EL PAíS
› A UN MES, LOS FAMILIARES INTENTARON MARCHAR UNIDOS
Con o sin cánticos, bajo la lluvia
Estaban divididos entre quienes evitaban politizar sus recuerdos y quienes marchaban responsabilizando a Ibarra. Ayer intentaron marchar unidos. No hubo caso.
› Por Alejandra Dandan
“Ni las bengalas, ni el rock and roll, a los pibes los mató la corrupción”, se escuchaba ayer sobre el borde de la plaza Once, ahora convertido en el santuario de homenaje a los muertos de Cromañón. Era poco después de las cinco de la tarde. A treinta días del infierno, los más cercanos a las víctimas de la masacre comenzaban a formarse en bloques para arrancar hacia Plaza de Mayo. “Dicen que estamos todos divididos, pero no: marchamos juntos”, decía Fito Rodríguez, handy en mano, en la cabecera de la columna nutrida por todavía un heterogéneo abanico de familiares con velas en mano, entre marchantes novatos y experimentados, y entre seis y siete cuadras de organizaciones barriales, políticas y estudiantiles.
El último paso por la Legislatura, la interpelación al jefe de Gobierno porteño y el avance de la causa judicial fue nucleando a los familiares de Cromañón en frentes distintos a lo largo de los últimos días. La plaza Once, el espacio donde los sobrevivientes y los familiares se autoconvocaron ayer para rendir un homenaje a las víctimas, fue uno de los reflejos de esos encuentros y disidencias. La marcha, terminó mostrándolos.
Habían pasado sólo unos minutos desde la partida cuando apareció el primer síntoma de tensión. La cabecera de la marcha estaba ya a 120 metros de Once. De un lado, el abogado José Iglesias marchaba rodeado de uno de los núcleos más abultados de familiares. Del otro, en el extremo opuesto, estaba la imagen de Luis Guzmán, uno de los chicos muertos. Su padre José sostenía su fotografía en una pancarta. Detrás de la imagen, se leían las siglas de la Comisión de Víctimas de La Matanza. Guzmán, cantaba: “Atención, atención, a los pibes los mató la corrupción”. O gritaba o repetía alguna canzoneta contra Aníbal Ibarra. Eso bastó: el resto de los familiares, con Iglesias entre otros como voceros, le pidieron por primera vez silencio.
“Silencio, no. Silencio, no”, protestaba Guzmán. “¡¡Hay que cantar!!”, repetía con la voz carraspeada, gastada –como explicó más tarde– por los aullidos que había disparado el viernes de madrugada en la Legislatura. Ese día había aguantado. Primero que lo sacaran de la lista de los 40 padres “habilitados” para el ingreso, después cuando finalmente lo dejaron pasar, esperó pacientemente las explicaciones del jefe de Gobierno. “Lo tenía muy cerca –dijo ayer– le pedí a gritos que me mirara.” “Acá –le dijo entonces–, acá está la foto del que me asesinaste.”
Pero Guzmán, su hija y la gente de la Escuela de Psicología Social Pichón Rivière que trabaja con ellos en el barrio y ayer se movilizaban para acompañarlo, no eran mayoría. Los canturreos eran chistados y silbidos por buena parte de los caminantes más cercanos a las víctimas, dispuestos a conglomerarse sólo a partir del silencio.
“Están haciendo política”, decía una de las mujeres cerca de José Malenovsky que a esa altura levantaba en otra de las decenas de pancartas la de Ariel: tenía 24 y hasta el día del incendio en Cromañón sólo tenía dos vicios, explicaba José: “San Lorenzo y Callejeros. Los seguía a todos lados, hasta a Córdoba los fue a ver”. El 30 de diciembre murió en ese infierno en el que de algún modo siguen empantanados sus padres. Malenovsky es uno de los cercanos al grupo de Iglesias, uno de los que a pesar del dolor o de las lágrimas que de pronto le ganaban la mirada, sostenía que “cada uno debía hacer lo que quería”.
“¡Hija de puta!, vos te tenés que ir, andate –se desesperaba uno, hacia atrás, cuando los cantos de La Matanza volvían a agitarse–. ¡Yo no vengo por el vino y el choripán, vengo porque me mataron un pibe!.” “Vos, ey el de la gorra! –gritaba–. Pará de decirles que griten cosas.” A unos cuantos pasos, una adolescente explicaba en qué había consistido esa especie de tregua buscada por buena parte de los padres para la marcha. Lodecía en voz alta, mirando a los que caminaban del lado de los cantos: “El viernes ya hicimos política, esto de hoy es el duelo”.
Un grupo del Centro de Estudiantes de la Facultad de Arquitectura de la UBA, un núcleo de jóvenes sobrevivientes del incendio ahora reunidos como la Asamblea de Jóvenes de Cromañón y familiares nucleados por Iglesias, el abogado, fueron los que hicieron el intento de organizar la movilización bajo todavía una heterogénea mayoría. Hubo cordón de seguridad alrededor de los padres, hubo comunicación vía handy y la decisión consensuada de ubicar a los familiares en los primeros cincuenta metros de la larga columna que llegó contar con unas siete cuadras de extensión. Detrás, entones sí, admitieron banderas. Y detrás se aceptaban los cantos: “Ibarra mató en Cromañón, Alvarez en el Puente Pueyrredón”, se escuchaba.
En la intersección de Rivadavia y Entre Ríos, frente al Congreso, la columna se detuvo. El grupo de padres que pedía silencio decidió abandonar la marcha. Hubo una mediación. Y la columna siguió. El “paro” volvió a repetirse más tarde cuando atravesaron la avenida 9 de Julio para recorrer las últimas cuadras hacia Plaza de Mayo. Una nueva mediación sirvió para llevar a los familiares todos juntos hasta el final, pero apenas pisaron la plaza, Iglesias pidió la presencia de los medios para anunciar ahora sí que se separaban.
“Nos dijeron que montar un escenario cuesta 1400 pesos, y nosotros no lo pagamos –dijo–. No vamos a seguir politizando el dolor, están haciendo política sobre el cadáver de nuestros hijos.” A esa hora, Guzmán, aquel padre que se le ocurría cantar y no marchar en silencio estaba sobre el escenario. Pedía “cárcel” para Ibarra. Para los que se reunían en la improvisada conferencia de prensa alrededor de Iglesias, aquellos padres eran “hermanos en el dolor”, pero forman parte de manipulaciones de supuestos “infiltrados”. “Nos infiltraron –dijo Iglesias–. Y nosotros no nos dimos cuenta.”
A alguna distancia del clan Iglesias, otro grupo comenzaba a nuclearse. No estaban cerca del escenario, tampoco cerca de Iglesias. “Nosotros nos reunimos aparte”, le decía a este diario Carolina Benítez, la hermana de Mariana, otra de las víctimas que había viajado hasta el Once desde José C. Paz. Cerca de Carolina, una pancarta llevaba el lema de la ONG Familiares por la Vida. Piden empleo en los municipios del conurbano para sacar adelante a los hijos, hermanos, padres y personas que estaban a cargo de los que murieron en el incendio. Con una suelta de globos celestes y blancos, los treinta familiares nucleados en la organización terminaron su homenaje.
Eran poco después de las ocho de la noche cuando la plaza se vació. Hubo un importante pero discreto operativo policial montado alrededor. Había pasado el primer mes del aniversario del incendio de Cromañón y también la imagen de una de las marchantes, una adolescente que en la parte de atrás de su remera escribió: “En qué lugar habrá consuelo para mi locura”.