EL PAíS
› OPINION
Las preguntas de siempre
› Por Eduardo Aliverti
Todas las informaciones acerca de las idas y vueltas respecto del tema que se da en llamar “seguridad”, como si sólo fuese sinónimo del delito convencional, han quedado o deberían quedar subsumidas por el caso escalofriante ocurrido en Ciudad Oculta. Y el exitoso rescate de Patricia Nine, que parece haber prendido una luz alentadora en materia de coordinación de esfuerzos investigativos, no va en perjuicio de aquella afirmación.
Como símbolo de lo que se juega estructuralmente en esta cuestión, el allanamiento policial en la casa de la abuela de Ezequiel Demonty marca un antes y un después. O debería marcarlo en la mentalidad de quienes conciben la “seguridad” como un problema al fin y al cabo simple que, en tanto tal, requiere de decisiones firmes, mano dura, unos cuantos tiros y sanseacabó (lo cual también van a ratificar algunos o muchos frente a la salvación de Nine).
Repasemos. Un grupo de policías montados en tres patrulleros golpea sin motivo alguno a tres pibes que volvían de bailar y los tiran al Riachuelo. Ezequiel no pudo salir y, una semana después de aquella noche de septiembre del 2002, encuentran su cuerpo en el mismo Riachuelo. El juicio por el asesinato terminó el lunes pasado, con la condena a prisión perpetua de tres federales y penas de entre 3 y 5 años para otros seis policías. Dos días después de la sentencia, alrededor de 20 federales entran a la casa de la abuela de Ezequiel, con una orden de allanamiento de un juez de La Plata. Arrasan con todo, les pegan a la anciana y a uno de sus hijos y esposan a cuatro nietos de entre 9 y 17 años.
Si uno pone en duda que lo ocurrido obedezca a una increíble sumatoria de casualidades, se abren –por lo menos– cinco hipótesis: venganza de los amigos de los policías condenados; vengadores que contaron con cómplices de la Bonaerense; vendetta corporativa de un grupo policial desplazado que cargó contra la cúpula actual; vendetta de otro grupo de policías desplazados en la última purga y, por último, una operación mayor, extrapolicial (con la obvia complicidad de la policía), destinada a provocar una crisis institucional.
Cualquiera de esas u otras eventualidades supone una confirmación apabullante, y terminal, del carácter esencialmente mafioso de la estructura policial, aun cuando quisiera vérselo como sostenido en un accionar autónomo de intereses judiciales y punterismo partidario. Es así como se renuevan preguntas que ya resultan patéticas, porque el punto sigue siendo cómo es posible que la excitación social frente a la ola delictiva lleve a no divisar aquel elefante que está a dos metros de la vista.
¿A cuál policía se le exige que acabe con la inseguridad?
¿Esta sociedad está dispuesta a pagar el costo de, en el mejor de los casos, un período de transición que conduzca al reemplazo completo de la policía existente?
¿Acaso ese mejor de los casos es probable, o se trata de que ésta es la policía que requiere este sistema para controlar Ciudad Oculta y dejar liberadas las zonas y los personajes del delito de guante blanco?
Y si ése es el caso, ¿esta sociedad está decidida a cuestionar a este sistema?
¿Hay disposición para asumir que el delito es sistémico porque es la forma de garantizar que la represión traspase al delito y alcance al conflicto social, a la protesta de los marginados, al control del abajo?
¿Alguien quiere continuar deduciendo seriamente que esto se arregla endureciendo penas?
¿Alguno de los sensibilizados por la cantidad de secuestros y hechos violentos aceptará por fin que sólo parecería haber sensibilidad cuando la víctima pertenece a “una buena familia”?¿Por qué los medios y periodistas afines a la solución penal y brutal del auge delictivo no condenaron el increíble episodio en la casa de la abuela de Demonty?
¿Por qué las autoridades siguen sin responder cuál es el seguimiento que se practica sobre los policías exonerados?
¿Por qué el Presidente afirma que desde ahora se pondrá al frente de la lucha por la seguridad y no vuelve a hablar de la conexión intrínseca entre el aparato de su partido en la provincia de Buenos Aires y las bandas de la policía?
Una obviedad enorme: ninguna de estas preguntas, que están hechas con la certeza, pero también desde cierta facilidad del procesador de textos de un periodista, resuelve nada de nada. Y una obviedad más enorme todavía: si no se tiene la valentía de contestarlas, es completamente imposible acercarse a un diagnóstico preciso sobre lo que llaman la “inseguridad”.