Mié 24.04.2002

EL PAíS  › TRAUMATICAS GESTIONES DE LOS MINISTROS DE ECONOMIA Y DE PRODUCCION

Dos que cayeron en la trampa conocida

Desembarcaron en sus respectivos ministerios con la misión de sacar a la economía de la recesión, impulsando una alianza con el sector productivo y mejorando el clima de negocios. No consiguieron ninguno de esos objetivos, al quedar encerrados en el corralito de querer cerrar primero con el FMI y arreglar la crisis financiera. Remes y Mendiguren quedaron en el camino.

Remes Lenicov.
Esperando a Godot

El sueño de Jorge Remes Lenicov estuvo siempre atado al de Eduardo Duhalde. Lo acompañó como ministro de Economía en la provincia de Buenos Aires desde 1991 a 1997. Cuando abandonó el ministerio provincial fue diputado a la espera del ansiado paso a la Nación. Eran los tiempos de campaña en los que debió abocarse a ser la cara civilizada del “populista” Duhalde. Mientras su jefe político repetía que había que cambiar el modelo, renegociar la deuda y salir de la convertibilidad, Remes tranquilizaba a los “mercados”.
Siempre moderado, abogaba por políticas asistencialistas para preservar la paz social, por la baja de aportes patronales y la flexibilización laboral. Pensaba que entre el ‘91 y el ‘95 se había logrado “un consenso generalizado sobre cómo debe ser la organización de la economía” y restaban sólo “ajustes finos” en temas puntuales: el desempleo podía combatirse con políticas más activas con las pymes y asistencialismo. Pero Duhalde perdió las elecciones y el sueño se dilató.
Cuando en el tercer trimestre del año pasado la debacle inminente del gobierno de Fernando de la Rúa era un hecho, Remes todavía insistía en que, si bien era necesario renegociar el pago de la deuda –los números ya mostraban que pagar era imposible–, salir de la convertibilidad era la peor opción. En línea con la ortodoxia, sostenía que la mejora de la competitividad se lograría renegociando los contratos de los servicios públicos y bajando impuestos. En septiembre, Remes le dijo a este diario que la convertibilidad era “el mal menor, lo peor sería caer en la cesación de pagos, que nos haría retroceder una década”. “La devaluación –aseguraba– reduciría fuertemente los salarios. Con el actual esquema cambiario es posible volver a crecer. Si soy ministro no voy a devaluar.”
En sus propios términos, Jorge Remes Lenicov tuvo buena suerte. Cuando finalmente se cumplió el sueño de Eduardo Duhalde de llegar a la presidencia, y el suyo de llegar al Ministerio de Economía, una buena parte del trabajo sucio ya estaba hecho. No fue necesario tomar la decisión de salir de la convertibilidad ni de “defaultear”. Pero restaba encontrar una solución a las pasivos dolarizados. El camino fue la pesificación asimétrica, la decisión por la que nunca será olvidado. Luego, mientras la alianza con los productivos languidecía, comenzó el esperando a Godot con el FMI. Antes de cualquier acuerdo, dijeron, debía dejar flotar el tipo de cambio. Fue el punto de partida para la disparada del dólar. Confió entonces en que los lobbies contendrían las remarcaciones, pero los precios internos no tardaron en ajustarse al nuevo valor de la divisa derrumbando los salarios. Aunque las provincias ya habían aceptado el ajuste implícito en el Presupuesto 2002, el Fondo pedía más. El intento de cortar el goteo del corralito sin afectar a los bancos con el plan Bonex II fue la última gota.


de Mendiguren.
De chatarrero a devaluador

José Ignacio de Mendiguren es un empresario emprendedor, que encuentra posibilidades donde otros ven dificultades. Aunque ejerciendo su profesión de abogado en la firma PriceWaterhouse alcanzó lugares importantes, no desdeñó las actividades comerciales. Sus primeros pasos fueron en la compra y venta de chatarra. Sin embargo, no tardó en llegar a la producción de indumentaria, actividad que lo convertiría en un hombre rico. Su logro máximo no fue sólo levantar la empresa Coniglio, sino venderla al Grupo Exxel en más de 10 millones de dólares y en el momento justo. Nuevo rico argentino al fin, destinó buena parte de los fondos obtenidos a la compra de campos y a crecer como productor agropecuario.
Quienes lo conocen personalmente sostienen que concentra algunas cualidades infrecuentes en un empresario local: “tiene calle”, enemigos en el establishment y fortuna. También es ambicioso e individualista, característica que lo aventuró en el gremialismo empresario. Comenzando en la Cámara de la Indumentaria, llegó a la secretaría de la Unión Industrial Argentina de la mano del menemista Claudio Sebastiani. Por entonces, Sebastiani quería cerrarle el paso a Luis María Blaquier. Luego de ofrecerle el cargo a Eduardo de la Fuente, y que éste lo rechazara, se fijó en De Mendiguren, un dirigente poco conocido del MIN, la corriente menos liberal de los industriales, al que creyó fácilmente manejable.
Ya como secretario de la UIA, comenzó a mostrar una perspectiva distinta sobre la festejada situación de la economía argentina. La persistencia de la convertibilidad había provocado una sobrevaluación en el tipo de cambio que minaba cualquier intento por mejorar la competitividad de la producción local. El discurso “industrialista” de De Mendiguren resultaba creíble para la sociedad porque él mismo lo creía. Incluso, según cuentan sus allegados, muchas veces debió bajar el tono de sus dichos para evitar conflictos internos.
Con este bagaje, y con el aval de Carlos “Chacho” Alvarez, llegó al directorio del Banco Nación, desde donde comenzó a relacionarse con Chrystian Colombo. Y a través de Colombo, con Raúl Alfonsín y Eduardo Duhalde. Esta fue la génesis del anacrónico plan de unir, en un mismo proyecto, a figuras como Eduardo Escasany, Rodolfo Daer, Hugo Moyano y Paolo Rocca.
Cuando el centro de la discusión económica era ocupado por el debate dolarización versus devaluación, De Mendiguren jugó a dos puntas, tenía buena relación con Colombo frente a una continuidad de la Alianza, y también con Duhalde. Cuando el bonaerense llegó a la presidencia las relaciones dieron sus frutos. Para Duhalde, el titular de la UIA era funcional a la imagen de “producción” que quería imprimir a su gobierno. De Mendiguren se convirtió en el primer ministro de la Producción de la Argentina, lo que le permitió pasar a la historia como adalid de la pesificación, de la que hizo una bandera. Con cinismo o ingenuidad, según se mire, se convirtió en el defensor mediático del daño patrimonial que la devaluación estaba causando en millones de argentinos.

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