Dom 09.10.2005

EL PAíS  › VIVE EN PARAGUAY Y TIENE LA LLAVE DE LA FORTUNA SUCIA DE LOPEZ REGA

María Elena, la última Señora del Brujo

Pianista, maestra de jardín, conoció al siniestro ministro de la AAA en 1973 y pasó a ser su amante mucho más joven. Ahí sigue, con sus secretos.

› Por Alejandra Dandan

Le dicen La Señora. Y aunque suena extraño, los empleados de la casa de Asunción le hablan como si detrás de su imagen se hallara la propia Eva Perón. De jovencita solían decírselo en su pueblo. Mientras estudiaba idiomas, música y danzas en Paraná empujada por su madre o las monjas de su escuela se ruborizaban porque bailaba envuelta en tules trasparentes, quienes la rodeaban murmuraban que con sus gestos parecía estar imitando a Eva. Con el tiempo María Elena Cisneros se trasformó en la última mujer de José López Rega. Su joven amante. Compartió con el Brujo sus once años fuera de la Argentina en los que vivió rodeado de lujos, al amparo de los servicios de inteligencia, con la complicidad de la Justicia argentina. Pero ahora “a la señora no le interesa hablar de viejas historias”, dice una de sus empleadas a este diario. “Las cosas que pasaron hace más de veinte años es cosa de los argentinos. La señora no tiene absolutamente nada que decir y no quiere ser molestada.”
La señora María Elena Cisneros aún toca el piano todas las mañanas apenas se levanta. Vive entre las paredes blancas de una casa de dos plantas, rodeada de rejas, en la calle San Cosme 825 en uno de los barrios populares de Asunción. Hasta hace unas semanas su paradero era prácticamente un misterio. Después de la muerte de Lopecito en 1989 ella permaneció por un tiempo en Ginebra, pero a partir de 1995 sus localizaciones se hicieron erráticas. La policía suiza la creyó alternativamente en España o en Bahamas, pero ella ya había iniciado su última gran travesía hacia el interior de las tierras paraguayas donde en 2001 obtuvo cédula de identidad y título de residente. En esta casa montó un Centro Pedagógico Musical, una escuela de música, una de sus viejas aficiones, herencia de la época en la que era maestra de pueblo. Aunque da clases de música todavía conserva las dos cuentas suizas abiertas por López Rega a su nombre. Y conserva el producto de la venta de varios inmuebles, entre ellos el maravilloso chalet valuado en un millón de dólares a orillas del lago Leman de Suiza donde vivió con Lopecito desde 1978. Así lo revela La Fuga del Brujo: historia criminal de José López Rega, el último libro de Juan Gasparini que acaba de publicar editorial Norma. Aquí, Página/12 recorre parte de las páginas donde se corren los misterios de la historia de esta maestra que fue capaz de falsificar el pasaporte de su padre para facilitarle la clandestinidad a López Rega. La historia de una mujer a la que ningún tribunal le pidió todavía cuentas sobre su herencia o las cuentas suizas, clave para escudriñar –según Gasparini– la apropiación de capitales del jefe de las Tres A.

La maestra de San Benito

María Elena tiene 54 años, casi la misma edad que tenía Lopecito cuando la conoció el 28 de agosto de 1973. López Rega viajaba a Paraná con una comisión oficial. Cuando su avión aterrizó en la base aérea, una larga hilera de estudiantes de guardapolvo blanco lo esperaba en la pista. Los más ruidosos eran los más chicos, los del jardín de infantes de la Escuela 28 de San Benito. Mientras el ministro bajaba del avión, ellos gritaban y agitaban las banderas de papel que la maestra les había repartido un rato antes. La historia recuerda que esa maestra estaba radiante. Y que el griterío o la sonrisa inmediatamente llamó la atención del ministro: se apartó de la comitiva que lo acompañaba y se acercó a la maestra María Elena, dijeron sus biógrafos sobre lo que con el tiempo se convirtió en el primer encuentro entre los futuros amantes.
Hasta ese momento María Elena había vivido siempre en Paraná, donde su madre trabajaba de enfermera y su padre alternaba entre la guitarra y un puesto de empleado en el corralón municipal. Sus primeros biógrafos, periodistas de la revista Análisis de Paraná, hace tiempo lograron reconstruir aquellos años, la época en la que ella formaba parte de las Girls Scout o los días en los que simpatizaba con la Juventud Peronista o se entrenaba en el mundo de las artes alentada por una madre incansable. María Elena estudió idiomas, danzas y música. Obtuvo un diploma de piano y aún existe algún vestigio de alguna actuación en un conjunto coreográfico, como la vez que ruborizó a las monjas de la escuela bailando el Lago de los Cisnes.
Su apego por la música y el arte nunca cambió, aunque sus antiguos vecinos recuerdan poco de sus virtudes artísticas. Era muy constante y se esforzaba mucho, pero no era genial con el piano, explicó una vez uno de los profesores de música entrevistados por Luciana Caminos, de Análisis. “Era una chica más. Tenía un estilo muy personal para componer música, era muy libre y no se ceñía a nada”. Ese estilo desenfadado con la música parece una de las constantes de su vida. “Era una persona muy buena y activa aunque un poco liberal en su forma de expresarse”, dijo hace tiempo el padre de uno de los chicos de la escuela 28 de San Benito, el colegio donde María Elena trabajó de maestra jardinera poco después de recibirse. Durante esos años, los primeros años ’70, preparaba festivales con sus pequeños alumnos o les enseñaba a bailar. Pero todo eso era un poco liberal, “sobre todo para un pueblo como el nuestro –siguió aquel padre –no es que fuésemos puritanos pero acá no se acostumbraba que una maestra diga ‘putear’, por ejemplo”.
Tal vez el mal ejemplo de un pueblo que le achicaba el mundo, tal vez sus desmesurados sueños de artista provinciana, tal vez los alumnos, tal vez la época, la hicieron acercarse hasta la base área aquel agosto de 1973. Había cumplido 24 años, tenía dos puestos de maestra y una escuelita como la que tiene hoy en Asunción pero fundada en un solar del sindicato municipal, muy cerca de la terminal de ómnibus del pueblo. López Rega tenía 57 años. Ella era rubia y muy bajita. Y aunque no lo sabía estaba a punto de trasformarse en la mujer no oficial de López Rega.

Viaje oficial

La maestra de San Benito embarcó su vida en viajes de ida y de vuelta a Buenos Aires, y empezó a cartearse con el creador de la siniestra Alianza Anticomunista Argentina. López Rega “le contestaba cartas muy frías y formales, escritas a máquina, seguramente por alguna secretaria”, dijo una de sus antiguas compañeras de escuela. En 1974 María Elena sacó su pasaporte y durante dos años cosechó un pretendiente en España, envió postales desde Madrid, Hamburgo, Milán, París y Ginebra a sus antiguas amigas. A partir de ese momento ellas sólo supieron que María Elena “estaba en viajes de negocios”. Ninguna supo exactamente ni a dónde estaba ni a dónde se había ido. La imaginaban como institutriz de una familia rica en Europa, como secretaría de un gurú o en plena búsqueda de trabajo. Según Gasparini, su estrategia era idéntica a la de Lopecito: sembró señuelos equivocados para que no se supiera de su nueva vida con su concubino, una vida financiada con el expolio de los contribuyentes argentinos.

El nombre de Don Ramón

Hace años el padre de María Elena contó cómo fue que en 1976 le prestó su nombre, Ramón Ignacio Cisneros, al Brujo López Rega. La declaración judicial de su mujer y de su hija ante la policía suiza le permitió a Gasparini reproducir los primeros años del Brujo en el exterior, el modo en el que se contactó con su joven amante y cómo financió contactos y estadía.
La saga comienza en 1975 cuando López renunció a su cargo, obligado por la viuda de Perón en medio del Rodrigazo. Luego de un breve paso por Brasil y una estadía en Puerta de Hierro, se instaló en un pueblo de Suiza llamado Nyon, mientras la justicia argentina le pisaba los talones. María Elena aún no estaba con él. Llegó a Madrid después de intercambiar unas ocho cartas en una fecha especial: el 17 de octubre de 1976, día del cumpleaños de Lopecito. Apenas pisó España se alojó sola en el hotel Conde Duque donde la esperaba un mensaje de su amante. Como contó María Elena a la justicia, López había depositado un sobre a su nombre en la recepción del hotel con un pasaje a Ginebra, 500 dólares y una nota con el domicilio del departamento de Nyon donde estaba “Don José”. Aquel octubre de 1976 ella fue a Suiza. Regresó luego por unos días a Madrid con papeles para el banco Santander, probablemente pertenecientes a la cuenta que López Rega le abrió a su nombre con dinero de sus cuentas antes del embargo. Y recogió a sus padres. En esos días Ramón Ignacio y Lucía Cirila Rueda de Cisneros decidieron acompañarla a Nyon para festejar las Navidades con López Rega.
A partir de esas Navidades, López Rega se convirtió en el padre de amante. Ramón Cisneros, nacido el 1 de febrero de 1920 en Paraná, Entre Ríos, le pasó su pasaporte a Lopecito. Para entonces, su hija había hecho las respectivas consultas de conciencia, incluso con un cura. Cambió la foto del pasaporte, dijo más tarde, inspirada en una película de Alain Delon, por la piedad que le desesperaba “Don José” al sentirse “amenazado.. Nada debía reprochársele “del tiempo que estuvo en el gobierno” y certificó que “nunca formó parte de la organización AAA, al contrario, pues él conocía a todos sus miembros, en realidad todos los nombres de los militares que formaron parte y que por eso temía por su vida”.
Para ella, escribió Gasparini, el doble de su padre era un perseguido político, abandonado “por toda su familia y sus amigos”. Las declaraciones las hizo en 1983, un año después de que un fotógrafo de la agencia española EFE provocó un escándalo internacional con la revelación de una imagen del Brujo desde su clandestinidad. Pero María Elena seguía tan lejos de los vaivenes políticos como ahora. Le dijo a la justicia suiza que Lopecito tenía “fuertes” posibilidades de ser elegido “presidente de la Argentina”.

La concertista de piano

Mientras permanecieron fuera del alcance de la prensa, María Elena y Don José pasaron del departamento de Nyon al chalé de Les Oiseaux, Los Pájaros, en Villeneuve frente al lago Leman, inscripta en 1978 a nombre de la joven amante. María Elena aún estaba empeñada en ser reconocida como concertista de piano y compositora. Se inscribió como estudiante en el conservatorio del barrio de Chène-Bourg donde sus antiguos vecinos aún recuerdan un negocio contiguo a su casa, un lugar en desuso donde ella daba cursos nocturnos de piano y canto para niños dos veces al mes. En ese período golpeó puertas y ofreció con vehemencia sus partituras y discos y hasta se enamoró locamente, dice Gasparini, de un presentador televisivo. Fue una vecina de ese barrio quien en cierta ocasión le presentó a María Elena a un joyero que le quitó de encima casi un estigma: el anillo que Augusto Pinochet le había obsequiado a López Rega. Para Gasparini el anillo no era un obsequio cualquiera. El regalo tuvo que deberse –escribió– a los servicios brindados en la Operación Colombo, la eliminación de 119 opositores chilenos en 1975 pero haciéndolos pasar como muertos de la Argentina dado que sus identidades fueron atribuidas a cadáveres de las víctimas de la Triple A.
Tras el escándalo de 1982 con la prensa, los Cisneros dejaron Europa. Lopecito hizo escala en Las Bahamas antes de alojarse en Miami, donde en 1986 al intentar renovar su pasaporte quedó detenido y fue extraditado a la Argentina.

Las cuentas pendientes

López Rega murió en prisión solo y enfermo en 1989, cuando terminado el sumario de las Tres A el entonces juez Martín Irurzun, ahora camarista, debía condenarlo. Los Cisneros aún mantienen su domicilio en la calle Echagüe de la ciudad de Paraná, aunque sus vecinos ya no los ven y sólo observan el paso semanal de una empleada doméstica que mantiene la casa despierta. El juez Norberto Oyarbide conserva la causa sobre la Triple A. Según Gasparini, aún debe convocar a una serie innumerable de testigos como Julio González, el secretario general de la Presidencia que reemplazó a López después de la fuga. Oyarbide debería interrogarlos sobre las aproximadamente dos mil víctimas ejecutadas por los escuadrones paramilitares de la muerte y el modo en el que se confeccionaban las listas, un dato que González no desconocería. El juez podría declarar a los crímenes imprescriptibles y convocar además a María Elena para que de cuenta de sus herencia, de momento indescifrable porque no ha se ha iniciado ninguna investigación al respecto. Ella vendió el palacete de Suiza y el departamento de Bahamas. Alquilaron un chalet en Miami y otro en Ginebra con el dinero de los fondos reservados manejados por el Brujo y de la Cruzada Solidaridad Justicialista. Gasparini menciona otros dos departamentos del Brujo en avenida Libertador, uno legado a su hija Norma y otro a nombre de Josefa, su primera mujer, hoy con más de 90 años.
María Elena no contesta el teléfono, la persona que atiende lo hace como si la casa funcionara durante todo el día como una institución: “Centro Pedagógico Musical, buenas tardes”, suele decir. La Señora es licenciada y periodista también. En este momento da clases de música, y como dijo su empleada está dispuesta aparentemente a hablar del presente pero “no le interesa hablar de viejas historias. Si usted quiere hablar de cosas nuevas, del señor por ejemplo, la licenciada va a estar preparada pero de cosas que pasaron hace veinte años es cosa de los argentinos. La señora no tiene nada que decir y tampoco quiere ser molestada”. A Gasparini le fue mejor, después de grabar algunos minutos de charla, María Elena lo despidió con una bendición.

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