EL PAíS
› REPORTAJE A TEX HARRIS, FUNCIONARIO DE LA EMBAJADA DE ESTADOS UNIDOS DURANTE LA ULTIMA DICTADURA MILITAR
“Con mis superiores no tuve discusiones, eran batallas”
El diplomático norteamericano recibía las denuncias de los familiares de desaparecidos en la embajada. Habla de la política exterior de Estados Unidos y los militares. De la misión que los represores sentían que tenían acerca de “liberar al Oeste” del comunismo y de cómo eso se parece a la visión de George W. Bush sobre Medio Oriente.
› Por Victoria Ginzberg
“Cuando estuve aquí antes, Buenos Aires era una ciudad en estado policial. Había orden pero había policías y militares con pistolas en cada esquina. Ahora hay caos, pero hay libertad. Es una experiencia muy diferente y realmente buena”, dice Tex Harris apenas se sienta en un confortable sillón en la recepción de su hotel. Viene de recorrer las calles porteñas junto con su mujer. La pareja no había pisado el país desde 1979, después de que Harris se fuera tempranamente de su cargo en la embajada norteamericana. Entre 1977 y 1979 el diplomático recibió a los familiares de las víctimas de la dictadura y recopiló alrededor de 13 mil casos de presos o desaparecidos. Su tarea le provocó más de una pelea con sus superiores, incluido el embajador Raúl Castro, pero ayudó a sostener los reclamos de Patricia Derian, la subsecretaria de Derechos Humanos de Jimmy Carter.
Harris fue destinado a Argentina cuando la llegada de Carter a la presidencia de su país introdujo un cambio en la política exterior de Estados Unidos, que hasta el momento se había encargado de entrenar y apadrinar a los dictadores latinoamericanos. “Los militares creían que tenían una misión y no entendieron el cambio”, dice el ahora secretario de la Asociación del Servicio Exterior, que nuclea a los ex diplomáticos. Pero así como en Argentina no comprendieron la nueva situación, en el Norte muchos la resistieron. Cuando Harris regresó a Washington fue cuestionado por su trabajo y casi lo despiden. Veinte años después fue premiado con el Distinguished Honor Award por su labor en Argentina.
–Cuando llegó a Argentina en 1977, ¿sabía lo que estaba ocurriendo?
–Cuando llegué, la visión de la embajada norteamericana era que lo que pasaba en Argentina, la violencia, era una guerra entre locos de derecha y locos de izquierda que estaban fuera de control y que los Estados Unidos, como decimos allá, no tenían un perro en la pelea, es decir, que debíamos mantenernos afuera. Cuando me pidieron que hiciera el trabajo de derechos humanos en la embajada acepté con la condición de que todos los días, durante dos horas, pudiera venir gente para reportar las desapariciones de sus hijos, sus madres, sus padres y hermanos y hermanas. Porque si las operaciones eran clandestinas, ¿cómo podía reportarlas sin fuentes? Los héroes en la pelea de los derechos humanos son las madres, los hermanos, las hermanas. Ellos eran los defensores, yo era el mediocampista. Ellos me traían la información y yo la analizaba y ponía en claro cuáles eran los patrones de las operaciones militares. Y todo esto antes de las computadoras. Hacíamos tarjetas con la información de cada persona: a qué partidos pertenecía o a qué organización religiosa. No todos venían a la embajada, pero tuvimos alrededor de 13 mil casos, no todos desaparecidos, también presos. Había alrededor de 60 o 70 personas por día en la embajada.
–¿Cuándo tomó dimensión real de lo que ocurría?
–Hubo un caso del que tuvimos noticias poco tiempo después de empezar a recolectar información. Era el de una iglesia llamada Santa Lucía, en el que había un grupo de estudio liderado por un sacerdote español. Estudiaban la Biblia y trabajaban en los barrios pobres. Eran 19 personas, incluido el cura, y en una semana 13 desaparecieron. Ese fue el caso que nos hizo dar cuenta de que esto no era algo fuera de control sino que estaba organizado. Era gente que no era terrorista, sino que trabajaban por la Teología de la Liberación. Eran cristianos y de izquierda.
–¿Para usted existía un problema de terrorismo que debía ser resuelto? ¿No fue una excusa de los militares?
–Usaron la excusa del terrorismo para atacar la subversión usando el modelo del cáncer, para recortar toda la carne alrededor. El ejemplo argentino debe enseñarnos las malas lecciones, los errores que se cometieron acá deben ser aprendidos en Estados Unidos y en otros países. Los políticos, los que toman las decisiones, sean militares o civiles, cometen terribles errores al lidiar con el terrorismo y en destruir más de la sociedad de lo que preservan. Los militares argentinos rompieron el tejido social, la estructura del país, que hoy todavía no está reparada.
–¿Estados Unidos aprendió la lección?
–La lección sobre Argentina está aprendida. Pero en Estados Unidos estamos cometiendo otros errores en términos de destrucción de las libertades civiles en la lucha contra el terrorismo.
–¿Los militares admitían abiertamente lo que hacían? Al menos eso surge de los documentos secretos que se conocieron.
–No al principio. Una vez que tuvieron claro que nosotros entendíamos lo que estaba pasando, lo primero que hicieron fue negarlo. Decían que eran grupos que estaban fuera de control. Una vez que entendieron que era estúpido seguir con ese argumento mandaron gente a hablar conmigo para convencerme sobre la necesidad de las operaciones. El momento más triste que tuve durante mi estadía aquí fue durante una visita de la subsecretaria de Derechos Humanos Patricia Derian. Ella tuvo una reunión con (el dictador Jorge Rafael) Videla en la Casa Rosada con el embajador Castro. Yo me quedé en la puerta con el maletín. Cuando la reunión terminó, uno de los asistentes de Videla vino hacia mí y me dijo: “Necesitamos traer a la señora Derian una vez más, porque si ella viniera una vez más, podríamos convencerla de que lo que estamos haciendo es necesario”. Eso fue como un cuchillo en mi corazón. Porque supe que no entendieron nada. Pensaban que tenían una misión en la lucha contra el comunismo y pensaban que tenían que matar a todas esas personas.
–¿Cómo era convivir con las denuncias de los familiares y diplomáticamente con los militares?
–Era loco. Una de mis tareas era la relación con la Marina y la segunda era el trabajo de derechos humanos. En la mañana podía estar con un vicealmirante discutiendo un asunto de política militar y después de dos a cuatro me encontraba con las Madres. Era esquizofrénico.
–¿Hubo algún caso en el que pudieron rescatar a un detenido?
–Eramos capaces de rescatar gente pero la cuestión era el tiempo. Si había americanos involucrados y nos enterábamos temprano de su desaparición, nos aproximábamos al gobierno militar para intervenir. Un caso famoso es el de Alejandro Deutsch y su familia. Su hijo había sido arrestado en Córdoba y luego los militares atacaron su casa. Capturaron a Alejando, su mujer y sus dos hijas. Les robaron todo excepto la heladera y un piano. En 24 horas el embajador Castro fue a ver a (Roberto) Viola y Viola llamó a (Luciano Benjamín) Menéndez. Cuando Deutsch fue liberado le dijeron: “No sé quién es usted, ni sé quiénes son sus amigos, pero nunca vimos una presión como la que hubo en su caso”. Es que su hermana vivía en California y era muy activa políticamente.
–¿Cómo era la reacción de sus superiores con su trabajo, había discusiones?
–No eran discusiones, eran batallas. Jimmy Carter llegó a la presidencia con una nueva política y una nueva visión de las relaciones exteriores. Las relaciones entre Estados Unidos y otros países en el mundo estarían basadas no solo en si eran o no comunistas sino en otros asuntos, incluidos los derechos humanos, es decir, en cómo otros gobiernos trataban a sus propios ciudadanos. Esto era nuevo. En el Departamento de Estado, quienes estaban a cargo de los asuntos latinoamericanos se oponían a esta política. Querían tener buenas relaciones con los líderes militares en todos los países de América latina porque los militares eran estables. Los políticos cambian, la prensa cambia, todo cambia excepto la Iglesia y el ejército, que son estables. Si ellos se hacían amigos de un teniente que iba a estudiar a Estados Unidos, en quince años era general. Eran como granjeros plantando semillas. Ellos se oponían a Carter porque lo que él decía era que había que poner el dedo en el ojo de los militares si ellos abusaban de sus propios ciudadanos.
–¿No era contradictoria esta política con el hecho de que los militares se basaban en la Doctrina de Seguridad Nacional, que se elaboró en su país?
–Los militares argentinos de la dictadura creían que lo que estaban haciendo era necesario. Y porque se sentían con una misión, con un mandato de Dios, no necesitaban o no quisieron escuchar a los consejos de sus agentes diplomáticos o de inteligencia. No entendieron que hubo un cambio en Washington sobre la política anticomunista de (Richard) Nixon, (Gerald) Ford y (Henry) Kissinger. Tampoco entendieron la relación entre Estados Unidos e Inglaterra cuando fueron a la guerra de Malvinas. No entendieron que el hombre más rudo en el gabinete de Margaret Thatcher era Margaret Thatcher y que ella era la mejor amiga de Ronald Reagan. Cometieron muchos errores porque sentían que tenían esa misión. El paralelo hoy es la visión de Bush sobre Medio Oriente. Bush cree que va a cambiar completamente la dirección de Medio Oriente a través de la fuerza militar, pese a las dudas y preocupaciones de sus diplomáticos y sus servicios de inteligencia.
–Varios jueces han pedido la citación de Kissinger. ¿Cree que debe dar explicaciones a la Justicia?
–La organización National Security Archive ha realizado un trabajo muy importante sobre la desclasificación de documentos. Hay un memorándum de una conversación entre el ministro de Relaciones Exteriores (César Guzzeti) y Kissinger que muestra algo que los diplomáticos sabían hace tiempo. La actitud de Kissinger era: “hagan la guerra sucia y háganla rápido”. Pero Kissinger lo niega. Dice que fue malinterpretado, que es un gran defensor de los derechos humanos. El no va a hablar sobre esto, ni siquiera en los Estados Unidos. La verdad es crítica porque si no entendemos el pasado cometeremos los mismos errores en el futuro. Los países africanos en los que pusimos más plata porque eran anticomunistas fueron Liberia: un desastre, Congo: un desastre y Etiopía: un desastre. Hay muchos países en Africa con problemas, pero los tres países que recibieron más plata de los Estados Unidos son los desastres más grandes.
–¿Estados Unidos se debe una autocrítica por alentar y contribuir a las dictaduras latinoamericanas?
–Sí. Los políticos son muy malos para criticarse, pero la historia es muy crítica. En los documentos que se desclasificaron, la verdad está saliendo a la luz. Pero no son los políticos los que lo van a admitir. Son los historiadores, los investigadores, los que están sacando y revelando la información. Cuando se publicaron los archivos desclasificados sobre Argentina en Internet, en dos días hubo 250 mil visitas. Fue el lugar más visitado en la historia del website del Departamento de Estado de Estados Unidos, que recibe 200 mil visitas por mes.