Sáb 29.01.2005

EL PAíS  › PANORAMA POLITICO

Espejos

› Por J. M. Pasquini Durán

El jefe de la Ciudad, Aníbal Ibarra, electo dos veces por mayoría de votos, camina hacia los seis años consecutivos de gestión. Hasta antes de la tragedia de República Cromañón su trayectoria política le permitía ambicionar nuevos destinos sobresalientes después que finalice este segundo y último mandato, ya que muchos opinaban que su imagen política era mejor que la calidad de la gestión de gobierno en la metrópoli. La “imagen” es el producto de la combinación de artes y oficios diversos, desde la encuestología hasta la apariencia física, que ganó creciente valor desde que los políticos decidieron relacionarse con la sociedad usando los medios de difusión masiva, sobre todo la TV. Tanto se repara en la “imagen” que, más de una vez, los portadores miden sus actos, gestos y palabras según lo que pueda beneficiarla o perjudicarla. En tiempos “normales” el espejo mágico del cuento casi siempre responde bien cada vez que alguien le pregunta “espejito, espejito, dime cuál es el más bonito”. El problema es que en tiempos extraordinarios, los líderes que quieren conservar el respeto y la consideración de sus seguidores dejan de lado el espejo y ponen el cuerpo. El huracán Cromañón, desatado en la noche del pasado 30 de diciembre, gestó uno de esos momentos que ponen a prueba todo liderazgo. Primero por el impacto directo sobre las víctimas, familiares y amigos y luego porque hasta en los círculos más alejados del centro de la tragedia se generaliza una sensación de bochorno y dolor, muy parecida a la vergüenza de la que habló Primo Levi, sobreviviente de los campos de concentración de los nazis: “Es [...] la vergüenza que siente el justo ante la culpa cometida por otro, la que le pesa por su misma existencia, porque ha sido introducida irrevocablemente en el mundo de las cosas que existen [...]”.
Hasta ese momento inesperado y trágico, la imagen de Ibarra tenía el beneficio adicional de su estrecha relación con el presidente Néstor Kirchner que confirmaba su actividad diligente en la construcción de ese mosaico que se nombra, por síntesis de expresión, “transversalidad”, una manera de ser partidario del Poder Ejecutivo nacional desde fuera del PJ. Aunque recién en el 2007 hay que renovar tanto al Jefe de la Ciudad como al Presidente de la Nación, desde fines del año pasado en las cúpulas interpartidarias se mencionaba, con desdén o fruición, que el próximo cargo de Ibarra formaría parte de la fórmula presidencial o, al menos, del gabinete de ministros. No eran más que chismorreos, ni desmentidos ni confirmados, pero en la puja electoral las preliminares también cuentan. Era evidente que Kirchner promovía la imagen de su leal cada vez que la ocasión ameritaba y el mismo Ibarra dedicaba un tiempo considerable a la formación de la tendencia interpartidaria, con vistas al 2007. A partir de la instalación de ese tipo de rumores y de la actividad tangible del jefe de la Ciudad en la arquitectura de la “transversalidad”, era obvio que los que pegaban contra Ibarra golpeaban un flanco de la Presidencia. El devenir estaba trazado en líneas de tensión pero previsibles, hasta que estalló la tragedia haciendo un bollo con el pasado y el futuro para reducirlo todo a un presente en llamas.
En esas condiciones, era esperable que las instituciones del Estado, todas, no sólo el Ejecutivo, además de atender la dramática emergencia de todos y de cada uno, se hicieran cargo de las falencias estructurales del Estado mismo, aunque fueran movilizadas únicamente para responder a las angustias urgentes de la sociedad. Por otra parte, no era un secreto para nadie, desde mucho antes de la noche trágica, que la política pública de los años ‘90 estuvo destinada a desmantelar al Estado para entregar al mercado la custodia del bien común y que, por lo tanto, una de las tareas irrenunciables de la democracia era y es la reconstrucción del Estado sobre bases de democracia participativa. Cromañón ratificó esa conclusión general, con todas las particularidades específicas del hecho mismo. Los sistemas de gestión y control, la normativa siempre emparchada pero nunca renovada con rigor y sentido común, las maneras de ejercer el poder, de hacer política, todo el esqueleto institucional están oxidados y carcomidos por décadas de corrupción y de impunidad. La actividad del nuevo secretario de Seguridad, convocado por Ibarra debido a motivos políticos (evitar que Kirchner le largara la mano mientras le abría paso a la vieja política del duhaldismo) antes que a eficacia comprobada, vino a verificar lo mismo: Cromañón no fue la consecuencia de un descuido o de un acto de corrupción aislados, sino el resultante de un sistema profundamente deficitario en los principios y en la praxis.
Por supuesto, también era esperable que una vez más los viejos y nuevos aparatos partidarios que ocupan poltronas en los distintos estamentos del Estado porteño, casi sin excepción, hicieron a un lado las cuestiones de fondo para atender sus motivaciones facciosas. El “macrismo” va por la cabeza de Ibarra a la espera de que en las futuras elecciones, del 2005 y 2007, esta ejecución le atraiga votos de la clase media desilusionada de la actual gestión. La izquierda más radical está, por principio, en contra del poder y auspicia la sustitución inmediata por otro sistema institucional que hasta ahora no consigue la adhesión suficiente para imponerse por los votos. La izquierda más moderada tampoco muestra respuestas adecuadas. A propósito: ¿La señora Carrió continúa de vacaciones, ajena a las cuestiones que hoy preocupan al distrito donde piensa competir en las próximas elecciones de noviembre?
Estas actitudes no lo excusan a Ibarra, que tiene la máxima responsabilidad político-institucional del distrito, quien tampoco logró todavía, incluso con su extensa y deshilvanada exposición de ayer ante la Legislatura, llevar tranquilidad y certezas a la ciudadanía. De alrededor de cuatro horas de oratoria, el propio Ibarra hizo la síntesis: si Cromañón pudo ser, significa que fracasaron los mecanismos aplicados a la seguridad de los espectáculos públicos. Aún queda por saber si en la falla no hubo la clásica coima preventiva, esa que se da para que nadie controle. En realidad, la maratónica sesión de ayer en la Legislatura metropolitana no alcanzó a ser mucho más que el principio de un debate de fondo y una prolija revisión de leyes y prácticas aplicadas a que la vida cultural de la Ciudad, en sus diversas manifestaciones, tenga la garantía de un Estado eficiente para la vida y los bienes de las personas. Sobre las heridas abiertas por la tragedia, se hace difícil discurrir sobre filosofías o políticas y en busca de referencias verdaderas para fijar una actitud hacia el futuro, valga la mención aquí de palabras que pertenecen a Mira Kniaziew, prisionera A15538 en el campo de Auschwitz, donde fueron masacradas un millón y medio de personas, al conmemorar su liberación hace sesenta años por el ejército ruso: “Fueron días terribles, pero inyectados de esperanza [...] Si algo sé, es que la vida es más fuerte que todo, siempre. Y, a pesar de lo que padecí, sigo creyendo y confiando en el hombre”. Mira vivió buena parte de su adolescencia como prisionera de los nazis y ahora disfruta de su familia en un barrio de la Ciudad.

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