Mar 18.10.2005

EL PAíS  › REPORTAJE AL SOCIOLOGO RICARDO SIDICARO

“El clientelismo es parte del sistema político”

Ricardo Sidicaro analiza al justicialismo, dice que “el kirchnerismo es un reconocimiento de que el peronismo está en disolución” y advierte que “la política se hace una cuestión de intercambios individuales a medida que la política se desgasta”.

“El kirchnerismo es un reconocimiento de que el peronismo está en disolución”, dispara el sociólogo Ricardo Sidicaro. Su proposición no es nueva. El autor de Los tres peronismos viene diagnosticando la defunción del movimiento desde hace varios años. Sin embargo, el tono de la afirmación ya no es el mismo. Lejos del optimismo con el que acompañó la asunción de Néstor Kirchner, para Sidicaro el proyecto que encabeza el Presidente está agotando las posibilidades de transformarse como fuerza renovadora y enfrenta un panorama cada vez más incierto. Con una mirada provocadora, advierte cómo la política aún no ha podido deshacerse del estigma del “que se vayan todos” y alerta sobre las consignas contra el clientelismo, al que considera como una práctica inherente a todo sistema representativo.
–Si el peronismo está disuelto, ¿el kirchnerismo entonces qué es?
–Lo que actualmente hay es una mitad de la población de sectores bajos, con una tradición de voto dirigida al peronismo pero entendido como partido tradicional y no como movimiento. El peronismo que se hizo con Perón se construyó sobre un Estado fortalecido, con un gran apoyo social que lo acompañó y se mantuvo disciplinado hasta el ‘55. Pero ese Estado terminó por disolverse dentro de sus propias rencillas. Hoy ya nadie podría hacer una movilización como las que convocaba el peronismo histórico. Cuando Perón convocaba a los trabajadores en el ’40, estábamos en una época de pleno empleo y con cuadros industriales sindicalizados. La capacidad de movilización era mucho más sencilla. Hoy estamos de acuerdo en hablar de una Argentina fragmentada, donde la capacidad de representación entonces se hace compleja.
–En este escenario, ¿qué posibilidades de reconstrucción política se pueden esperar?
–Representar las demandas de personas que están por debajo de la línea de pobreza es prácticamente imposible. Se pueden satisfacer necesidades, pero algo muy distinto es hacer de ellos un colectivo social identificado con una determinada política de gobierno. Acá yo hago una diferencia con aquellos que sienten alguna nostalgia por el “que se vayan todos”. En realidad, ya se fueron todos. Los que están son los candidatos, pero esos dirigentes se fueron en tanto representantes de las aspiraciones políticas de la sociedad. Los políticos fundamentalmente lo que buscan es alcanzar el poder y apelan a aquellos elementos con los que pueden satisfacer demandas inmediatas, que no es más que una forma de clientelismo donde el voto se cambia por algo.
–Justamente toca un tema del que en esta campaña todos hablan...
–La política se hace una cuestión de intercambios individuales a medida que la política se desgasta. Pero hay que hacer una aclaración: que la gente tenga necesidades y encuentre en las coyunturas electorales una posibilidad de satisfacerlas puede ser una cuestión normal de la política de cualquier país. Siempre existió el intercambio como práctica ligada a la política. Ignorar esto significa ignorar un aspecto del sistema. Es más hoy un candidato por sus ideas –por más claras que sean– se lleva sólo el cinco por ciento de los votos.
–Pero, ¿está planteando que el clientelismo es condición necesaria para hacer política?
–Lo que sucede es que el pensamiento de derecha transforma al clientelismo como un criterio de evaluación despectiva sobre las clases populares, según el cual esos sectores siempre venden su voto por algo. Pero difícilmente las personas que entran en esa relación votarían una opción distinta a la que adoptan a partir de esas dádivas. Si uno observa el universo de electores, las elecciones difícilmente se definen con el reparto de electrodomésticos. Por ejemplo, si sumamos la cantidad de contratos –ya sean planes, subsidios o puestos de trabajo– y lo comparamos con la capacidad de movilización en cada acto, vemos que lo que se entrega no pesa demasiado. Este tipo de discusión además hubiera resultado impensable durante el peronismo histórico, donde el voto tenía identidad.
–Aún queda sin contestar la pregunta sobre el kirchnerismo...
–El kirchnerismo es un reconocimiento de que el peronismo está en disolución. Por eso proponen una forma distinta de organización, con una parte de los votos peronistas y una franja de lo que se denomina la centroizquierda. En su momento este proyecto tenía como correlato en el plano partidario convocar a dirigentes de otras fuerzas políticas, lo que se llamó movimiento transversal. El problema es que dentro del kirchnerismo hay candidatos que tienen una historia que no es compatible con estas ideas.
–Pero, ¿qué posibilidades tiene el oficialismo de liderar un espacio de centroizquierda?
–Es un tema complejo, porque el elector del “peronismo” o, mejor dicho, del partido justicialista no es de centroizquierda. Más bien se trata de un sector que tiene cierta reivindicación del pasado, de aquella identidad que se dio en el ’46. Y tiene una cierta demanda de justicia social, pero que no está asociada al conjunto de ideas denominadas “progresistas”, que las podríamos identificar más con la ampliación de ciertas reivindicaciones, como el derecho al aborto o los derechos humanos. En este sentido, las banderas que tiene que unificar abarcan un arco iris interno muy grande.
–Sin embargo, en contraste con esta fragmentación que usted plantea, algunos sectores vienen pronosticando una articulación de dos grandes coaliciones, una de centroizquierda y otra de centroderecha.
–La Argentina de hoy no da para dos bloques. Si uno piensa la posibilidad de un movimiento transversal en función de acuerdos ideológicos medianamente sólidos, eso no es posible. Lo mismo pasa con la derecha. Las fuerzas políticas que quieren hacer oposición al Gobierno, como López Murphy, tampoco se pueden conectar con esos sectores. Lo que sí puede ocurrir que muchas corrientes hagan acuerdos con partidos políticos para distribuir cargos. Eso no es nada malo. No se puede criticar que un político se dedique a sumar porque sería ignorar la lógica de los procesos electorales. Pero difícilmente se pueda crear una identidad política de eso. La decisión de Carrió de sumar a Olivera responde a esa lógica, lo que quiere es convocar a sectores afines al radicalismo. Lo mismo la alianza entre Duhalde y Patti. Ninguna de esas personas son portadoras de ideas importantes detrás de ellos, sólo aportan un número de votos.
–Veo que ha perdido el optimismo. Hace dos años, cuando asumió Kirchner, hablaba de la posibilidad de una renovación histórica.
–En estos dos años se llevaron adelante definiciones importantes, por ejemplo con los derechos humanos. También se puede encontrar un mayor intervencionismo estatal y un intento por crear un mejor consenso dentro de la sociedad. Pero el kirchnerismo sin duda malgastó parte de su capital político al establecer todos los conflictos hacia dentro. Cuando comenzó este Gobierno se observaba una mayor voluntad para generar una nueva fuerza social. Tal vez se encontró rápido con la dificultad para hacer eso. Las elecciones se han confundido bastante. En la provincia de Buenos Aires dividir la lucha en términos plebiscitarios entre dos peronismos es complicado. Por ejemplo, una parte de los radicales van a votar al kirchnerismo para votar contra el duhaldismo. Se trata de una lógica muy difícil de determinar, que no facilita ninguna solidez. Quizás el Gobierno debería definirse más claramente como un partido político. Es cierto que ahora está involucrado en la crispación de lo que significa una elección. Pero a nadie se le hubiera ocurrido que todo se iba a convertir en una lucha entre candidatos. A decir verdad, al principio parecía portar una bandera más trascendente.

Reportaje: Carolina Keve.

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