Lun 22.11.2004

EL PAíS

Los casos más dramáticos

Por R. K.

Muchas veces, los casos de secuestros simulados encierran historias muy penosas, dramáticas, que ponen sobre el tapete situaciones límite en el terreno social o familiar.
J. es parte de una familia totalmente quebrada de un barrio más que humilde. Es el único que tiene trabajo y el sustento de todos los demás integrantes de la familia. Sin embargo, la angustia económica lo fue obligando a endeudarse y no sabía cómo salir de la situación. De una forma más que grotesca, en combinación con un amigo, simuló un secuestro para que la gente del barrio y otros familiares se compadecieran y juntasen 1500 pesos para pagar el rescate. El armado era tan elemental, que todo se descubrió en horas.
E. es un estudiante de Berisso, enfermo de sida y con problemas de adicción. Su familia no sabía nada del drama y él, con una pareja, tramó el secuestro simulado para pedirle a su padre una cifra insignificante. Cuando las cosas se esclarecieron, la familia se enteró del cuadro que afronta el hijo.
L., 17 años, planeó junto a su amigo S, un secuestro simulado. Se trata de la familia de un camionero. Hicieron la llamada extorsiva, exigiendo 15.000 pesos, pero después ni siquiera concurrieron a cobrar el rescate. El joven apareció al rato, obviamente sano y salvo. Interrogado por la jueza de menores, admitió que armó todo porque su padre no le permitía estudiar la carrera que él quería y con ese dinero se iba a ir de su casa para inscribirse en la carrera deseada.
Otro L., también de 17 años, vive con su madre, separada, que tiene una nueva pareja. Furioso con esa situación, L. armó con otro chico de 17 la historia falsa de un secuestro, pidiéndole por teléfono al novio de su madre 5000 pesos. Como el hombre es dueño de una ferretería, L. quiso vengarse sacándole dinero de esa forma.
H., de 15, desapareció a las 23 de un día a finales de abril. Horas después se recibió una llamada: la voz de un hombre, en total estado de ebriedad, le exigía 3000 pesos al padre. La propia familia no creyó en el secuestro porque tenían un antecedente: dos semanas antes había faltado dinero del domicilio familiar. Dialogando con amigos del joven se enteraron del bar al que solía acudir a consumir alcohol. Allí encontraron a H., también ebrio, a las 12 del mediodía siguiente. Todo indica que la maniobra fue la forma en que el joven quiso llamar la atención sobre sus problemas de alcoholismo.
P. M. no es un menor. Tiene 29 años. Sin embargo estaba agobiado por la inminente separación de sus padres. Tramó, junto a dos amigos, hoy prófugos, un secuestro simulado. Telefónicamente se le exigió al padre 20.000 pesos, que era la cifra que el hombre le iba a dejar a su esposa al separarse. El aparente razonamiento era que si el padre no tenía los 20.000 pesos no podría abandonar el domicilio familiar. Hoy P. M. está preso.
Como ocurre invariablemente, ninguno de los casos prosperó, en ninguno se cobró el rescate, aunque en varios de estos hechos los jueces tuvieron en cuenta el nivel del drama que estaban viviendo los protagonistas.

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