EL PAíS
› OPINION
Un discurso con método
› Por Mario Wainfeld
Cuando escaló el conflicto entre Eduardo Duhalde y Felipe Solá algún ocupante de la Rosada comentó que “Felipe salió a pelear con un escarbadientes”. La imagen, entre otras cosas, daba cuenta de la lectura oficial predominante sobre la actitud del gobernador: no se cuestionaba tanto la pertinencia de su avanzada pero sí su oportunidad. La gestualidad ulterior de Néstor Kirchner confirmó esa lectura. El Presidente, que no suele ser muy reservado con sus broncas o sus inquinas, no desautorizó a Solá, aunque se guardó mucho de alabarlo. Pero sí lo acompañó en numerosos actos públicos, el más reciente en José C. Paz. Afuera de la interna, cerca del gobernador.
Ayer Solá vetó el presupuesto provincial, justificando su decisión con un duro discurso, buscando llevar la pelea bonaerense a un terreno más propicio. Lo hizo avalado por casi todo su gabinete, excepción hecha de Graciela Giannettasio. Su ausencia es todo un dato. También la sonora presencia de León Arslanian (un protagonista para tener en cuenta, dada su relación con las dos facciones), quien aplaudió a Solá a palma batiente.
El gobernador no cree ser portador apenas de un escarbadientes, pero sí sabe que la correlación de fuerzas le es adversa. Su movida apunta a mejorar la situación mostrando lo que él estima es su mejor perfil.
Con ese norte, se mostró como un hacedor, preocupado por la gestión a quien un grupo de politiqueros se afana en atarle las manos. Tiene su carga de ironía que el autorretrato elegido por Solá conserve un aire de familia con el que pintan sus adversarios cuando quieren correrlo de la interna, esto es, el de un gestor desvinculado de las internas.
La invocación al hacer y a la gobernabilidad tiene, amén de la opinión general, como destinatario privilegiado a Kirchner. El Presidente es uno de los políticos más preocupados por el deterioro institucional ulterior al “que se vayan todos” y no quiere, ni ahí, una crisis en una gran provincia. También es un político fogueado que no soporta que “la plata no llegue a la gente”, menos que menos en un año electoral. Solá advirtió sobre los dos riesgos.
El gobernador bonaerense sabe que su imagen pública es bastante mejor que la de sus contendientes. Y conoce también un dato parido en 2003 y 2004. Comandar un ejecutivo (nacional, provincial o municipal) es peliagudo pero, en esta etapa, hay dinero para afrontar el brete. La gestión con superávit, una primicia de la época de Kirchner, ha cambiado las reglas. Un gobernador no es solo el funcionario que persigue a los morosos o que debe salarios, también quien tiene la llave de una caja más o menos pipona. El perfil de hacedor que invoca Solá se asienta en millones de razones que ya no son patacones.
En uno de los últimos párrafos de su exposición Solá tendió algo así como un puente a sus rivales internos, convocándolos al diálogo. Los duhaldistas, incluido Duhalde, que invocan siempre su adhesión al gobierno nacional, deberán medir sus pasos siguientes. El Presidente ha dejado expresada su voluntad de no ingerir en las cuitas bonaerenses, siempre que no se ponga en jaque la meneada gobernabilidad. El duhaldismo quedó ayer en el incómodo lugar de incordio de la gobernabilidad. Algo muy inconveniente si se quiere acordar listas futuras con Kirchner... y también si se termina compitiendo electoralmente con él.
Las bregas políticas dan para cualquier metáfora. Puede decirse que Solá ayer pateó el tablero. Quizá sería más adecuada otra imagen, la del ajedrecista jaqueado que movió sus piezas decididamente, doblando la apuesta, sin definir la partida pero mejorando su posición.