se dijo al respecto, pero el ingeniero (aseguran quienes lo siguen de cerca) anotó otra cosa en sus apuntes. En Balcarce 50 se añade que no se asignó ni un peso para la Cruzada por Axel, pero ésta descuenta que se le conseguirán dineros para pagar viajes de estudios de policías a Estados Unidos, cuyo sistema punitivo es considerado ejemplar por Blumberg, quien, como es conspicuo, no es negro ni pobre. En sus albores como protagonista público, Blumberg era muy crítico con los policías, en los últimos tiempos acomoda sus juicios a sus posturas políticas. Defiende a policías bonaerenses prescindidos por el gobierno bonaerense. Pero fue sonora su ausencia cuando se dictó sentencia a los asesinos de Ezequiel Demonty. Y nada dijo ni hizo cuando un grupo de la Federal patoteó a la abuela del pibe que fue asesinado en el Riachuelo. El Gobierno interpretó esa movida de sus policías en clave conspirativa (inducida “desde afuera”), pero esa exégesis no da cuenta de por qué, más allá de quién los motorizó, los “federicos” realizaron un allanamiento con modos propios de la dictadura militar.
La conferencia de prensa de Blumberg en la Rosada, ladeado por el ministro del Interior, Aníbal Fernández, fue un gesto de debilidad de un gobierno que suele hacer gala de su fortaleza.

El espíritu de las leyes

El gobierno nacional y el provincial tienen a esta altura muy distintos modos de relacionarse con Blumberg. Kirchner salió a bancar a Arslanian días atrás frente a la ofensiva del ingeniero, pero trata a éste muy de otro modo. Voces oficiales analizan que atender con asiduidad y deferencia a Blumberg es un modo de contenerlo y reconocer su predicamento. Pero niegan que se le hagan concesiones. Sin embargo, es mayoritariamentevergonzosa la profusión legislativa inducida por Blumberg. Leyes dictadas sin ton ni son –al conjuro de un autodidacta cuyo dolor no lo transforma en especialista y una derecha “meta bala”– han transformado el Código Penal en una ensalada indigerible. Las penas deben tener una armonía, reflejo del pensamiento social de época acerca de la gravedad de los delitos. Obsesionado por su tragedia, Blumberg centra su visión en un tipo de delito y el Congreso (que poco hace sin mandas de la Rosada) le prodiga un seguidismo que avergüenza aún a los (en promedio inimputables) levantamanos del PJ. Con los años se verá qué le cuestan a la sociedad esos desaguisados, productos de la demagogia hacia “la gente”, que así se nombra por acá a la derecha cuando se manifiesta.
Así y todo, el Plan de Justicia y seguridad urdido por Gustavo Beliz contrarreloj tras la primera movilización de Blumberg no se ha plasmado en su totalidad. Algunas de sus iniciativas más funambulescas, el FBI criollo y la unificación de fueros criminales, siguen sin ver la luz. Un residuo de sensatez anida en el Congreso. Por ahora.
Blumberg habló con el ministro de Justicia, Horacio Rosatti, acerca de dos de sus iniciativas más razonables, que también las tiene. Se trata de la implantación del juicio por jurados y del trabajo en cárceles. El juicio por jurados, un mandato constitucional postergado por más de siglo y medio, va camino de ser ley antes de fin de año. Habrá de encontrar algún escollo en el radicalismo, que recela de la aplicación del principio democrático en la Justicia. El más preocupado, cuentan quienes lo conocen, es el ex presidente Raúl Alfonsín, quien llamó a integrantes del actual gobierno previniéndolos de que podría venir algo así como una vindicta pública contra los políticos. En el ocaso de su carrera, derrotado en su propia interna, el líder radical conserva intactos sus reflejos corporativos. Los parlamentarios boina blanca, resignados a que es imposible oponerse a una norma que amplía la participación popular en el desprestigiado Poder Judicial, procurarán un atajo proponiendo algún sistema mixto que combine en un jurado a gentes del común y jueces. La antipolítica que se parapeta detrás de Blumberg (sin esperar su anuencia) es preocupante, pero la política realmente existente a menudo parece no haber aprendido nada.
Hablando de eso. Blumberg comentó a un funcionario nacional que irá al Parlamento a defender el proyecto que instaura el juicio por jurados y le adelantó que tiene resuelto no mencionar que está tomado del modelo anglosajón, para no ofender la mentalidad de los legisladores nac & pop. Y que tampoco hablará de jurados “populares” para no fomentar recelos de la derecha. Las reglas básicas de la política no tienen secretos para nadie, ni siquiera para quienes hacen profesión de fe de no ser políticos.

Que los cumplas feliz

Arslanian tuvo ayer un feliz cumpleaños. Y quiso compartir su mejor momento, el del anuncio del rescate, con el Presidente. Pero, en medio de su desbordante alegría, no daba con el número de teléfono de Kirchner, así que llamó al secretario de Seguridad, Alberto Iribarne, para que se lo recordara. Saldada la incomunicación, Kirchner trató afectuosamente al “Gordo”, que así lo moteja, hasta le dedicó una broma amigable. El Presidente confía en Arslanian, respeta sus agallas y por un par de días Nación y provincia compartirán cartel y elogios. Incluso Kirchner le hizo saber a Blumberg que su permanente lidia con el ministro bonaerense “es perjudicial para todos”. Pero no todo es idilio entre quienes (por imperio de las circunstancias) trajinan de un lado y otro de la General Paz.
En la Rosada hay quien comenta que las purgas de Arslanian son un exceso y su belicosidad con Blumberg un tributo a la volcánica personalidad del ex juez antes que una lúcida actitud política. En La Plata cuestionan latendencia a mandarse solos de los pingüinos, su propensión a adjudicarse todos los éxitos y a cargar los errores en la mochila de otros.
La actuación de la SIDE es todo un tópico. Cerca de Felipe Solá rezongan porque dicha secretaría funciona como una guardia de corps del Presidente y no como una agencia estatal que colabora con otras. Y dicen más, si que en voz baja. Los servicios, alegan, reciben preferentemente a Blumberg, intercambian data con éste y lo incitan a cuestionar a los bonaerenses. “Cuando Blumberg estuvo con los Nine les aconsejó no aceptar la ayuda de las autoridades provinciales y hablar solo con la SIDE”, alega una mano derecha del gobernador. El dato no es fácil de corroborar, pero sí se sabe que Blumberg ha confiado más de una vez a gentes de su estima que toda la información que recibe la endosa a la SIDE y que nunca lo haría con las autoridades provinciales, a las que aborrece.

Troya no hubiera existido

Los canales de TV de aire y de cable prodigaron por todo el territorio patrio (incluyendo Rosario, Mendoza, Viedma y Tinogasta) la celebración en un par de zonas altas del conurbano bonaerense. La cobertura electrónica de esos trances no merecería unas líneas sino un tratado. La irresponsabilidad informativa, el afán desesperado por tener primicias sobre lo que debería ser reservado genera una polución indeseable. La resolución de un secuestro requiere silencio y sigilo en torno de la familia, las agencias estatales y los delincuentes. Los de afuera no sólo son de palo, son peligrosos y pueden desbaratar el resultado. Preguntarles a funcionarios acerca de acciones que requieren sorpresa y secreto, elaborar hipótesis (casi siempre descabelladas) sobre pruebas de vida, montos reclamados, número de llamadas recibidas, etc., es un modo formidable de empiojar lo que se supone es un interés colectivo en beneficio de un modo particular de la actividad privada. Si se permite una broma referida a un tema serio, cabría traspolar que si cierto periodismo hubiera cundido en Grecia cuando la guerra con Troya, le habría anticipado al enemigo la engañifa del caballo, por el solo deleite de llegar con la primicia.
Muchos comunicadores suelen excusar un descontrol que deberían autorregular, alegando que representan a “la gente”, lo cual es una demasía o más bien una falsedad. Quien prende un televisor o una radio no busca representación sino (a veces) información y (con más asiduidad) compañía y entretenimiento. Si se ensayara un improbable plebiscito entre “la gente” preguntándoles si prefieren ser informados antes y mejor, a riesgo de incrementar el riesgo para las víctimas o si optan por que haya más cautela en procura de más seguridad, el resultado no dejaría dudas. Se dirá que el planteo de esa compulsa es algo capcioso. No lo es más que arrogarse la representación de “la gente” sin haber sido votado jamás.
Juan Carlos Blumberg apareció ayer en triunfo en los festejos ulteriores al rescate de Patricia Nine. Vale la pena subrayar que no fue su Fundación, eterna demandante de apoyo estatal, la que la liberó. La salvedad parece ociosa. No lo es del todo. Si un politólogo sueco recalara en Argentina y se empapara de su realidad a través de algunos medios, creería que Cáritas carga con el peso de la política social y la Cruzada por Axel con el de la lucha contra la inseguridad urbana. Quienes se arrogan autoridad moral y cuestionan desde una supuesta superioridad ética son, al unísono, quienes piden información, apoyo y de vez en cuando vil metal al Estado.
El Estado argentino tiene más agujeros que un queso gruyère y sus agencias dejan mucho que desear. Sus políticos no acostumbran estar a la altura de sus responsabilidades. Esta misma nota reseña cuán vulnerables son a las presiones, cuán corporativas sus conductas, cuántas internas dividen a quienes laboran en común, incluidos quienes hoy comparten festejos. La política debe mucho a los argentinos, incluso retomar el discurso (y la praxis) de vincular el delito en la provincia de Buenos Aires y la financiación espuria de cierta dirigencia. Un tema central que parece haber sido traspapelado en la (de todos modos tensa) tregua entre kirchneristas y duhaldistas.
Pero son las menguadas estructuras del Estado las que cargan con la tarea de compensar asimetrías y desfacer entuertos, incluidos los secuestros. Y son los representantes del pueblo los que deben hacerse cargo de la complejidad, de la falta de recursos, de la asignación de prioridades, de la utópica búsqueda de algo parecido al bien común.

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