EL PAíS
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Un par de fotos
Por Eduardo Aliverti
Acaba de haber dos fotos que explican muchas cosas. O algunas pocas pero de importancia considerable. En una se ve a Kirchner, en un estudio montado en la Casa Rosada, enfrente de los dos conductores principales de la radio que les robaron a los vecinos de Buenos Aires. La imagen corresponde a la entrevista en que el Presidente declaró que ya es hora de dejarse de joder con los cortes callejeros. La otra foto es de pocas horas después de eso y muestra a Mauricio Macri y Ricardo López Murphy en el anuncio de un sello electoral que no quieren llamar “alianza” (y está bien; no por las reminiscencias que trae el término, sino porque se trata de un mero amontonamiento de derechas sin más partido que sus cabezas, y sin más programa que evitar una catástrofe en las elecciones de octubre). Esta segunda foto estampa a dos símbolos del dramático país de los ’90. Tal como lo dijo Kirchner, precisamente. Pero el pequeño detalle es, antes, que esa segunda foto sirve para explicar a la primera. A la de Kirchner dándole una nota exclusiva a la radio de las gorras.
Ya había, desde hace algún tiempo y notablemente en las últimas semanas, signos de que el Gobierno estaba corriendo el discurso y los gestos hacia la derecha. Ese corrimiento arreció. Y un dato esencial para comprobarlo y cuyas implicancias, por supuesto, fueron virtualmente ignoradas por los grandes medios, es la prórroga por decenas de años de las licencias de los permisionarios de radio y televisión, que en algunos casos datan de la dictadura militar. El fondo de esa decisión está dado por una mentalidad de negociar en forma corporativa, y el contraste es aún más fuerte y patético al tomar nota de que sigue vigente la Ley de Radiodifusión firmada por Videla y Martínez de Hoz. Hay el dejarse rodear por los brazos de un esperpento que abarca desde Hadad y Moneta hasta grupos y fondos de inversión extranjeros. Núcleos de origen tan dudoso, por ser elegantes, como la determinación de no corregir el artículo que impide a las entidades sin fines de lucro tener una licencia de radio y televisión.
¿En dónde quedó el discurso progre del oficialismo frente a una resolución estructural de semejante naturaleza? ¿Cuándo hubo el debate público en torno de cuáles medios y en manos de quiénes prefiere la sociedad? Esa, esta sociedad, empero, tanto en bruto como en neto; tanto globalmente considerada como desde sus sectores más activos y movilizados, debería preguntarse cuánto ha hecho y dejado de hacer para que un negociado político de este tamaño, en un área que afecta lo que se lee, escucha y ve todos los días, haya podido consumarse. Y hay en esa necesidad de autocrítica un perfil inclusive más general, capaz de convertir lo decidido sobre la propiedad de los medios de comunicación en un aspecto puntual y trascendente pero, al cabo, no causa sino efecto.
El “giro” efectivo y discursivo del Gobierno del orden vigente va de la mano con las seguridades gubernamentales en torno de la imagen de recuperación de la economía, y de la poco menos que inexistente oposición electoral y social. Confirmado, o así parece, un plafond de urnas repletas para el peronismo, el Gobierno se siente a sus anchas para salir a la caza del díscolo electorado porteño y de una clase media casi siempre enojosa y protestona. La foto y proyección de Macri y López Murphy, susceptible de canalizar alguna parte viscosa de esos sectores, cayó como anillo al dedo para uno de los gustos preferidos de ésta y de cualquier gestión de todo tiempo y lugar: construir al adversario, construir el peligro, construir oposición. Kirchner se presenta en Radio 10, nada menos que en Radio 10, dirigido hacia ese polo presunta o seguramente esquivo de pequebús y tribus exacerbadas por el palabrerío facho, en consonancia con una táctica abarcadora del “miren que digo una cosa pero estoy dispuesto a hacer otra, y de hecho la hago”. Se lo permite esa seguridad de corto aliento con la mira en octubre. Y no sería preocupante si, en lugar de una táctica, se tratase de una estrategia para acumular fuerzas pasajeras, con destino final en las necesidades populares básicas. Pero resulta que simultáneamente hay esas pruebas concretas de que no se está pensando en eso, sino en el “retorno” de aquello que cierto imaginario, masivo y sectorial, supone en vías de extinción, o amortiguado: los arreglos a espaldas del pueblo, el beneficio para los ganadores de toda o casi toda la vida.
Esas dos fotos y sus implicancias aparecen como un hecho estructural, que no debería quedar escondido tras las mieles de la “recuperación” económica. Y mucho menos en una sociedad que ya dio sobradas muestras de que se da cuenta de las cosas, pero generalmente cuando ya es tarde.