EL PAíS
› PANORAMA POLITICO
Intenciones
› Por J. M. Pasquini Durán
Para la mayoría de los discursos en estos días hay que apelar a los diccionarios, la memoria y la experiencia a fin de develar sus verdaderos significados, despojándolos ante todo de la deliberada confusión de sus letras que por lo general se proponen favorecer a los propios argumentos o atacar a los de los contrarios. Por ejemplo, el bono de 200 pesos en efectivo que se pagará a los jubilados junto con el aguinaldo y por única vez, debido a un “excedente de caja” en el balance anual de la recaudación previsional, quiere ser presentado como una “redistribución de ingresos”, para lo cual se agrega esta decisión del Poder Ejecutivo a otras anteriores que aumentaron por decreto las jubilaciones y los salarios. Es posible que la voluntad presidencial, por la razón que sea, quiera mejorar la situación de los que menos tienen, pero el deseo no constituye una política nacional de ingresos que modifique la estructura de la distribución, de modo tal que el capital y el trabajo reciban porciones equitativas, ni siquiera justas, de las riquezas nacionales, sin necesidad de la mediación oportuna, cada vez, del decreto oficial. Sería, tal vez, menos efectista pero implicaría una modificación real en los equilibrios de poder y consolidaría las bases de sustentación de la actual gobernabilidad.
Aunque la organización de desocupados Barrios de Pie no oculta su adhesión al Gobierno, sigue formando parte del movimiento piquetero nacional y desde su punto de vista difundió un informe con índices sociales, según los cuales hay una lenta pero progresiva mejoría. En el período entre mayo de 2003 y el último trimestre del mismo año registra una pérdida del 1,3 por ciento del total de ingresos en el monto que recibe el 20 por ciento de la población más rica, y los más pobres son beneficiados por un aumento del 0,10 al 0,70 por ciento del ingreso total a los hogares. Hay que acotar que los más favorecidos aún se llevan la mitad larga del total. El mismo informe reconoce que de junio/2003 a septiembre /2004 el índice de salarios creció “12,66 por ciento en el nivel general, 7,42 por ciento respecto a la Canasta Básica de Alimentos (CBA) [y] 8,37 por ciento respecto a la Canasta Básica Total (CBT)”. Registra, además, que “uno de cada cinco hogares pobres y dos de cada cinco hogares indigentes, dejaron de serlo” si se compara el primer semestre de 2003 con idéntico período de 2004, mientras que el contraste del segundo trimestre de 2003 con el segundo de 2004, “la tasa de empleo crece dos por ciento, la de desocupación desciende tres por ciento y la de subocupación baja 2,6 por ciento”.
El Presidente anunció esta semana que el próximo índice de la estadística oficial de desempleo registrará una baja más pronunciada en todo el país, pero el lento avance de la recuperación en la base social todavía es el principal factor de perturbación nacional, a pesar de que los acreedores internacionales de la deuda argentina, incluido el ex comunista italiano Massimo D’Alema que visitó el país esta semana, diseminan una idea típica de los años 90 que ubica como máxima prioridad la satisfacción de las demandas de las finanzas internacionales. Dado que el bocado en disputa es de nada menos que 100 mil millones de dólares, la puja es cruel y es mucha, por lo que sobre este tema los discursos están saturados de malicias y de hipocresías, cada uno en busca de abundante provecho propio. Si hay que elegir algún texto alusivo, podría ser bíblico: “Tú, que enseñas a los otros, no te enseñas a ti mismo. Tú, que hablas contra el robo, también robas. Tú, que condenas el adulterio, también lo cometes. Tú, que aborreces a los ídolos, saqueas sus templos. Tú, que te glorias en la Ley, deshonras a Dios violando la ley” (Pablo, Rm 2, 21-23, cit. por R. Brown, Luces y sombras de la autoridad en la cultura actual, en Criterio, nov./04). El autor alude a la autoridad en una acepción más amplia que el Gobierno sino a toda persona en posición de reconocimiento público, incluida la clerecía.
Este tipo de autoridad es la que deberían ejercer las cúspides sindicales, pero desde los años 90 están en un proceso de decadencia que parece imparable. Dado que los vacíos políticos son ocupados de alguna manera, aquella autoridad centralizada que podía desestabilizar gobiernos hoy está fragmentada en múltiples direcciones, no sólo por arriba sino también por abajo. Perdió también la representación porque antes permitió la precarización masiva del trabajo, por lo que hoy más de la mitad de los trabajadores ocupados son ilegales, en “negro”, y la masa de desocupados encontró otra formas de agruparse, en un mosaico de minorías que por comodidad expresiva son todas llamadas “piqueteras”. En ese racimo de representaciones fructifican consignas de diversa naturaleza, desde la radicalizada demanda de los trabajadores neuquinos de la cerámica Zanon, instalados esta semana frente al Congreso, que piden la estatización bajo control obrero de las empresas abandonadas por sus propietarios originales hasta la jornada de seis horas por tarea insalubre que reclaman los empleados de la empresa de subterráneos, ante el malestar de los usuarios por la interrupción del servicio, pese a que es una reivindicación de tradición gremial, o la más generalizada que pide la anulación de los miles de procesos judiciales contra militantes sociales.
Miradas en su conjunto, estas acciones reflejan una creciente decisión de lucha en la base social, pero su dispersión es su mayor debilidad, ya que si bien aquí o allá algunas logran éxitos parciales, el potencial de esa fuerza carece de gravitación en las decisiones de las políticas públicas porque son afluentes que no forman un torrente único debido a la ausencia de conducciones unificadas. En buena medida esa incapacidad deriva de las mismas tendencias políticas que alientan el combate, ya que dogmas partidarios o prejuicios ideológicos de antiguo pesan sobre la izquierda marxista, cristiana o peronista, aislándolas en las fronteras cerradas de sus respectivos territorios. En épocas preelectorales, como la actual, brotan variadas iniciativas de unidad, como las que se ven estos días entre algunos intendentes (Ciudad de Buenos Aires, Córdoba, Rosario, Morón), entre dirigentes comunistas, socialistas y de la CTA, entre socialistas y radicales, algunos en clara empatía con el Presidente y otros en la vereda contraria, en una agenda de reuniones que semeja un laberinto en lugar de la apertura de nuevas sendas.
Aparte de sectarismos o egolatrías, un obstáculo principal que dificulta la confluencia es la ausencia de un contexto de políticas nacionales que los congreguen y polaricen en una misma dirección. Si bien hay coincidencias, cada cual tiene el pliego propio y espera que los demás le den consentimiento. El Frente Amplio nació por la voluntad de algunos dirigentes lúcidos, pero el resultado que obtuvo en la última década, primero en la jefatura de Montevideo y ahora en la elección presidencial, es el producto de muchos años de construcción, distrito por distrito, y la deposición de las parcialidades a favor de los objetivos generales, un promedio de las aspiraciones de las múltiples partes. Esos resultados no se consiguen sólo en las salas de reuniones sino en la práctica social, hasta que los ciudadanos se convenzan de que están ante una propuesta seria, ponderada y probada en la larga marcha por los escalones institucionales del sistema democrático. Habría que mirar menos los resultados triunfales y dedicarse más al camino recorrido, incluidos los fracasos y frustraciones que piquetearon la ruta. A lo mejor, miradas más largas podrían darle un sentido distinto al corto plazo, tanto para hacer oficialismo como oposición.