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El individuo posmoderno
Por José Natanson
Como ocurrió hace 200 años, asistimos a una transformación mayúscula de la democracia, de un sistema de masas e intereses sociales bien definidos, a un modelo de “representación postsocial”. Esta es la tesis central del politólogo Juan Manuel Abal Medina (h), que en La muerte y la resurrección de la representación política (Fondo de Cultura Económica) analiza los cambios en el sistema político: un fenómeno que, aunque se viene incubando desde hace tiempo, explotó en la Argentina con la crisis de diciembre del 2001.
El libro comienza con un repaso histórico-conceptual del camino que llevó de las primeras democracias griegas a los modernos sistemas representativos, continúa con la descripción de los diferentes modelos de representación y concluye con dos secciones donde se incluyen las tesis más novedosas.
La idea central es que la democracia se está modificando radicalmente, como ocurrió a fines del siglo XIX, cuando el modelo parlamentario –de inspiración aristocrática y posible gracias a la restricción de la ciudadanía– se transformó en la moderna democracia de masas, ajustada al sufragio universal y posible en una sociedad con identidades sociales homogéneas (el proletariado, la clase media, los cristianos).
En el nuevo contexto, las instituciones tienen serias dificultades para sostener el lazo representativo, como revelan la sensación de insatisfacción y las explosiones de descontento, como la crisis de diciembre en Argentina. Y esto es así porque, a diferencia de lo que ocurría en la democracia de masas, la sociedad actual se caracteriza por el debilitamiento de las identidades colectivas y la centralidad del individuo: si antes era posible representar a una clase social, un grupo ideológico o una religión, ahora parece imposible representar al individuo. “Es el propio individuo contemporáneo el que ya no actúa de una única forma. Es propenso a la angustia y a la depresión; cuidadoso de su salud, arriesga felizmente su vida en autopistas o escalando montañas; formado en el universo científico, es permeable a la magia y los esoterismos. El individuo posmoderno, lejos de ser fruto de un solo patrón de comportamiento, es la coexistencia de contrarios y la fragmentación del yo.”
Los individuos buscan una relación de transparencia con la política (en general, desde lugares “no políticos”), mediante un vínculo empático que desprecia cualquier forma de mediación. Es la “representación-postsocial”, marcada por la influencia de los medios de comunicación y el protagonismo de la imagen, con la opinión pública a la ofensiva y en el contexto de una sociedad heterogénea, fragmentada, dispersa.
Este es el cuadro que describe Abal Medina en el final de su libro, antes de proponer una serie de ideas para ajustar los mecanismos institucionales a la nueva situación: crear formas más personalizadas de control, “ciudadanizar” las decisiones políticas, ampliar los espacios de participación y habilitar nuevas instancias de deliberación.
Podrían señalarse algunas cuestiones. Aunque contiene buenas ideas (por ejemplo, la afirmación de que, contra lo que opina cierto sentido común, la democracia clásica no tiene nada que ver con la actual), el recorrido histórico resulta un poco largo en relación con el tramo final, donde aparecen las tesis más novedosas. En el capítulo dedicado a los modelos de representación podrían haberse agregado ejemplos concretos para ilustrar los conceptos. Y las propuestas del final podrían desarrollarse más.
Al margen de estos comentarios puntuales, el libro constituye una valios a puesta al día del debate sobre la representación política y la legitimidadde la democracia. Abal Medina no satura el texto de citas innecesarias, escribe con claridad y sabe de lo que habla. Y asegura que, después de todo, quizá la perspectiva no sea tan terrible. ¿Puede esta desilusión con la democracia llevar a nuevas formas de totalitarismo?, se pregunta en el final. “Creemos que no, ya que los actuales gobiernos electorales están en consonancia con el perfil del individuo contemporáneo, amaestrado en la elección permanente, alérgico al autoritarismo, tolerante y ávido de cambios frecuentes, pero muy tranquilos. Lo que en la actualidad seguimos llamando democracias, con su pluralidad de partidos y elecciones periódicas, se parece cada vez más al ideal posmo del autoservicio o del centro comercial: lugares fríos e impersonales en los que nadie irá a buscar el ‘sentido de su vida’, pero donde nos sentimos más o menos cómodos.”