Lun 22.11.2004

EL PAíS  › OPINION

A dos puntas

Por Eduardo Aliverti

El cuento chino no dejó de serlo, si se lo mide por las expectativas que el Gobierno se encargó de generar. Pero al menos, introdujo alguna cuota de análisis estructural necesario, en torno del modelo económico que hay o habría en danza.
Si el oficialismo no se hubiese ido de boca completamente al cohete, es casi seguro que los anuncios efectuados habrían repercutido de modo mucho más eficiente e impactante. Pero tras dejar correr versiones descomunales, cualquier notificación que se produjese nacería devaluada. Así fue. Y, para peor, el grueso de lo anunciado se apoya en una serie de “cartas de intención” que no garantizan nada de nada, con la casi solitaria salvedad de lo que se invertiría en algunas redes ferroviarias. Aun así, se trata de datos no menores en tanto y cuanto estamos hablando, por ejemplo, de que la Argentina en default que iba a quedar aislada del mundo, respecto de la llegada y fuga de capitales, existía únicamente en los pronósticos interesados de los patéticos gurúes de la derecha; de que los Estados Unidos son una parte y no el todo del capitalismo mundial, y de que, por lo tanto, bastó la decisión de exhibir una mínima dosis de firmeza soberana para enseñar que el enano del circo tiene recursos de defensa. Siendo las cosas como fueron, el cuento chino quedó como cuento chino. Las autoridades se dejaron ganar por la ansiedad de presentar algún show de utopía al alcance de la mano, que tuviese que ver con un futuro económico promisorio. Y de esa forma, desde la comunicación, convirtieron a la criatura en tenue.
De todas maneras e inclusive en una sociedad como ésta, con la capacidad de chocar infinitas veces contra la misma piedra, también se reveló como certera la metáfora de que quien se quema con leche, ve una vaca y llora. Los militares y la rata, o bien Martínez de Hoz y Cavallo (todo lo mismo, es decir), convencieron a una millonada de giles sobre los beneficios de la apertura comercial indiscriminada. Ahora se activaron algunos reflejos –lo cual no significa, ni muchísimo menos, que nuestra clase dominante ofrezca muestras de encarnar algún proyecto serio de desarrollo capitalista– y varios sectores mostraron los dientes y hablaron de la afectación a la producción nacional. Una figura que había sido borrada del diccionario habitual de los argentinos. La cuestión es que aunque sea apareció un debate más o menos serio en derredor de un tópico serio, que es desde cuál modelo interno este país se inserta en la globalización. Un debate que deberá ser nutrido con altura dirigencial e intelectual y que implica tomar nota de la crisis global del capitalismo, vaya, entre otros ítems, para determinar qué alianzas convienen, cuáles amenazas conllevan, si están en la vía de redistribuir la riqueza de otro modo o si apenas es cuestión de acumular divisas a fin de asegurar un nuevo escenario de negocios para las patronales locales y extranjeras.
Uno prefiere estimularse ideológicamente con eso en lugar de dejarse llevar por varios fuegos artificiales, que por estos días, ganaron la atención de los medios. Artificios pero, también es cierto, temas que en caso de oteárselos, bien dejan una tela para cortar que no es secundaria.
Hubo las bombas en los cajeros automáticos, con muerto incluido y las especulaciones acerca de si intervinieron amateurs que no calcularon como corresponde o si fue un trabajo de profesionales cuyo objetivo se cumplió. En cualquiera de los dos casos, lo comprobable es que los servicios; o la “mano de obra desocupada” que habría pasado la factura por las purgas policiales, tienen un poder de fuego francamente lamentable, que sólo podría convertirse en amenaza socialmente peligrosa, si se avanzara con determinación hacia un proceso de afectación de privilegios. Por el momento, sólo por el momento, no hay más que lúmpenes de las llamadas fuerzas de seguridad que juegan a los explosivos.
Por las dudas, esto último no quiere decir que haya que descuidarse. Así se lo recordó a los observadores atentos el instrumento Blumberg, quien hasta la tragedia de su hijo pensaría en intimidad las cosas que ahora le sirve en bandeja a la derecha más recalcitrante. El columnista de Mariano Grondona ha dicho que el rector de la Universidad de Buenos Aires debe ser despedido porque las aulas están llenas de “mugre, drogas y alcohol”. Sin entrar a juzgar su reduccionismo, en sintonía con las comadres de barrio a las que subyuga y con los operadores mediáticos que lo convocan, nadie le ha preguntado a Blumberg qué lo motiva a no estar preocupado por la policía como factor de irradiación del narcotráfico, ni por las estructuras de financiación yanquis en las que abreva, ni por la suciedad de la tortura en las cárceles y comisarías. No. Al instrumento Blumberg se le ocurre lanzarse contra la universidad pública justo cuando está en discusión el magro presupuesto que ofrece dedicarle a esa universidad este gobierno, de presuntas simpatías izquierdistas. La más lobotomizada de las doñas Rosas portadoras de velas, se daría cuenta de que el instrumento Blumberg es, en el mejor de los casos, un títere angustiado de cuanto dinosaurio anda por ahí, y de ahí para arriba un manipulador formado, hecho y derecho. Prioritariamente derecho.
La síntesis prospectiva de estas horas sería: con un ojo en los alcances del cuento chino como para pensar cosas que deberían ser en serio; y con otro en Blumberg & Asociados para advertir que no hay nada serio, pero podría haberlo, porque hay unos fachos tan decadentes como jodidos y agazapados.

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