Lun 27.06.2005

EL PAíS  › OPINION

Raspar las cáscaras

Por Eduardo Aliverti

Quizá pueda hacerse una analogía con el “efecto rebote” que se le adjudica a la economía, pero en relación inversamente proporcional.
Algo así: al cabo del estallido explícito producido en diciembre del 2001, en casi todas las variables económicas, era obvio que se registraría primero un acomodamiento y después una recuperación. En lo político, eclosionado con el “que se vayan todos” para que luego no se fuera casi ninguno, sucedió lo contrario. En vez de reanimación hubo pinchadura. Porque la misma sociedad que demostró reflejos (o actos reflejos) para asomar la cabeza sobre el agua tras una devaluación y hecatombe inéditas, a la par no supo, no pudo o no quiso vertebrar una fuerza política novedosa que le diera a su bronca posibilidades de construcción. Y fue desde ese déficit que el peronismo se transformó en un poder virtualmente hegemónico. Aunque con otro jefe, Kirchner, que tomó nota de lo sucedido y mostró algunos gestos y medidas capaces de adaptarse a tiempos relativamente nuevos, en los que el discurso de derecha a secas no encuentra lugar. Fue y es en ese marco donde se registraron avances de tinte progre. Y fue y es en ese marco donde, sin embargo, queda claro que lo cambiado es el discurso pero no el modelo (en su acepción de modelo de distribución de la riqueza).
Todas o casi todas las noticias susceptibles de ser definidas como “políticas” o “económicas”, de estos últimos días, corroboran esa visión. Que Domingo Cavallo pueda reaparecer, y asegurar que analiza candidatearse en octubre, es un signo impresionante respecto de la incapacidad popular en el trazado no ya de nuevas opciones sino de la mera fijación de límites a la impunidad política reciente. Sin embargo: ¿por qué habría de sorprender? ¿O acaso el Kirchner progre no fue, como candidato, una consecuencia de la defección como tal de Carlos Reutemann, el Menem blanco? Los juicios a Antonio Boggiano y a Juan José Galeano, ¿no tienen acaso el resultado puesto antes del partido, bajo los vientos de que en el país hay renovación institucional –y sólo institucional–? Los datos oficiales sobre el crecimiento de la economía, ¿no tienen acaso la contrapartida de que la apropiación de ese crecimiento en manos de los más ricos se profundizó, durante este gobierno? Y veamos la batalla entre duhaldistas y kirchneristas. Si se tensa esa lid hasta sus extremos hipotéticos, ¿acaso ocurriría algo más que la presentación de dos listas peronistas en lugar de una sola? ¿Qué clase de alteración estructural supondría eso si es que, en vez de zancadillas de palacio por espacios de poder personal, estamos hablando de alteraciones de fondo en el modelo vigente? Y hasta puede subirse la apuesta. Porque: si se toma la también aparente contradicción de que un presidente y un gobierno con tan encuestados y declamados apoyo y simpatía populares van a perder Santa Fe; y en Capital aspiran como mucho a un empate de tercios; y en Mendoza tienen complicaciones serias; más aquello de que en territorio bonaerense podrían quedar mochados al medio y no deciden todavía si les conviene pegarse o despegarse del aparato duhaldista, ¿acaso alguna de esas eventualidades sí supone cambios de raíz en el patrón económico y social?
Hay algo más, que involucra a la mayoría de los actores sociales, en esto de apartar las formas y hurgar en los fondos. Hay esa cacería totalizadora y mediática desatada sobre la patética figura de Omar Chabán. Una mano en la cabeza y no en la emotividad primaria, ¿no lleva acaso a preguntarse, al menos a preguntarse, si es justo que únicamente se trate de Chabán? Además de las responsabilidades políticas, ¿no se asume la necesidad de señalar y debatir, como inmediatamente después de la tragedia intentaron algunos pocos, la incumbencia de Callejeros, y la cultura del “todo vale”que ganó a los recitales de rock, y el porqué de esos pibes sacados que encuentran allí su única chance de identidad, y el porqué de un puré de periodistas y psicólogos que los ven como monos objetos de estudio y justificación sin límite, y el porqué de un grueso social que los deja en banda y luego los condena? ¿Qué pasa que sólo parece que el único responsable es Chabán? ¿Cuántas y cuáles culpas y desidias están lavando los medios, y los vecinos, y los tilingos, y los indiferentes, con el dedo que se posa solamente en Chabán?
Es probable, volviendo al principio, que en efecto estemos en un momento político –y por ende social, y económico, y cultural, e intelectual– en el que parece que no pasa nada. Es probable porque estamos ganados nada más que por los efectos (internas partidarias, juicios políticos, crecimiento económico, masacrados individuales). Las causas están en otra parte y eso obliga a que los actores dinámicos de la sociedad se miren al espejo y asuman la devolución.
Y eso sí que es complicado.

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