Vie 19.11.2004

EL PAíS  › MURIO AYER, A LOS 92 AÑOS, EL CARDENAL JUAN CARLOS ARAMBURU

La pata clerical de la última dictadura

Durante 25 años, Juan Carlos Aramburu lideró los destinos de la Iglesia. Designado arzobispo de Buenos Aires en 1975, encabezó la política de complicidad de buena parte de la jerarquía católica con el terrorismo de Estado y más tarde tuvo una relación difícil con Raúl Alfonsín. Se retiró en 1990, luego de apoyar el indulto y las privatizaciones de Carlos Menem. Ayer, a los 92 años, fue encontrado muerto en su casa de Belgrano.
Aramburu nació en Reducción, en la provincia de Córdoba, el 11 de febrero de 1912, se ordenó sacerdote en 1934 y cuatro años después se graduó en teología en la Universidad Pontificia Gregoriana de Roma. Más tarde ocupó la Vicaría de la Parroquia Villa del Rosario, fue capellán del Hospital Nacional de Clínicas y auxiliar de la diócesis de Tucumán. En 1957 fue designado obispo de esa ciudad, con sólo 35 años: el segundo obispo más joven de la historia argentina.
Diez años después fue trasladado a Buenos Aires. Trabó una relación fluida con Juan Carlos Onganía, en ese entonces al frente del gobierno, en lo que se convertiría en una constante a lo largo de su carrera: su capacidad para vincularse con los jefes militares.
En 1975, poco antes del golpe del 24 de marzo de 1976, Aramburu fue designado arzobispo de Buenos Aires y primado de la Argentina, el máximo escalón de la jerarquía católica. Enfrentado con el Movimiento de Curas para el Tercer Mundo, Aramburu lideró la complicidad de la mayor parte de la jerarquía de la Iglesia con el terrorismo de Estado. De diálogo cotidiano y fluido con los jefes militares, fue acusado de hacer la vista gorda ante la masacre de los curas palotinos en Belgrano. “En la Argentina no hay fosas comunes y a cada cadáver le corresponde un ataúd. Todo se registró regularmente en los correspondientes libros ¿Desaparecidos? No hay que confundir. Hay desaparecidos que viven tranquilamente en Europa”, dijo en 1982, cuando le preguntaron por los crímenes de la última dictadura.
El retorno de la democracia y la primavera alfonsinista desconcertaron a Aramburu, que mantuvo una relación complicada con el nuevo presidente. Rechazó la ley de divorcio y se opuso a la designación de personalidades poco afines a la Iglesia en el área de Educación (como el secretario Adolfo Stubrin). Calificó de “oportunistas” a las Madres de Plaza de Mayo y descreyó del Juicio a las Juntas. “La negación del perdón es un virus diabólico, que carcome los nobles sentimientos del corazón”, fue una de sus frases.
Entre 1982 y 1985 encabezó la Conferencia Episcopal Argentina y dos años después comenzó a planificar su retiro. En 1987 tenía 75 años y, según las reglas vaticanas, presentó su renuncia al Arzobispado. Sin embargo, el papa Juan Pablo II la demoró tres años más, que le alcanzaron a Aramburu para aplaudir las privatizaciones de Menem y apoyar abiertamente el indulto a los militares. En 1990 dejó su lugar a Antonio Quarracino y se retiró progresivamente de la vida pública.
Ayer, cuando personal del Arzobispado porteño pasó a buscarlo para trasladarlo a la iglesia de San Cayetano, Aramburu fue encontrado muerto en su casa del barrio de Belgrano, donde vivía junto a su secretario privado, el presbítero Miguel Angel Irigoyen. No se difundieron las causas de su muerte.

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