EL PAíS
› OPINION
Una frase que es un eco
› Por Mario Wainfeld
La frase que el ex cabo Alejandro Acosta le atribuye al ex comisario Alfredo Fanchiotti tiene plena credibilidad porque, con algunos matices expresivos, ya había sido pronunciada por las (entonces) principales autoridades políticas de la Nación. Y para nadie es un secreto que ese staff gobernante siempre tuvo numerosos vasos comunicantes con la Bonaerense.
El gobierno de Eduardo Duhalde venía haciendo saber, desde más de una semana antes de la masacre de Avellaneda, que había llegado la hora de ejercitar violencia. Quizá no exactamente respecto de todos “esos negros de mierda”, pero sí en relación a algunos, cuyo castigo sirviera de escarmiento al resto. Un eventual bloqueo del Puente Pueyrredón en la movilización piquetera era, para el febril imaginario duhaldista, el equivalente de la toma de la Bastilla o la rendición de Dien Bien Phu. La condigna resolución fue hacer tronar el escarmiento.
No hace al fondo de la cuestión, pero cuesta entender que una fuerza tan pragmática como el peronismo compartiera una lectura de realidad francamente delirante y paranoica. El entonces titular de la Secretaría de Inteligencia del Estado (SIDE) llevó a reuniones de gabinete informes que, a su ver, probaban la inminencia de un levantamiento armado de izquierda. En general, los titulares de la SIDE tienden a maquillar su insignificancia “comprando” confabulaciones de todo pelaje y el Gringo Soria (un fracasado en su carrera política al que el duhaldismo cooptó en momentos de extrema falta de convocatoria) podía no ser la excepción. Pero sus compañeros de gabinete se sumaron a esa lectura perversa que redondearon con una decisión que ahora está en el centro del debate: reprimir con ferocidad, fuera de la ley, la protesta del 26 de junio de 2002. Con toda la virulencia que, en la peculiar mente de los bulímicos del poder, amerita estar puestos en jaque. Es difícil aprehender cómo dirigentes peronistas, a los que no les falta “cultura de calle” y nociones de cómo se disputa el poder razonaran tamaño cuadro de situación. Puesto a sugerir interpretaciones, este cronista registra que hay momentos en que los pequeños grupos que habitan el Palacio se transforman en una secta, con fenomenales distorsiones de la realidad, retroalimentadas por la convivencia endogámica y la falta de diálogo con gentes de afuera.
También puede imaginarse una explicación algo más sofisticada: el duhaldismo, un conjunto con una cultura violenta y autoritaria, llegó al gobierno en condiciones inéditas. La sociedad resistía mal los palos, los gases, las balas, aun la veda alcohólica. Así las cosas, la camarilla gobernante, con el Presidente a la cabeza, asumió que no podía hacer las cosas como era su costumbre, acaso su gusto... Pero en un momento límite procedió como el escorpión de la fábula, aquel que aguijoneó a la rana porque así era su naturaleza.
Las exegesis sobre el modo en que se concibieron los móviles son, llegado el caso, subalternas. Lo cabal es que Fanchiotti fue el principal ejecutor de dos crímenes políticos, instigados desde arriba. Cuando gritó su proclama sobre los negros de mierda, estaba repitiendo, cual si fuera un personaje de Jorge Luis Borges, un discurso que ya había sido enunciado por otro. Lo suyo no fue un arrebato emocional ni se le soltó la cadena. El hombre fue un soldado, acaso (por tomar prestada una chicana de la picaresca política ulterior) un Chirolita del gobierno de Duhalde. Fue el brazo ejecutor de una orden premeditada, como lo fueron durante la dictadura los torturadores o asesinos que revistaron en los campos de exterminio.
Su frase alude, sin duda, a la rica formación cultural de tantos uniformados que asolan estas pampas. Más allá de esos rasgos de estilo, si se analiza bien, el hombre seguía órdenes.