EL PAíS
› OPINION
Que se vaya Blejer
› Por Miguel Bonasso
Hay una variante insólita del “que se vayan todos” que consiste en expulsar a un familiar escrachable del apellido que uno porta. Es lo que acaba de hacer la ciudadana Ana Laura Blejer con su incómodo y repudiado pariente Mario Blejer, funcionario del Fondo Monetario Internacional transitoriamente a cargo del Banco Central de lo que alguna vez fue la República Argentina.
Ana Laura, que es la hija menor de David Blejer, quien fuera ministro de Trabajo de Arturo Frondizi, ha enviado una carta a Página/12 en la que exige que Mario Blejer renuncie a la “blejeritud”: “Váyase de mi apellido. Lo expulso. Simplemente no lo merece”.
Ana Laura empieza por contar la saga de los Blejer, uno de esos maravillosos linajes de las cuatro grandes corrientes migratorias que hicieron este país (tanos, gallegos, rusos y turcos, según simplifica y malversa la vulgata nacional). “Los Blejer –dice– somos originalmente de Odessa, llegamos al país a fines del siglo 19 y fuimos los gauchos judíos que nos afincamos en Entre Ríos, Santa Fe y Córdoba. Fuimos corridos de la Rusia zarista por nuestra condición de judíos y vinimos a trabajar esta tierra, la tierra prometida de la libertad, la paz, el trabajo, la dignidad, los derechos humanos. Sembramos noches de tierra fértil con hijos que aprendieron a tomar mate y olvidaron el ruso. (Más tarde) Los Blejer parimos profesionales que abandonaron la tierra y trabajaron el campo político, cultural, social. Los Blejer hicimos patria adentro y afuera de la patria.”
No exagera: su bisabuelo Moisés Aarón Blejer fundó la primera cooperativa agraria de la Argentina en la entrerriana Basavilbaso. Acababa de llegar al país y aún no sabía hablar en español. El padre de Ana Laura, David Blejer, fue el primer ministro judío en 1958, en el gobierno de otro hijo de inmigrantes (de la itálica Gubbio) llamado Arturo Frondizi. Uno de los múltiples parientes de Ana Laura, José Blejer, fue el fundador de la primera escuela psicológica argentina. Gregorio Blejer, el abuelo, solía comentar con filosófica serenidad: “No habremos ganado plata, pero trabajo gracias a Dios no nos faltó”.
Los Blejer, cuenta con pasión nuestra circunstancial corresponsal, son muchos, como también lo son otros afluentes de su sangre: los Dubinsky, los Voloj, los Bercovich. Ana Laura Blejer, la hija menor de don David, casó con goi y parió un Villanueva (su hijo). Como parte de una visión familiar amplia que los hizo “dormir con diferentes pareceres políticos y religiosos y convivir con diferentes orígenes, con pueblos y culturas lejanas. Somos de los tantos que creemos en lo mejor del ser humano y trabajamos por ello en nuestras múltiples diferencias”.
Un humanismo que llevaría a varios miembros de la familia (empezando por Ana Laura y su hermano Juan) a “sufrir el exilio político y económico. Y eso dio como resultado que hoy estemos desparramados por los siete mares”.
“La blejeritud –sostiene– es algo así como esa condición de argentino de bien, que le entrega a esta tierra lo mejor que tiene, que la elige como patria, que jamás la traiciona. Los Blejer no generamos ni hambruna, ni desilusión, ni desolación. Los Blejer sembramos colores, poesías, maíz, libros, ideas, hijos, trabajo, amigos.”
“La familia no se elige, o no siempre se elige, pero sí puede repudiarse.”
Luego, con estupendo candor, Ana Laura confiesa que estuvo a punto de cambiarse el apellido para que no la confundieran con el presidente del Banco Central. Pero lo desechó de inmediato: “¿Por qué renegar de mi apellido? En realidad quien debe abandonar la blejeridad es él (Mario Blejer) y no yo. Entonces, que se vaya, que abandone lo que no sabe usar, lo que no es. Soy Blejer con honor y orgullo. Y es la primera vez que voy a salir en defensa de mis viejos, de mis pares y mis menores. Reivindicomi múltiple condición difícil: soy argentina, judía, de izquierda, mujer y me llamo Ana Laura Blejer”.
Alguien que hace público su repudio “porque se trata de temas públicos, hombres públicos, prejuicios comunes. Y mi apellido personal, mi identidad puede ampliarse a todos los compatriotas que sienten que no son merecedores de tamaña carga”.
Coloca al calce el número de su DNI: 11.122.254. Pero no hace falta: aunque no la conociera desde pequeñita sabría, con sólo leer su carta, que es “una argentina de bien”, como ella define a casi todos los Blejer.