EL PAíS
› PANORAMA POLITICO
Proyectos
› Por J. M. Pasquini Durán
Las proyecciones de la apertura hacia el Asia, con preferencia por ahora a la República Popular China, son encomiables porque instalan al país en el mundo de un modo distinto y mejor a las tradicionales tendencias que reducían el territorio de los negocios posibles a Estados Unidos y Europa y obtenían una buena carga de frustraciones debido a las barreras proteccionistas en esas zonas que obstaculizan el ingreso de productos de los países periféricos. Las estadísticas del comercio mundial revelan cada año que el mayor intercambio se produce entre los grandes. El Mercosur, por supuesto, es una prioridad imperativa, dado que la integración es la manera actual de pensar los futuros nacionales, pero esa convicción no implica una nueva frontera sino una plataforma para proyectarse en las múltiples direcciones que propone una mundialización bien entendida.
Dado que se trata de una relación de intereses y no de la formación de una pareja amorosa, las autoridades de la Argentina y China tienen la obligación de obtener para su parte el mayor provecho posible y en esa puja habrá que esperar beneficios para algunos sectores y perjuicios para otros. A los que temen una inundación de productos chinos a bajo precio, no les falta razón, pero tampoco son meros ilusos los que piensan en las oportunidades que se abren para la producción y el trabajo de muchos argentinos. El debido equilibrio depende de muchos factores, tanto económicos como políticos y culturales, lo mismo que de la habilidad y constancia de los negociadores. A manera de referencia, nadie ignora que China espera activa solidaridad recíproca para las respectivas reivindicaciones de soberanía sobre Taiwan, la “provincia rebelde”, según Pekín, y las islas Malvinas. Nadie ignora que China busca tierras para futuros asentamientos de su propia población excedente, cuyo número actual equivale a poco más de la quinta parte de la población mundial, inevitable a pesar de los severos controles demográficos. La Argentina posee tierras fértiles y agua dulce en abundancia, como señala a cada rato la señora Carrió del ARI, pero eso no quiere decir que la colonización sea el único y último propósito de los nuevos interlocutores.
Lo que quiere China se verá con claridad a medida que se conozcan los detalles de los acuerdos y la práctica devele las oportunidades para ambas partes y su aprovechamiento. Tampoco Washington hizo sus movimientos últimos, ya que estos acercamientos suceden mientras la Casa Blanca está ensimismada en sus propias preocupaciones, prestándole poca o ninguna atención a la región que siempre consideró como su “patio trasero”. Sin embargo, las mayores incógnitas emergen de las querencias argentinas: ¿Cuál es el proyecto nacional, qué áreas de la producción serán protegidas y cuántas tendrán que reformular o cambiar sus especialidades? Para no abundar, en resumen: ¿Quién diseña el futuro nacional deseable y establece las metas en el horizonte de todos? Dicho de otro modo: no alcanza con abrir ventanas y rumbos si no está claro quiénes y cómo serán beneficiados. Sería reincidir en el pecado ya conocido de confiar en las puras fuerzas del mercado para que tomen esas decisiones. El Estado debe y puede ser el regulador, el guía y el compensador de esa evolución, sin reemplazar a nadie pero sin renunciar a sus obligaciones con el bien común. Las disquisiciones de la diplomacia son interesantes y variadas, pero tendrán sentido verdadero cuando signifiquen cambios reales en lacalidad de vida de las mayorías. O sea, cuando el desocupado recupere su condición de trabajador, cuando un docente sea remunerado con justicia y cuando un médico hospitalario que atiende enfermos de sida deje de cobrar doce pesos por tarea de riesgo, por citar algunos casos que deberían ser causas de vergüenza nacional y de rebeldía social.
No hay duda de que el Gobierno hace honor a la expectativa pública que lo acompaña con cifras de macrocrecimiento o de obras públicas emprendidas, pero sobre todo planificadas para hacer, o exhibe las cifras del superávit o de la recaudación fiscal. Todo eso es para alegrarse, pero los ingresos nacionales siguen distribuidos sin justicia mientras hay minorías, para decirlo con palabras del empresario Pescarmona, que levantan ganancias con pala. Un reciente informe de la CTA destaca: “La desaceleración en la reducción de la pobreza tiene tasas inferiores a las observadas en anteriores períodos de igual crecimiento económico, lo cual permite concluir que el deterioro de las condiciones de vida se torna estructural, debido a que las reducciones de la pobreza y la indigencia que muestran las etapas de recuperación no logran retornar a los niveles previos a las crisis”. No se trata de un problema de pura eficiencia, tal cual presumen algunos, o de indefinición de las llamadas “políticas de Estado” que se reclaman desde distintas posiciones del arco ideológico. Es, ante todo, una cuestión política. Debido a la crisis ideológica mundial, hay voces que pretenden ser de sentido común que se dejan oír para desparramar sentencias como éstas: “No hay políticas sociales de izquierda y políticas sociales de derecha, sino políticas sociales eficientes”, “No hay ajustes fiscales de izquierda y ajustes fiscales de derecha, sino ajustes fiscales”, “No hay políticas ambientales de izquierda y políticas ambientales de derecha, sino políticas de defensa del medio ambiente”, y así de seguido. Pues bien: esos criterios son incorrectos con alevosía y premeditación.
Hay diferencias entre izquierda y derecha en cada uno de los rubros que abarcan las políticas públicas, es decir las que ejecuta el Estado. Entre muchos otros, lo acaba de señalar una columna divulgada por el Club Socialista en Internet (En defensa de la política, por Alejandro Bonvecchi): “No es lo mismo un seguro nacional de desempleo, administrado por el Estado central sin intermediarios, con su prestación atada a contrapartidas de reentrenamiento y búsqueda laboral articuladas por el propio Estado, que una miríada de subsidios con opacas finalidades y padrones, administrado descentralizadamente por autoridades clientelistas o patrimonialistas, sin contrapartidas monitoreables ni ensambladas con su prestación, destinado por ende a perpetuar la situación que sólo alivia. Ambas políticas pueden ser eficientes, eficaces y económicas para los funcionarios e inclusive buena parte de los beneficiarios involucrados, pero ninguna es, decididamente, la única alternativa” [...] “No es lo mismo equilibrar el presupuesto cobrando más impuesto a las ganancias de la clase media, a la tenencia de acciones y a las transferencias de capital de filiales de empresas multinacionales a sus casas matrices, que hacerlo aumentando los impuestos al consumo de bienes de primera necesidad, reduciendo el gasto público en salud y educación o desfinanciando el régimen de previsión social a través de la eliminación de los aportes patronales” [...] “El discurso que quiere extirpar la política de la administración pretende, pues, desconocer que las soluciones de numerosos problemas administrativos sólo pueden provenir de decisiones políticas. Esta pretensión no es inocente. Sirve bien a los políticos que deben competir por el voto de electorados volátiles cuyas preferencias tienden, en su volatilidad, a converger en el centro. Se adecua perfectamente a los medios de comunicación que necesitan expandir su público para sobrevivir en el mercado. Se ajusta maravillosamente a las inclinaciones regulares de los gobernantes a erigir sus voces como lasrepresentantes únicas de la voluntad de la nación. Pero es precisamente esta funcionalidad la que vuelve a la extirpación de la política respecto de la administración nociva para la construcción de la democracia”.
Definir la orientación de la política es una atribución del Gobierno, pero no excluye la búsqueda de consenso, así como la oposición, sin perder su naturaleza, puede coincidir o contribuir con determinadas políticas públicas que interesan y benefician a las mayorías. En esta perspectiva, llama la atención que la actual administración del Estado realice iniciativas tan interesantes como la que se promete con China y no haya convocado a los aliados y a los adversarios del Congreso para informarles en detalle y pedirles cooperación. Un gesto de este porte, ¿le restaría méritos a la gestión cumplida por el oficialismo? Desde ámbitos de la Casa Rosada suelen escucharse discursos despectivos hacia ciertos partidos de oposición, que pueden estar o no justificados. Es verdad que las iniciativas opositoras no alcanzan para llamar la atención mayoritaria de la sociedad, pero eso no es bueno tampoco para el Gobierno si lo que desea es construir una democracia en todo su significado. La libre competencia en la pluralidad enriquece al sistema y ofrece a la ciudadanía buenas oportunidades de selección, a la vez que acicatea a los funcionarios a cumplir con sus deberes.
El unicato, aunque sea legitimado por los votos, afecta al sistema en su conjunto, pero también a quien lo ejerce. En Brasil, por ejemplo, el PT es el partido con mayor número de votos, pero la pérdida de San Pablo, corazón industrial del país, abrió la posibilidad para que poderosos grupos económicos busquen alianza con partidos de derecha para oponerse al presidente Lula en el 2006. En Venezuela, el presidente Hugo Chávez, después del 31 de octubre tiene mayoría absoluta: controlará 20 de los 22 estados en los que fueron disputados los cargos para gobernadores y 270 de las 337 alcaldías.
La historiadora Margarita López Maya, profesora de la Universidad Central de Venezuela, se siente preocupada: “Siempre que vemos tanto poder en manos de un único partido produce mucho temor. Puede haber una acentuación del autoritarismo. En un país donde la debilidad institucional es tan acentuada, y con una tendencia autoritaria visible en todos los actores políticos de ambos lados, puede haber una acentuación del autoritarismo, de falta de negociación y debate”. Quienes siguen de cerca la realidad venezolana anotaron que el clima de confrontación entre oficialismo y oposición obligó a Chávez a propiciar candidaturas para gobernadores y alcaldes que no eran idóneos para gobernar y sigue existiendo un altísimo porcentaje de abstención. Son experiencias en marcha, donde todavía falta mucho por hacer y definir, pero valen como referencias a la hora de pensar en dibujar un mapa hacia el futuro, un proyecto nacional.